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VOLVERSE HUMANO

velos

Tarde.

Hoy decidí estrenar en público mi nuevo color de pelo, mis uñas a la francesa; y las botas de gamuza azul.
Me puse unas gotas del perfume que usa mi hija (no, no es su frasco; lo compré porque la extraño), y salí.
Caminé por la feria de anticuarios. Cincuenta puestos de objetos extraños, viejos, viejos de verdad; viejos de mentira, costosos, baratos, baratijas, limoge y plástico, bacarat y vidrio, diamantes y lentejuelas, muñecas decapitadas, cabezas sin pelos, sin un ojo, cabezas siniestras de muñecas despintadas. Autitos de tres ruedas, fotos descoloridas, medallas al mérito, pesados candados, miles de llaves sin cerradura, cerraduras sin llaves, ojos de cerradura sin ojos fisgoneando del otro lado; balanzas oxidadas, instrumental ginecológico de época (¿cuántos niños muertos? Perdón, ¿cuál es el precio de la pinza que ya no luce sangre? Lo confieso, me quedé largo rato mirando esos instrumentos de tortura, pensando en mi cuerpo, en mis hijos no nacidos, en el horror del que solo sabe una mujer.)
Desde un viejo tocadiscos un vinilo de Serrat me trajo de regreso. A esta tarde fría. Ventosa. No recuerdo qué cantaba, pero todo conspiraba para apurar mis pasos y refugiarme en el interior de mi automóvil. Tal vez para entrar en calor. Tal vez para llorar. Tal vez para dejar de buscar lo que ya no. Porque todo parecía haber formado parte de mi vida. Aquella sopera de loza, el cuello de nutria que vestía Mamina, caireles y más caireles; estatuillas chinas, el vaso de los Pitufos, ángeles comprados en un atelier de Saint-Germain-des-Prés, ¿y ésa mujer quién es? Soy yo, frente a un espejo que alguna vez tuvo un marco. Una imagen suelta de una mujer distinta que ya no sabe mirar con curiosidad. Que imagina vidas, sopas calientes tomadas haciendo ruido y con cucharita de plata; cigarrillos apagados en ceniceros de hoteles donde alguien esperó, amó, durmió, se desveló, o ella ni siquiera se presentó a la cita. Cajas y cajitas que habrán guardado tesoros parecidos a los míos y que nadie sabrá: ese barquito, ese botón, ese rosario. La pena de ver tanto pasado puesto en venta. Cuantas cosas amadas que han dejado de serlo. Y de pronto me encuentro con jades verdaderos y budas y dragones. Y una pequeña figura en madera de los tres monitos sabios: "nada oigo, nada veo, nada digo". La sabiduría de parecer tonto. Me sonreí, me acordé de vos. Pero fue una sonrisa amarga, un rictus, una mueca de dolor que a veces punza, ¿sabés? No supe hablar, no supe oír y no supe ver. Hasta que…, y me pregunté porqué la mentira. Qué te llevó, que te lleva al juego de las lágrimas una y otra vez, una y otra vez. Una y otra vez.

-¿Puedo ayudarla en algo? Preguntó el anticuario.

-No. Creo que no.

El frío se había vuelto insoportable.

Nadie más.

Hoy me reencontré con un objeto que forma parte de mi pasado. Una ampulosa araña de cristal, testigo de un tiempo en el que yo no era yo, me rodeaban cuatro hijos y un marido, y el dinero disimulaba tristezas y opresiones.
Todavía tengo mis tristezas, pero ya no las escondo. Eso no significa que las comparta. A veces digo: “no quiero hablar de eso”. Antes decía: “no me pasa nada”. Y trataba de creerlo. Todos trataban de creerlo.
Ya no miento. A nadie le interesa creer en mis mentiras. A nadie le conviene. Es la primera vez que mi tristeza, entristece. O que mis silencios duelen. Aquí me dejan en paz, pero los ojos indagan y de los ojos salen manos que acarician mi cabeza. Y con eso basta.
Nada permanece demasiado tiempo.
Por eso los reencuentros son reveladores. También con los objetos.
Si ya no soy aquella, ni la otra, la araña de cristal tampoco es la misma.
Todos sus caireles están intactos, pero yo la vi quebrada. Lejana a mi corazón. De un brillo opacado por la distancia de quien sigue viviendo, y para vivir se va quitando lo que provoca extrañeza, lo que se va sintiendo ajeno.
Cristales.
Frágiles.
Decidí desarmarla, cairel por cairel, palabra por palabra. Soltar engarces, trabas, cables.
Poner cada pieza sobre la mesa.
Ya no es lo que parecía ser. Ahora no ilumina.
Nadie más podrá ver lo que yo vi.

Y vos lo sabés.

A partir de mañana serán cristales pendiendo de ventanas abiertas, refractando una luz verdadera. Arco iris en mis paredes.
Cada día.
Con cada sol.

Aunque haya dolores como vientos que cortan.

Cada pregunta tiene su respuesta.

-¡Pero usted colecciona hijos de puta! Decía mi analista.

Es verdad. Sí. Yo coleccionaba hijos de puta. Por entonces los mocos me impedían hablar, yo asentía con la cabeza y -piadosamente- mi guardiana sacaba de su bolso una caja de Kleenex. Era todo lo que podía: levantar una ceja, llorar, colgarme de una grieta, llorar, acumular pañuelitos sobre el escritorio, llorar. Charcos de lágrimas azules o violetas. Lágrimas de colores sobre un fondo de sepia gastado (mi alma).
Efectos especiales.
Afectos especiales.
Amores que devastan. Yo, una suerte de platillo lanzado hacia la nada. El amor, el mal amor, se lo llevaba todo.
Paloma alimentada de migajas, postergada, clandestina, subida a la calesita del embuste del nunca jamás, temblando de gozo ante la sortija robada. Robada y con devolución.

-Ya es hora, decía él.

Y una va perdiendo dignidades.

-Te acerco hasta tu casa.

-Bueno.

Con tal de estar. Con tal de transformar semáforos en besos. Miradas. Manos que se asfixian. Sexos áun latiendo, extenuados, doloridos. No te vayas. No lo digo. Para qué.
La vuelta con la música aturdiendo/me. No pienses. No pienses. No pienses.
Te amo. Te amo. Te amo.
Y otra vez las lágrimas que secaba furiosa, maldiciendo la hora de haberte conocido y ese bautismo de muerte en el sentir. Ese ahogo de la cobarde ausencia. Ese no saber quien soy, quien sos. Quien fui. ¿Con qué derecho me despertaste del letargo de mi sueño químico? Para qué me hiciste soñar. Para qué me dejabas. Para qué volvías.
Cada pregunta tiene su respuesta, dice la canción.
Pero ninguna canción me la daba. Ni siquiera las tuyas, aquellas que marcaban impasses-rupturas- reencuentros. Historias. Cuentos y novelas. Ficción.

Yo, lo único que quería, era darte mi amor.

Aquello… aquello fue.
Ya no es.
Ya no soy.
Ya no.

Volverte a ver…
Volverte a ver me permitió darme cuenta de una cosa: hace mucho tiempo que te fuiste de mi vida.
Un extraño con rasgos conocidos.
Y cuando cerraste la puerta para irte, no lloré. No sangré. Sólo alivio y dolor ante la evidencia del ya no.
Ya no soy.
Ya no es.

Sagrado.

Una mujer lo quiere todo.
Quiere todo lo que quiere.
Quiere todo lo que tiene por derecho propio.
Una mujer, quiere.
Una mujer no tiene lo que no quiere. Podrá estar allí, ocupando algún lugar; pero nunca lo sentirá parte de su esencia.
Las mujeres tenemos un costado casi inaccesible. Casi luminoso. Casi para nadie.
El hombre nos tantea, sus ojos no son nuestros ojos, el interior de sus retinas no conecta con el alma, salvo en el amor.
Pero el amor. ¿Qué cosa es el amor?
Ah, el amor es lo primero que a una mujer se le revela. Aún antes que sus pechos. Nacemos con un amor claro, y aunque todo oscurezca extendemos la mano y encontramos su norte. ¿Que dónde está?
Aquí, en mí. ¿Lo ves? No, no lo ves. Sos hombre, y hasta que tus retinas no conecten con mi alma supondrás haberlo encontrado. Una y mil veces. En vano. En muslos. En glúteos. En rostros. En tantas.
Amores furtivos. Que por furtivos, no son amores. Son una forma apócrifa de lo sagrado.
Entonces, voy a esperarte, amor; hasta que aparezcas.
Sagrado.

Nadie cierra los puentes.

Nadie cierra los puentes. Está partiendo. De madrugada y tan chiquita. A otra ciudad. Otra vida.
Hoy llamó para despedirse. Mi niña cósmica. Pero antes me escribió, y eligió esta frase para encabezar su mail: "Nadie cierra los puentes".
Primero sonreí. Triste. Indulgente con su inocencia.
Ella aún cree en puentes. Abiertos como sus sueños.
Pero ahora, mientras la pienso así, tan duende; tan bella, tan ajena a mi sangre… temo ser yo la inocente. Quisiera creerte.
No te lo lleves todo.
Dejame la luz del pantano, tus poemas, tus dibujos de Andy Wharoll, tus palabras extrañas, Los libros de la buena memoria, aquellos versos de Silvio que escribías con tiza en el altillo; un poco de tu risa breve.

¿A quién abrazaré como gorrión?
¿Quién bailará para mí?
¿Qué voy a hacer -también- sin vos?

Me pedís que te haga un búho. Sos hermosa. Sabés que me salen horribles.
Me contás que estás nerviosa por el nuevo comienSo. Sos hermosa. Aunque comienzo no se escriba con ese.
Me decís que nos faltaron cafecitos. Sos hermosa. Porque te los tomaste con T.
Café en un termo, de noche, en el arroyo. Una manta y el amor.


No te lo lleves todo, nena.
Dejame esta mirada. Húmeda, limpia. Casi tu mirada.

Y andate.

@ Silvio Rodríguez - Ojalá

El breve encuentro.

Son esos instantes.

Cuando siento que la vida está afuera, ahí nomás, sólo abrir la puerta descolorida por el sol.

Un árbol se yergue majestuoso y enfermo de muerte.

Aprendo.

Me enseña.

No somos tan diferentes.

De pronto un mirlo revolotea en círculos, cerca de su copa.

Dos, tres, cuatro pasadas.

En la rama más alta hay otro pájaro.

El mirlo se posa sobre ella , tan quieta, y copulan.

Él, frenético.

Ella, mansa.

Tal vez los pájaros no se miren a los ojos.

Pero este mirlo, luego del breve encuentro, repitió la ceremonia.

Voló en círculos, rozando a su compañera, acaso una despedida.

Acaso gracias, acaso te quiero.
Acaso Dios quiera que vuelva a encontrarte.


Él se fue, bello y veloz.

Ella permaneció un momento.

Sola, con mi mirada de pájaro hembra.

Y partió,
en dirección contraria, ajena a mi tristeza por no tener alas.

Para seguirlo.

Silencios propios.

Nunca mencioné la existencia de una iglesia en mi trayecto.

En otros trayectos, de aquellos que emprendo por pueblos de calles polvorientas, se las llama ”oratorios”. Y tienen puertas abiertas, aunque el cura no esté.
Son construcciones sencillas, pintadas a la cal; con interiores frescos y un silencio propio.
Un silencio interrumpido -quizá- por el ladrido de un perro.

A veces mis silencios ladran, aúllan, rugen. Y sólo otro silencio puede escucharlos.
Ya comprendí que no es cosa de humanos.
Es cosa de otro silencio.

Anoche lo busqué.

Pero había una puerta entre mi silencio animal y el otro silencio.
Una puerta cerrada.
Ya comprendí que es cosa de humanos.
No es cosa del otro silencio.
Y me quedé afuera. Del otro lado del otro silencio.

@ el canto de las ranas.

Adán y Eva.

Adán y Eva. *Para vos, de una Eva insomne.

-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
-Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.

-Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas?
Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin risas.
¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles?
Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo.
Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.
Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.
¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.

Jaime Sabines.

@ blame it on my youth - jamie cullum

Dropper.

Me siento estúpidamente infeliz.
Antes me sentía estúpidamente feliz. Era igual de estúpida, pero andaba contenta.

Odio esta sensación de espera. Lo peor, es que ignoro a quien espero. La lista es larga.

Tengan cuidado. Circulen con precaución. Mujer resbaladiza.

Boccanera, casi mi elegido.

Boccanera, casi mi elegido. Bésale las piernas a la poesía
aunque diga que no, que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga su lengua hasta
que abra los brazos y diga ¡Santo Dios!
o hasta que santodios abra los brazos de escándalo.
Bésale la poesía a la loba
aunque diga que no, que hay mucha gente que aquí
nos pueden ver.
Bésale las piernas las palabras
hasta que no de más, hasta que pida más
hasta que cante.

*Amo este poema*.

@ wilde horses- mazzy star

Ella y yo (hilos de agua).

Ella y yo (hilos de agua). Y es que todas las horas,
no caen a tiempo,
en el lapso entre un hombre y la luz...

Luis Alberto Spinetta.

Entonces, vos y yo, tenemos un pacto. Una decisión tomada en silencio.
Una imagen que se plasma como en papel de fotografía. La miro, no sé si en blanco y negro.
Noviembre transcurre entre días de días ciclotímicos.
Yo cuento lo que queda y tacho las horas por venir. Las ya vividas no me interesan.
Creo moverme en el tiempo del eterno ahora, y a veces logro apresar esa sensación fugaz del segundo que pasó.
El ahora es un permanente “acaba de irse”.
A cambio queda el hoy para decidir la dirección de mis vientos o de mi tempestad.
También para cambiar su rumbo.
Crear una tormenta eléctrica o una llovizna imperceptible.
Un sol que me dará lo mismo.
Una canción que me acompañe dos, veinte, cincuenta veces hasta fundirse en mí. Hasta que surja algo nuevo, escondido, olvidado, que estaba pero no sabía. Y camine en círculos acortando distancias, alargando mi mano, aguzando mi olfato, cerrando los párpados. Dejo que “la cosa” me habite buscando un lugar en mis entrañas; tal vez en el corazón.
“La cosa” es como ese hilo de agua que va cayendo del otro lado de los ojos. De su reverso. No se ve, nadie la nota, pero se siente en un temblor repentino, en la tristeza del dolor más dulce, en el cristal que tomo al azar creyendo que… en mi propio vacío a la espera de… es eso que miro en la marca que deja el humo en la pared, en la huella del picaporte, en un zócalo roto.
“La cosa” me interpela, me narra historias con acertijos, me acaricia, se compadece, me sacude como un amante, araña mi espalda cuando la pierdo, me besa los labios cuando la encuentro
y otra vez me llama.

Me llama.

Y despertamos abrazadas entre hilos de agua.

@ ad libitum - chambao

Re/trato.

Re/trato. El gorrión de París, los gorriones de Prevert, el que rescaté hace horas de las fauces de mi Luna.

Pintar primero una jaula
Con la puerta abierta
Pintar después
Algo gracioso
Algo simple
Algo hermoso
Algo útil
Para el pájaro
Apoyar después la tela contra un árbol
En un jardín
En un montecillo
O en un bosque
Esconderse tras el árbol
Sin decir palabra
Sin moverse…
A veces el pájaro aparece al instante
Pero puede tardar años
Antes de decidirse
No desalentarse
Esperar
Esperar si es necesario durante años
La prontitud o la demora en la llegada del pájaro
No guarda relación
Con la calidad del cuadro
Cuando el pájaro aparece
Si aparece
Observar el más profundo silencio
Aguardar a que el pájaro entre en la jaula
Y una vez que haya entrado
Cerrar suavemente la puerta con el pincel
Después
Borrar de uno en uno todos los barrotes
Con cuidado de no rozar siquiera las plumas del pájaro
Reproducir después el árbol
Cuya más bella rama se reservará
Para el pájaro
Pintar también el más verde follaje y la frescura del viento
El polvillo del sol
Y el zumbido de los bichos de la hierba en el calor
Del verano
Y después esperar que el pájaro se decida a cantar
Si el pájaro no canta
Mala señal
Señal de que el cuadro es malo
Pero si canta es buena señal
Señal de que podéis firmar
Entonces arrancadle suavemente
Una pluma al pájaro
Y poned vuestro nombre en un ángulo del cuadro.

Para hacer el retrato de un pájaro, de Jaques Prevert

@ y nada más- silvio rodriguez

Cuenta de sol.

Cuenta de sol. Un collar de atardeceres, de cuentas de soles, de soles de cuento. Con un collar así, no necesitaría lunas como panzas para ver mi camino. Sería una mujer faro. Bajaría la quebrada rodeada de tucos. Me verías de lejos.

Entonces podrías esconderte.

Pero que grises tus días sin soles. Pensándolo bien, puedo sentarme en la roca de la puerta dorada, morder el hilo del collar, acomodar cada cuenta entre mis muslos,
y dejarte un sol allí.

Un sol que huela a mí.

Y podrás cerrar los ojos,
pasar tu lengua para borrar mis besos
hasta borrar tus labios
hacer una cruz con tu deseo
y llevarla al hombro como al descuido
matarme en cada sueño olvidado
olvidarme en cada sueño muerto
pero el sol
mi cuenta de sol,
tu sol de cuento,

… ya que importa.

@ why- annie lennox

Trazos / Trozos.

Trazos / Trozos. XI

si estuvieras aquí
para sostener con tu dedo
-sin alianza-
alguno de mis párpados
que caen por el sueño
o las pastillas

podría escribir
una poesía
horizontal.

pensándolo bien...
puedo escribir con los ojos cerrados
si de tu cuerpo se trata
.

VI

tengo a mis musas atadas con cadenas
no quiero que se suelten
no así nomás
tal vez alguna se rebele
y con uñas de esmeril
y paciencia de esclava
aguarde hasta mi sueño
para limar un eslabón
de oro y ametrino

noche

tras

noche

para,
finalmente,

delatarme
.

XX

juegas con tus cabellos de venus
como esas inclusiones de mis cristales
pálidas, doradas, intocables
que me vuelven deseosa
de lo imposible
que no es otra cosa
que incrustarme
hilo a hilo
en los poros de tu pubis

y que juegues

conmigo
.

@ -fragile- julie zenatti

Acordes.

Acordes. La lección de piano.
Esa melodía logra hacer con mi alma lo que quiere, me aturdo en un amor sin sexo que moja mis pestañas buscando a quien asirse en la memoria. Es como si ya me hubiera ocurrido pero no logro reconocerme ni reconocer las manos que con cada tecla se hunden sin saber de superficies, aguijoneando dulcemente los lunares de mi espalda y aquel que se esconde bajo el pecho izquierdo de mis pechos, y que ningún amante recuerda porque los amantes miran otra cosa que las mujeres miramos pero además… además miramos con las yemas de los dedos y con las aletas de la nariz que son como faros/guías hacia el olor amado y jamás olvidado o confundido… porque las mujeres archivamos pieles, miradas, gemidos, silencios, procacidades y ternuras, y somos tan obsesivamente cuidadosas de nuestros recuerdos que jamás cambiaríamos el laurel de cabeza o la cabeza del laurel aunque guardemos una vela en la nevera o sirvamos el vino en ceniceros… porque para eso están las distracciones, para eso. Pero jamás para olvidarnos de quien nos hizo llorar al ofrendarse como dios, becerro de oro, vientre sabedor de todos los placeres perdidos en el tiempo de lo irrepetible, huella fresca en la cama de cada noche, de cada mañana, de cada nuevo día /hombre/quien/ qué importa si nunca te irás de mí aunque mis urbes de vaca no sagrada se vacíen en boca de becerros… nunca de oro.

Caracolas y corales.

Caracolas y corales. Una mujer caminando por la playa donde todo es lejano, ella y las arenas, latitudes de un trópico que sin embargo no embarga los sentidos porque también la lujuria está lejana, ni siquiera sospecha que la palabra se hace carne y marca. Una mujer caminando por la playa que moja los pies que siempre están fríos porque en alguna parte el frío la delata y la delata justo allí, en el lugar que menos importa porque aún no conoce de lenguas que saboreen sus dedos como si fueran almejas. Una mujer caminando por la playa con la ausencia metida en los ojos como persianas negras y la piel tan caliente y tan roja que parece un sol de tarde de cielo de otoño porque el orden de las palabras no altera el ánimo ni el ánima ni el ánimus. Una mujer caminando por la playa que sólo se detiene a recoger caracolas y corales que pondrá en una tinaja de exquisito cristal de bohemia por lo tanto decir tinaja es como llamarle sidra a una botella de champagne “cristal” y entonces recuerda que aún conserva en el refrigerador un par de ellas pero sabe que no las abrirá, si no habrá que festejar más que el tedio y el tedio es cosa que no se festeja. Una mujer caminando por la calle que toca el timbre de una casa que no es suya y pide ver las cajas que conservan lo que el viento se llevó mientras el hombre de aspecto impresentable le señala con un dedo el cuarto oscuro que guarda sus tesoros -los de ella- y mientras le habla de enfermedades achaques y vejeces, ella pide permiso para encender un cigarrillo -como no- le dice el señor que solo quiere cobrar por ocultar lo que parecen muebles, lo que parecen platos, lo que parecen juguetes, lo que parecen caracolas y corales que han perdido la memoria de cada idea, de cada silencio pegado a las manos en el gesto de asirlas. Una mujer sentada frente a su computadora escribe sobre playas donde todo era lejano, ella y las arenas, y de vientos que soplaban como lobos arrasando pasados de raíces desnudas, de brazos livianos como débiles ramas que pierden hojas como niños muertos.

@ windmills of your mind - sting

Lo imperdurable.

Lo imperdurable. mío
tuya
soy
de nadie
porque en nadie estás
vos no sabés
que cada noche
a las nueve
tenemos una cita
me siento en la cama
de tu lado
-acordate-
y te pregunto
sin abrir los ojos
ni los labios
si extrañás mi perfume
si querés venir
si podemos abrazarnos un instante
sin tocarnos
sin besarnos
como cuando jugábamos
a prohibirnos
media hora
-decíamos-
y vos levantabas mi vestido
con un dedo
-no te toco-
y en el mientras
tanto
floyd nos dañaba el cerebro
y le echábamos la culpa
al destino
y eran ellos
amor
fueron ellos
que escribieron esa música
sabiendo
que algún día
la nuestra
sonaría más alta

aunque taparas lo imperdurable
con tu boca.

@ try a little tenderness - the commitments

Revelaciones.

Revelaciones. Si cierro los ojos puedo creer que Miles Davis toca su Kind of Blue para mí. En esta madrugada quieta que huele a sándalo y melancolía.

La noche me pone de espaldas contra la pared.

Sin amante que me aprisione y deje su huella en la pintura de mi cuerpo.

Expuesta al tiempo que devora minutos y vomita las horas que recojo.

Y que vuelvo a sujetar en el reloj.

Sujeta.

Yo.

A tu ausencia y no queriendo.

Pegando bofetadas a los miedos.

Eternos villanos que van de cacería detrás de mis latidos.

Ellos saben.

A la voz de “éxtasis” atacan.

Yo disparo pensando en tus besos como armas.

En tus manos amor.

En tu sexo vivo.

Pero me distraigo pensando que será de mis sueños.

Si supieras…

- Hoy lavé tu ropa.- Dijiste.

Y yo escuché

Yo escuché otra cosa.

Tan tuya y tan mía,

Que no voy a contarla.

@ So What .- Miles Davis

Mis Puentes de Madyson.

Mis Puentes de Madyson. Haría falta ordenar este lugar. Cambiar de sitio algunas cosas, poner más atrás, más adelante, esconder, mantener, tirar.
Anoche vino Fede a donarme su máquina, me pidió algunos drivers y discos; y buscando entre zips, cd’s, y disketes; encontré tanta historia…
Mails de X… más mails de X… X1, X2, X3, X4.

- ¿qué hacés con eso? tiralo, dale.- me dijo.

- no voy a tirar nada.

- ¿pero para qué guardás cosas de ese pancho que respira porque el aire es gratis? ¿puedo mandarle un mail?

- no, no podés. Y yo no te digo qué tirar y qué no.

Me apresuré a guardar las evidencias de mi debilidad. De esta ausencia de determinación. O de esta determinación por conservar ausencias.
Recordé la película “Los puentes de Madyson”. Cuando él le dice a ella, casi en un grito: “no quiero necesitarte si no puedo tenerte”. Frase que jamás olvidaré porque fue mi propio grito.
Nadie quiere necesitar.
Pero la vida y yo no siempre hacemos pactos. Y mucho menos de honor.
Por lo tanto, he necesitado (porque quise necesitar), sabiendo que no tendría lo que necesitaba (porque tal vez no quería tenerlo). Creo que en algún momento fui ella, cuando se toma de la puerta de la camioneta, mientras afuera llueve y delante aguarda él, mirándola implorante por el espejo retrovisor, acariciando el crucifijo, deseando que la luz del semáforo no corte en ese instante, esperando que ella se lance de una vez… y ya, que se hace tarde, que todo puede terminar o todo puede comenzar… como si “todo” dependiera de abrir o no esa puerta… de ese gesto, de ese mínimo gesto… mientras gritábamos “tiraaaateee… andate con él boluda, ¿no ves que se aman?...daaale… pero daaale!!!”
Semáforo verde y bocinazos del marido, que nunca,
jamás,
en toda la película,
nos pareció más agrio / gordo / aburrido / previsible / marido, al fin.
Todavía lloro al ver esa película.
Y todavía le grito las mismas cosas.
Pero ya no la juzgo. Ya no le reprocho su falta de determinación. Que es ausencia. Siempre es ausencia.

Todos hemos tenido nuestro Puente de Madyson.

Y recuerdos atesorados sino en baules, en cajas de disketes.

Sentidos.

Sentidos. no me dances como fantasma herido
porque no voy a dejarme llevar hasta la luna
por más que ahulles,
por más que derrames el olor de tu semen
para que yo lo beba en mi caliz de loba
ya no vagaremos juntos y lejos de todo
ni habrá noches de pausas infinitas
te dejo mi pellejo, termina de quitarlo
yo solo quiero vestir de terciopelo
y no puedo si mi piel no se desnuda
ahora puedes mirarme, el deseo no te cruzará los ojos
nunca has visto más hembra que una loba
no sé que eclipse o que tormenta
me ha dado vuelta los sentidos y se me antojan cosas nuevas

no puedo evitar las imágenes que laten

cuando dormida me alejo

buscando

pecados


(escrito escuchando if u wear that velvet dress,
y porque sí.)