Manada de amor.
Zafiro extraña a su madre. Y no decide si por Luna o por mí. Ella se comporta como si fuera su cría: lo lame, lo sigue de cerca, le pone límites, ha cedido territorio, deja que duerma sobre mi falda; me comparten. Pero él quiere teta. Y teta no hay. Ella se deja buscar, el pequeño se prende infructuosamente de donde no manará leche, solo un empujón sin uñas a la vista, y luego un coletazo que lo alejará un momento. Es entonces cuando lo tomo en brazos, me hace miau, y se deja mecer. Lo beso y lo acaricio. Le hablo despacito, me abraza con sus patas diminutas, cierra los ojos y ronronea. No sé si me escucha, pero yo le cuento cosas. Le digo que estamos felices por tenerlo, que aquí será querido, que siempre lo estuvimos esperando. Que ahora somos cuatro.
Habrá gente que no lo entienda. Pero a la hora de irme a la cama, cuando la angustia comienza a dormirse, nada me da más alegría que saberlos conmigo. Porque no importa a qué hora me acueste, ellos me esperan. Y cuando apago luces, con el último cigarrillo aún encendido, sus patitas resuenan a mis espaldas, y cada cual ocupa su lugar y mientras dejo que mi mente acabe con los últimos divagues, escucho los ronquidos de Pug, siento el calor de Luna pegada a mi cuerpo; el silencio de Zafiro debajo de la cama. Si me duermo en paz, no es por la pastilla. Es por ellos. Que son mis ángeles. Que me esperan detrás de la puerta del baño, que se bancan mis ausencias (las reales y de las otras), que tienen ese amor incondicional que sólo conozco en mí. El resto, la gente, no sé
Hay ocasiones en que la vida nos echa a patadas de nuestra manada. Y vagamos como lobos perdidos, aullando por las noches, todo nos resulta extraño, dolorosamente nuevo, sin aromas conocidos. Tal como hace Zafiro, buscamos una teta, un alguien, un algo que nos contenga. Pero la selva de cemento está llena de animales carroñeros, de aves rapaces, los depredadores huelen y sentimos el peligro. Y no siempre sabemos defendernos. Todo territorio nuevo se nos presenta hostil, incierto, vago. Habrá que buscarse otra manada o moriremos.
Y en esa suerte de ensayo, de personas que entran y salen de tu vida, de paredes por pintar, de rincones que ocupar, son pocos los que permanecen.
Yo podría contarlos con los dedos de una mano. No son más que tres o cuatro. Pero entre ellos y mis animales, he formado mi manada una pequeña comunidad en la que todos vibramos a una frecuencia parecida y creo que allí reside la verdadera aceptación. El verdadero amor.
@ escuchando el sonido de mis llamadores ;)
Habrá gente que no lo entienda. Pero a la hora de irme a la cama, cuando la angustia comienza a dormirse, nada me da más alegría que saberlos conmigo. Porque no importa a qué hora me acueste, ellos me esperan. Y cuando apago luces, con el último cigarrillo aún encendido, sus patitas resuenan a mis espaldas, y cada cual ocupa su lugar y mientras dejo que mi mente acabe con los últimos divagues, escucho los ronquidos de Pug, siento el calor de Luna pegada a mi cuerpo; el silencio de Zafiro debajo de la cama. Si me duermo en paz, no es por la pastilla. Es por ellos. Que son mis ángeles. Que me esperan detrás de la puerta del baño, que se bancan mis ausencias (las reales y de las otras), que tienen ese amor incondicional que sólo conozco en mí. El resto, la gente, no sé
Hay ocasiones en que la vida nos echa a patadas de nuestra manada. Y vagamos como lobos perdidos, aullando por las noches, todo nos resulta extraño, dolorosamente nuevo, sin aromas conocidos. Tal como hace Zafiro, buscamos una teta, un alguien, un algo que nos contenga. Pero la selva de cemento está llena de animales carroñeros, de aves rapaces, los depredadores huelen y sentimos el peligro. Y no siempre sabemos defendernos. Todo territorio nuevo se nos presenta hostil, incierto, vago. Habrá que buscarse otra manada o moriremos.
Y en esa suerte de ensayo, de personas que entran y salen de tu vida, de paredes por pintar, de rincones que ocupar, son pocos los que permanecen.
Yo podría contarlos con los dedos de una mano. No son más que tres o cuatro. Pero entre ellos y mis animales, he formado mi manada una pequeña comunidad en la que todos vibramos a una frecuencia parecida y creo que allí reside la verdadera aceptación. El verdadero amor.
@ escuchando el sonido de mis llamadores ;)
20 comentarios
muralla -
Su calor es especia.
Un abrazo, queridiña.Muralla
Mon -
**descreídos, por favor, abstenerse de comentarios... miau y gracias**
Mon -
¿sabés por qué eligen esa zona para echarse?
si lo sabés, ok... si no, te lo cuento.
besitos.
Moonsa -
Mon -
besitosss
Moonsa -
Mon -
besos, linda.
Mon -
Mon -
un beso, alteza.
Mon -
Mon -
besotes!
Mon -
besos linda ;)
Mon -
Mon -
la única sonrisa del día :))
gracias mi faro.
PD: por cierto, ya están sobre mi monitor
Moonsa -
Ana -
besos bella
p.d. escribes genial
Turandot -
Un abrazo, diosa 'mater'
GreGori -
Mi perrita, siempre viene a buscarme cuando es la hora de dormir, como si yo fuera su mamá (¡¡¡o su hijo!!! :-), y yo le hago creer que "enseguida me acuesto", aunque ahora, está cambiando de hábitos... Supongo que porque se hace viejecita...
No importa cuantos verdaderos amigos tengamos, de esos que se cuentan con la mano, siempre y cuando sean VERDADEROS. Como siempre, es la calidad de las personas -y no la cantidad de personas- lo que llena el vaso.
Besitos tiernos, como tu post, para Zafirobonitonombre
NADA -
En cuanto a lo de la manada, puedes comprender que también coincido en tu opinión; pienso que son pocos los que permanecen, pero es por algo.... Los que pasan fugazmente, nos hacen apreciar más a los que siempre están ahí..
Besitos preciosa :))
Pedro Glup -
Cuantos queremos teta pero no hay una madre, el tiempo ya pasó.
Ni siquiera hay una mujer, ni una voz.
Estamos solos, escuchando el silencio de los llamadores.
No trato de ser banal, cuantos queremos teta (Y teta no hay).