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VOLVERSE HUMANO

Golondrinas sobre Hellen.

Sí, sé que no estoy escribiendo. Mi rutinaria vida pueblerina, que incluía lecturas en el bar que está frente a la plaza, vagabundeos con mi perra, los pies sumergidos en el agua de la acequia… todo está contenido en una suerte de paréntesis. Es una caja más, de las tantas que aguardan ser abiertas.
Acomodar.
Acomodarme.
Aceptar –y cómo me cuesta- que ese lugar tan bello, es mío. Y sólo mío.
Soy yo; hecha de piedras y troncos.
Expuesta más que nunca a los puntos cardinales del arriba y el abajo (perdón Dany, me gustó tu frase).
Es una casa sin escapatorias. La montaña, los cerros, el morro, los valles, el cielo, los árboles; serpientes y pájaros; todo está allí. Adentro y afuera se confunden / funden / fusionan / sueldan / acoplan. Cópula perfecta.

Ayer se llenó de golondrinas. Se posaron en los techos y lo cubrieron todo, incluso a Hellen, la bruja de mi veleta.
No es zona de golondrinas. Ya no sé que es. O aún no lo sé. Tengo que aprenderlo todo.
Tampoco soy la persona que creía conocer en detalle. La casa me dice que hay más. Que hay otras.
Mi latido es diferente y yo me olvido.
Me olvido.
Me cuentan que la gente pregunta cómo llegar “hasta una cabaña muy hermosa que está alejada”.
Es como si preguntaran cómo llegar hasta mi alma.
A veces pienso que logré algo maravilloso partiendo del dolor más profundo. No hablo de la belleza. Hablo de ese momento en que quedan dos opciones: una sola clase de vida o las tantas clases de muerte.
Y mi dolor es la materia prima, la piedra fundamental, el barro que no huele a fango.
No me importa decirlo: me siento orgullosa. Por atreverme. Por ser como soy. Por haber aprendido a rodearme de gente sencilla. Por dejarme querer. Por confiar (un poco más), en la vida.
Por mis despertares –los de la mañana y los de adentro-. Por meter mis manos en la tierra para sembrar; para hacer más, multiplicar, sumar, sumarme. Por todos mis no, y todos mis sí. Por mis crisis que siempre son con alas. Por mis miedos, que son tantos.


Hoy no puedo escribir sobre otra cosa.

Pasaba por aquí.

Estoy tan cansada que pagaría porque siete enanos caminaran sobre mi espalda.
Y creo que el agotamiento me desmoraliza. ¿Para qué trabajar tanto haciendo arte outsider que hasta tengo que explicar “que es ese circulito”?
La gente a quien le gusta lo que hago, no tiene dinero.
-Ah, pero vos sos artista-. Dicen, como si tuvieran que pagar por un artículo suntuario.
La gente que tiene dinero prefiere comprar un apellido.
-¿Esto es un Ortega legítimo, no?
La gente que ni siquiera entiende de simbolismos busca rosarios, palmeras o cacatúas de ónix . Encima verde. Ahhh como lo odio.
Me recuerda a una enorme langosta con antenas de bronce que mamá compró la primera vez que estuvimos aquí. La puso sobre un hogar que funcionaba a gas. Yo tenía ganas de quemarla, pero sospechaba que cualquier atentado contra esa cosa siniestra me costaría caro.
Tuve que aprender a convivir con ella. Desde entonces, mis ojos no aceptan nada que esté por fuera de mi –particular- sentido de la estética. Y si la cosa en cuestión no me pertenece, la escondo.
El gringo no encuentra ciertos objetos.
Cuando me mude, se los devuelvo.
Casi todo está en el altillo. Hay que ser valiente para subir a ese tugurio. Pero curiosamente, en ese lugar encontré verdaderas perlitas –que por supuesto, ahora son mías-
Amo los altillos. Los galpones. Cualquier espacio que guarde lo que jamás esperaría descubrir.
Espacios para descubrir.
Qué de la historia de los otros.
Qué de mí.
¿Por qué un clavo de herradura, torcido y oxidado; me resulta fascinante?
Ahí anda el –ahora- mi clavo. Entre mis tesoros.
Soy una niña, una nena, una púber, una fisgona, una casi cleptómana; pero admito que espero el momento en que él se va, para abrir esas puertas. Y abrir mis ojos. Despejar telarañas con las manos, empujar cajoncitos, treparme sobre ellos, llenarme de polvo y buscar. Buscar.
Revolver.
Desentrañar.
Imaginar afectos. Fotos viejas detrás de marcos antiquísimos. (Sí, ya me apoderé de uno). ¿Eran felices, se querían, por qué no sonreían?
También se encuentran cosas que mejor no.
Cosas que despertaron mis celos dormidos, furias que no me conocía, sentimientos reveladores.
Posesión.
No acepto que me posean. Pero mis reglas no corren para el otro.
No no no, no es fácil convivir conmigo. Aunque a él le resulte una delicia.
Yo creo que me miente.

Informe de situación.

Hola!!!
Gracias por todos los mensajitos que dejaron en el post anterior. Me hubiera encantado contestarles a cada uno de ustedes, es lo menos que merecen; pero juro y recontrajuro sobre los santos evangelios de San Barandán que no tengo nada de tiempo.
Por lo tanto, no voy a postear hasta que me acomode un poco. Tampoco puedo pasar por sus blogs (sí, échenme nomás, táchenme de sus listas, me lo merezco).
Pero trato de contestar sus mails. Recién acabo de ponerme al día. Mil perdones por la demora, pero jamás dejaría de responderles, aunque llegue tarde.
Sé que hay respuestas que cuando llegan tarde no sirven.
En realidad, nada que llegue tarde, sirve.
Aunque dicen que más vale tarde que nunca.

Bueno, que estoy bien y los quiero.
Se me cuidan como mas les guste.

Besos con purpurina.

Count down.

Estoy cansada. Más que cansada, agotada. Desde que llegué no hice otra cosa que trabajar, lidiar con Zafiro que me obliga a levantarme a cada rato -me recuerda a los bebés grrrr- apasionado por los mosquitos corre tras ellos arrasando con todo, mientras escucho la mega - el rock nacional es una de mis adicciones- y apenas me acuerdo de comer y de bañarme.
Odio las mudanzas. Nada me pone más ansiosa. Me vuelvo torpe, ciega, lenta, obsesiva, dudo -¿lo llevo o no lo llevo?, no encuentro lo que está delante de mis ojos, o lo que ya tengo en la mano; llego hasta el baño y me pregunto qué hago ahí. ¿Qué vine a buscar?
Vuelvo. Siempre creo que desandando el camino voy a recordarlo. (Acabo de darme cuenta de que he dicho algo con mucha lógica).
Ahhh ahora están pasando “la indómita luz se hizo carne en mí, y lo dejé todo por esta soledad…”.
Bello tema. Pero me duele.
Tengo la manía de dejar todo para último momento. Aún no embalé nada. Y “nada” son cientos de piedras, ropa, zapatos, bolsos, búhos, gnomos, brujas, santos y budas, compactos, libros… pilas de libros… decenas de porquerías que me gusta colgarme, fotos… (bueno, eso no sé), tapices, todo mi trabajo (acabo de revolear el último pincel, no doy más), y las cosas (esas cosas que nos encanta comprar a las mujeres) para equipar mi cabaña. Me gusta que todo se vea bonito. Sábanas nuevas, toallas nuevas, colores shockeantes. Es mi estética de lo bonito.
El otro día mi viejo me decía, mirando la única pared que no es de troncos, “yo la pintaría de un beigecito”. (Nunca estuvo en mi departamento). Pero ya encargué la pintura -lila, lavanda, anda por ahí-. El único inconveniente son las víboras. No creo que mis colores las mantengan alejadas. Ayer, el Gringo, mató una yarará. Bueno, que no todo es rosas. En cualquier paraíso hay una instigadora, una culpable. ¿Morderé la manzana, o la manzana me morderá a mí?
¿Qué tanto de mi vida controlo?
Muy poco, por cierto.
También me voy con los brazos vacíos. Sin guardar memorias recientes. Abatida por lo que ya parece mi cruz, mi karma, esa razón que se me escapa. Lo incomprensible.
Y nada más. Contarles esto, así como salió, me voy a dormir… mañana tengo un día movidito.

Besos, beijos y besets.

Nadie cierra los puentes.

Nadie cierra los puentes.

Está partiendo. De madrugada y tan chiquita. A otra ciudad. Otra vida.
Hoy llamó para despedirse. Mi niña cósmica. Pero antes me escribió, y eligió esta frase para encabezar su mail: "Nadie cierra los puentes".
Primero sonreí. Triste. Indulgente con su inocencia.
Ella aún cree en puentes. Abiertos como sus sueños.
Pero ahora, mientras la pienso así, tan duende; tan bella, tan ajena a mi sangre… temo ser yo la inocente. Quisiera creerte.
No te lo lleves todo.
Dejame la luz del pantano, tus poemas, tus dibujos de Andy Wharoll, tus palabras extrañas, Los libros de la buena memoria, aquellos versos de Silvio que escribías con tiza en el altillo; un poco de tu risa breve.

¿A quién abrazaré como gorrión?
¿Quién bailará para mí?
¿Qué voy a hacer -también- sin vos?

Me pedís que te haga un búho. Sos hermosa. Sabés que me salen horribles.
Me contás que estás nerviosa por el nuevo comienSo. Sos hermosa. Aunque comienzo no se escriba con ese.
Me decís que nos faltaron cafecitos. Sos hermosa. Porque te los tomaste con T.
Café en un termo, de noche, en el arroyo. Una manta y el amor.


No te lo lleves todo, nena.
Dejame esta mirada. Húmeda, limpia. Casi tu mirada.

Y andate.

@ Silvio Rodríguez - Ojalá

Nada mases.

Nada mases.

Por dios, que no se me acaben los cigarrillos. Es madrugada y llueve. Además, si salgo así, seguro que me los regalan. Algún alma caritativa dormirá pensando en su buena acción del día: “le regalé mi atado a una mujer andrajosa, pobre… se estaba mojando la única ropa que tendría, toda manchada de pintura…”
Ah, desde que llegué no asomé las narices. Hice todo por encargo.
Pinto. Pinto. Pinto. Y miro películas de amor.
Hoy no estoy literaria. Como Glup después de su cuba libre (hola Glup, coleccionista de reinas, gracias por el mail, te anotaste un punto pero no te creo -aunque sí disfruto-). Tengo ganas de escribir sobre nada mases. No me roben el término que es un neologismo, los acusarán de psicóticos, háganme caso que soy psicoanalista aunque no imposte la voz, me fascine lo místico, coleccione piedras que inspiran imágenes, piense que Freud era un viejo misógino y Lacan un impotente, no cobre por mi trabajo y regale mis obras (ergo no trabajo, según F.), y tenga mi mesa atiborrada de caracoles (de un blanco insípido) que haré pasar por mi pincel transmutador. Ahhh ojalá existiesen mares que devuelvan a la playa semejantes caracoles. Intensos, metálicos. Gustan o lastiman. Como yo.
Pero yo no soy metálica.
Tampoco lastimo. Aunque hay cosas que no me dan lástima. Ninguna.
Lo decía por lo de “intensa”. Y porque en general gusto, aún cuando no quiera.
La gente se me pega. Se me pega. Se me pega.
¿Qué?
¿Qué tengo?

- Mucha paz, Mon, vos no te das cuenta. Decía N.

¿Cómo se puede ser intensa y transmitir “esa paz de la que no me doy cuenta”?

-Te extrañé todo enero; necesitaba conversar con vos. Decía M.
-Hablábamos con tu madre de lo hermosa que se te ve, volvé pronto. Decía D.

Eso me mató. Me miro a cada rato en el espejo. Noto que mi “hermosura” se va borrando con los días. Aquí es aquí.
Aquí me faltan ojos. Mi mirada rebota contra la pared.
No es lo mismo.
Yo me alimento de pupilas, voces, pieles.
Aquí hay tallarines. Yogurt, galletitas.
No es lo mismo.
No es lo mismo tocarme que ser acariciada. No es lo mismo regañar a Zafiro que reírme a carcajadas.
No es lo mismo un hombre que un peluche de Taiwán. (Me encanta esa canción).

Lo bueno de lo malo es que nunca es lo peor. Lo peor es el teléfono. No para de sonar.
Hay amigos (los menos) que se creen maridos: “Mónica, ¿ESTÁS AHÍ???”, vociferan a través del parlante. Una, dos, diez veces. Yo les hago fack you y no levanto el tubo.
No me gusta que me jodan. Que se crean imprescindibles. Que supongan que soy minusválida. Que no puedo pensar sin un par de testículos al lado. Que alguien -cualquiera- puede ser el lobo disfrazado de abuelita. Que necesito consejos financieros.
Además, ya les descubrí el jodido truco.
La mayoría tiene la intuición con pronóstico reservado. Se asesoran con asesores de otros asesores, que a su vez son asesores de los asesores de. No arriesgan nada, como si sus penes de/ pen/ dieran de que nada quede pen/ diente. Todo en su lugar y perfectamente calculado. También sus vidas privadas. Que de tan privadas no aparecen ni en el cajón de los calcetines.
Entonces te invitan a un -nunca inocente- café, y preguntan: “¿y? ¿qué tal te está yendo?”

-Hasta ahora sin problemas-. Contesto. Y aguardo. Sabiendo. Lo que ellos ignoran que sé.

Me creen su cobayo.
Yo los creo estúpidos.

-Mirá vos, que bien… yo estoy por hacer lo mismo. Dicen.

**¿Cómo? ¿No era que ya lo habías hecho???** Pienso, con ganas de escupirles un ojo. Pero me abstengo porque les conozco el juego. Y porque mi intuición no está atrofiada. Hago lo que siento, no lo que me dicen.
No dejan de ser eternos pollerudos. Mami, mami, tengo miedo.
Tengo miedo de perder, tengo miedo de querer, tengo miedo de creer. Dale mami, vos primero. Tirate a la pileta que yo te sigo -después-. Decime si es honda, si el agua está fría, si tiene mucho cloro, si tiene poco cloro, decime si hay agua
.
Turbio, ¿no?
Turbio que manejen tan bien su lóbulo izquierdo, pero dependan del lóbulo derecho de una mujer para tomar decisiones.
Creo que esos amigos, cuando no logran llevarte a la cama, se convierten en personajes insufribles; al acecho de una teta simbólica que les alimente la ilusión mesiánica.
Cuando llaman no escucho más que lamentos bolivianos. O favorcitos que no pueden esperar.
-ahora NO, me estoy haciendo la tintura.
-justo JUSTO estaba entrando a la ducha.
-estoy ESPERANDO un llamado del banco.
-anoche no dormí NADA.
Esas son mis excusas para los hombres tentáculo. Para los invasores. Para los confundidos. Para los porsiempreestresados.
Me he vuelto guardiana de mi armonía. Defensora de mis deseos. Carcelera de mi soledad.

Por último…
¿alguien quiere un gato negro, pequeño aún, capaz de levantar la tapa de la mochila del inodoro y tirarla a la mierda?

Es de lindo…

@ deep forest - café europa

Por la tarde.

Por la tarde.

"tu piel y yo
bajo el agua,
recordándote"


La Ducha
Por Charles Bukowski


Nos gusta ducharnos después
(a mí me gusta el agua más caliente que a ella)
y su rostro siempre es suave y tranquilo
y ella me lava primero
me extiende el jabón por los huevos
los levanta
los aprieta,
luego me lava la polla:
"¡oye, esto sigue duro!"
luego me lava el vello de ahí abajo,
la tripa, la espalda, el cuello, las piernas,
yo sonrío, sonrío, sonrío,
y después la lavo yo a ella...
primero el coño,
me pongo detrás, mi polla en sus nalgas
suavemente enjabono los pelos del coño,
lavo ahí con un movimiento suave
tal vez me detenga más de lo necesario,
luego las piernas por detrás, el culo,
la espalda, el cuello, la hago girar, la beso,
enjabono los pechos, luego la tripa, el cuello,
las piernas por delante, los tobillos, los pies,
y luego el coño, una vez más, para que me dé suerte...

otro beso, y ella sale primero,
se seca, a veces canta mientras yo sigo allí
pongo el agua más caliente
disfrutando los buenos momentos del milagro amoroso
luego salgo...

normalmente es por la tarde y todo está tranquilo
y mientras nos vestimos hablamos sobre qué otra cosa
podríamos hacer,
pero el estar juntos lo resuelve casi todo,
en realidad, lo resuelve todo
porque mientras esas cosas están resueltas
en la historia de un hombre y
una mujer, es diferente para cada uno
mejor y peor para cada uno...

para mí, es tan espléndido como para recordarlo
después de la marcha de los ejércitos
y de los caballos que pasan por las calles fuera
depués de los recuerdos del dolor y el fracaso
y la desdicha:

Linda, tú me has traído esto
cuando te lo lleves
hazlo lenta y suavemente
hazlo como si estuviera muriéndome en sueños
en lugar de en vida,

amén.


@ Cibelle & Suba - Sereia

Ahora es después. (Para Greg, y todos)

Ahora es después.  (Para Greg, y todos)

Hoy quiero escribirte a vos, Greg. Con tu mail te sentí mi portavoz, pero nadie sabe a menos que se diga.
Es verdad, mi blog me está quedando grande.
En algún momento sentí lo contrario. Me desbordaban las palabras.

Como un cansancio sin poder estar cansada…, decís.
Y hablás de mi energía interior, que no trasciende.
En definitiva, que no cuento. O que no cuento como antes.
Ahora es después, Greg.
El epílogo del que hablaba Muralla.
Supongamos que estoy finalizando una etapa de mi vida. Hay un espacio de tiempo en el mientras tanto.
Un espacio de acomodos, letargo, movimiento, aceptación, cambios, miedos, osadía.
Yo no doy pasos pequeños.
Y me preparo largamente.
Pero cuando camino, cuando me lanzo, mis giros son radicales.
Apuesto sabiendo que puedo perder. Y si pierdo no lloro. Son mis reglas.
Y a nadie arrastro, en todo caso, invito.
No puedo escribir, Greg.
Solo decirte que tal vez necesite que alguien pregunte.
Profundo.
Sin esperar respuestas bonitas.
Sin juzgar.
Sin consejos.
Y soportar mis balbuceos, mis palabras desganadas. Mis puntos suspensivos. Mis propias incertidumbres, mis acostumbrados “no sé”.
No sé con quién.
No sé hasta cuando.
Pero me voy de Buenos Aires.
Y no porque allí tenga “un mundo pequeño, a medida”.
Me voy porque hay dolores que ya no puedo sostener. Y están cerca.
Porque son dolores que amo, o amores que duelen.
Porque me mata el silencio.
Porque ya alucino: “¿será?... se parece, pero no estoy segura”
Allí mi búsqueda se detiene y no persigo rostros. Solo voy detrás o delante de mi sombra.

Es curioso Greg, pero hace meses que escucho una canción -que ya no es una canción cualquiera- porque el tema lo canta “Callejeros”, la banda que tocaba en la disco que se incendió, dejando a cientos de familias sin sus hijos.
Leé parte de la letra:

Voces, sólo voces, como ecos /como atroces chistes sin gracia /Hace mucho tiempo escucho voces y ni una palabra /Y mis ojos maltratados se refugian en la nada /y se cansan de ver un montón de caras y ni una mirada / (...) / Y los sueños no soñados / ya se amargan la garganta y se callan /Y eso, casi siempre (o siempre), les encanta / (...) /Se apagó el sentido /se encendió un silencio de misa /Menos horas en la vida, más respuestas a una causa perdida: /de porqué los sentimientos, vuelven con el día /Solo, como un pájaro que vuela en la noche (libre de vos...pero no de mí) /Vacío, como el sueño de una gorra /Lleno de nada, sin saber donde ir /Duro como un muerto en su tumba que murió de miedo /por el valor de vivir /Las nubes no son de algodones y las depresiones son maldiciones /Te va distrayendo, te enrosca, te lleva y te come /Te lastima y no perdona y en algún lugar te roba la cara /la sonrisa, la esperanza, la fé en las personas.

Una nueva noche fría.

Mi lugar no es éste.
Mi lugar será aquel, cualquiera, donde ya no se enciendan silencios de misa.

Estoy descubriendo una risa que no me conocía. Y es un gran descubrimiento.
Por último, hay un esplendor que se me nota. Es como la luna, no enceguece, no daña los ojos de otros ojos, no engaña, no encandila.

Y dejo una foto que amo.
En el interior de ese cacharro, que cuelga de una tranquera rodeada de alambres, hay un nido.
Hay vida.
Solo es cuestión de encontrarla.

Días mas. Más días.

¿Saben? Nunca lo hubiera imaginado, pero mi cabaña se convirtió en la atracción turística de Villa Elena. Los veo llegar. A pie, en auto, a caballo, solos, en pareja; a veces arrastrando penosamente sus humanidades, transpirados, boquiabiertos y cansados.

Algunos piden permiso para entrar.
A mí no me gusta.

-Disculpe, ¿quién es el arquitecto?
-No hay arquitecto, la diseñé yo.
-La felicito, es muy hermosa.
-Gracias.
-Además el lugar… ahhh qué lugar… ¿y cuánto vale un terreno acá?
-Carísssimo.

Lo último que quisiera es tener vecinos. Yo pagué por silencio. Yo pagué para vagar a solas con mi perra. El mundo es grande, busquen otro sitio, a mí no me jodan. Yo fui la primera y quiero ser la única. Me pongo caprichosa, odiosa, infantil, egoísta. Me gustaría ser animal para marcar mi territorio, mi único territorio, ése que me estremece cada vez que llego arrastrando penosamente mi humanidad; transpirada, boquiabierta y cansada. Como después del amor. Y más.

**************************

Ayer estábamos el Gringo y yo sentados en la cocina. Él mirándome, yo terminando de pulir unas piezas de yeso.
Llega D.
Cuando lo conocí, tuve una intuición inexplicable, difusa, no traducible. Me resultaba alguien que estaba allí, hablando, mostrando el prólogo de su vida, pero sólo el prólogo.
Si yo intentaba leer su libro, encontraba caracteres desconocidos, espacios en blanco, remates absurdos.
Se sentó con nosotros. No quiso tomar nada. No inventó excusas para justificar el tamborilleo de sus dedos.
Ni el horario insólito de su visita.
Ni los silencios ante los mensajes que dejaba su mujer: “¿dónde estás?”

Yo no lo miraba, seguía con mi trabajo, envuelta en polvo blanco; pero lo advertía.
Todo.
También su angustia detrás de las risas.
Tomó una ramita de mora que estaba entre mis pinceles, y una virgen a medio terminar.

-Uy! Se rompió la virgen. Estas ramitas vienen cada vez peor.

Un niño. Era un niño.
O un hombre pidiendo ser mirado. Un “dejá eso por un rato, escuchame, preguntá lo que no me atrevo a contarles, vos sabés, vos te das cuenta, hacémelo fácil, preguntá, preguntá, preguntᅔ

Y lo miré.

Y pregunté.

Así, sin vueltas. Ningún rodeo. Como si de verdad supiera lo que intuía. El Gringo, azorado.

-Tengo leucemia. Estoy en las últimas.

De pronto los caracteres de su libro resultaron legibles.
Cuando se fue, dos horas después; quedó el silencio.

Y la ramita de mora.

Que guardé.

Suyai.

Para Odalys.

El mapuche es un dialecto de palabras cortas, bellas, suaves, sabias. Savia. Vida. Amor. Río. Agua. Piedra.
Suyai significa manojo de piedritas.
Suyai soy yo.
Nadie sabe que en mi corazón hay una gruta natural.
No existe más que un camino para llegar. Y sólo uno.
En el trayecto hay laberintos, hondonadas, puentes colgantes, señales deterioradas por termitas, vientos, lluvias. Sudestadas y sequías.
Algunas señales dicen: “aquí no es”, más adelante… “aquí tampoco”. Otras dicen: “sendero sin salida”.
Pero hay una, que tampoco conduce al camino, pero sí conduce a la esencia de quien busca: “usted está AQU͔, pintada sobre un espejo que solo deja ver el rostro del aventurero.
Para que tu “aquí” y mi “aquí” no se confundan.
Para que puedas sentir la danza de tus elementos.
La madera de la que estás hecha, el agua que te recorre, el aire que te despeina, la tierra que te sostiene, el fuego que te enciende, brasa, carbón, leña, tronquito, fósforo, vela.
Hay pieles que no cobijan. Son refugios de caricias ásperas. Rocas enmohecidas con almas agrietadas. Donde nada nace o nada que muere se lamenta.
Pero hay lechos rebosantes de piedritas.
Cuando estoy triste busco alguna que haya sido entibiada por el sol.
La sostengo contra mi pecho. Cierro los ojos. Y la caricia llega sola hasta mi gruta.
Hay una verdad en el Suyai.
Por eso no me faltan mis manojos, por eso los cimientos de mi casa son de piedra, por eso me tiendo en la hierba y las dejo rodar por mi cuerpo.
Porque hay una verdad en el Suyai,
mi deseo es que vayas por ella.

Y la encuentres.

Días de radio.

¿Qué hago aquí?
Debería estar en Buenos Aires. Fue costoso conseguir ese pasaje, tenía la valija armada, me despedí de todos, alguien me esperaría en la ruta y en mi departamento, mis amigos estaban avisados…

Pero yo, no estaba avisada.

Me avisó la angustia que crecía y se mudaba de lugar.

Primero en la boca del estómago.

Luego fue a dar a mi garganta.

Atorándome. Enmudeciéndome. Yo-no-quería-irme-y-no-podía-decírmelo.

Cuando me presenté frente a la ventanilla de la compañía de micros, mostré mi billete –como si el billete hablara por mí- y solo alcancé a decir: “hoy no viajo”.
Salí de allí con otro billete, otra fecha, otro intento.

Volví a la casa del Gringo. Me miró sin sorpresa.
-Ya sabía.

Fue todo lo que me dijo.

Hace un rato terminamos de cenar.
No tenemos televisor. Escuchamos por radio el festival folclórico de la Villa.
El locutor anuncia que la apertura estará a cargo de un ballet.
Comienza la música. Una chacarera.
Él y yo nos miramos. No podíamos parar de reír.
Entonces cerramos los ojos.

-A mí me gusta el morochito, el que baila con la rubia de trenzas.
-Sí, ¿viste como se miran?

Pero lo mejor, fue cuando se vino el malambo.

@ el aullido de un zorro

Sombras.

A veces no es un trueno en mitad de la noche.
Ni un apagón repentino que me deja a tientas.
Tiene la cualidad del asalto, me transforma en su rehén, e ignoro en qué momento concederá mi libertad:
a mí, lo que me sacude, es la duda.

La razón desmentida.
La emoción que se desconoce a sí misma.


Esa lucha velada.

La duda.

Cuando el gesto se anticipa a la palabra torpe, que ni aún multiplicada tendrá la fuerza de un conjuro que la espante o la disuelva…
Cuando el gesto revela, asoma su nariz, nos hace un guiño de luz intermitente…

Entonces vendrá el desasosiego.
La duda acerca de la duda.
Esforzarnos por creer en la palabra y no en el gesto que siembra la sombra.

-yo vi la luna.

-te digo que había sol.

-pero yo vi la luna…

-te habrá parecido.

Y vos sabés que me quema la sombra.

El breve encuentro.

Son esos instantes.

Cuando siento que la vida está afuera, ahí nomás, sólo abrir la puerta descolorida por el sol.

Un árbol se yergue majestuoso y enfermo de muerte.

Aprendo.

Me enseña.

No somos tan diferentes.

De pronto un mirlo revolotea en círculos, cerca de su copa.

Dos, tres, cuatro pasadas.

En la rama más alta hay otro pájaro.

El mirlo se posa sobre ella , tan quieta, y copulan.

Él, frenético.

Ella, mansa.

Tal vez los pájaros no se miren a los ojos.

Pero este mirlo, luego del breve encuentro, repitió la ceremonia.

Voló en círculos, rozando a su compañera, acaso una despedida.

Acaso gracias, acaso te quiero.
Acaso Dios quiera que vuelva a encontrarte.


Él se fue, bello y veloz.

Ella permaneció un momento.

Sola, con mi mirada de pájaro hembra.

Y partió,
en dirección contraria, ajena a mi tristeza por no tener alas.

Para seguirlo.

Cinco.

Uno

Sólo me sale el silencio.
El mismo que escucho cuando suena mi celular y del otro lado nadie responde,
y -número desconocido -.
Imbécil, dejá de molestar.
O dejá un mensaje.
O dejá tu número, así te devuelvo el silencio.

O mejor no vuelvas a llamar.

Dos

El 31 me aturdí en honor a todo silencio mortífero. No eran risas. Eran risotadas. No era bailar. Era caer extenuada. No era beber. Era emborracharme. No era hablar. Era ser filosa.
Nunca más lúcida.
Me sentí aborrecible. Descarada. Provocadora. Mentí. Mentí. Mentí.

-Vamos a bailar.

Yo.

-No tengo ganas.

Él.

-Entonces lo saco a bailar al yanqui-. (Atractivo y mirón).

Y por un momento recordé el cuento de los zapatos colorados, porque mis pies iban de aquí para allá, entraban y salían, subían y bajaban escaleras.

Temí que el leñador me los cortara.
Pero el leñador estaba lejos.

Tres

Mi cabaña también está lejos.
Cada día falta más.
Yo protesto y discuto con la gente. Les muerdo los talones como perro hambriento. La casa del Gringo parece un atelier: esculturas y pinturas que hablan de mí pero nada dicen acerca de otros.

Desentonan. Creo que a propósito.

-Que lindo color.

-Es una base-. Gruño.

Soy odiosa.
Descarada y odiosa.

Cuatro

Y si cada día falta más; es porque cuando entro y la recorro tengo miedo.
A no regresar.
A dejar, entre legítimos hartazgos y egoísmos, que la vida transcurra. Mansa para mí.
Adiós ayer.

Perderme. Nadie sabe.

Solo roca. Solo lluvia por las noches.
Una veleta que marca la dirección del viento, de lo incierto, de la nostalgia;
y que a veces me apunta con su flecha.

Quedarme.

@ truenos, como todas las madrugadas

japi niu iear.

yo quería pasar el 31 en la montaña.
era mi deseo.
un par de bolsas de dormir, una buena fogata y una botella de champagne.
pensé que si estaba más cerca del cielo, alguien... tal vez... me escucharía.
... pero las presiones familiares... las miradas incrédulas ante mi "loca" idea ("¿cómo no vas a estar, si hasta vienen los yanquis?")
y a mí los yanquis me importan tres carajos.

-nice to meet you.

además detesto pasar la mitad del día pensando qué ponerme.

-how are you?

mi inglés no da para explicar que tengo una familia encarajinada, que mis hijos no viven conmigo, que ni siquiera los veo, que tengo una hija "adoptada", que luego del brindis habrá otro brindis en casa de la ex de mi pareja, con ex incluída y los tuyos los míos y los nuestros.
perdón, los míos no.

¿se dan cuenta?
definitivamente, no había mejor lugar que la montaña.

entonces adelanté mi noche.
junté cuarzos y fluoritas, armé un mandala en el centro del parque, el cielo estaba deliciosamente estrellado, yo estaba deliciosamente melancólica, me senté en el pasto, encendí una vela sobre el cristal más grande, los tucos volaban sobre mi cabeza como guirnaldas desprendidas de algún árbol navideño, y pensé en tres o cuatro cosas.

tres
o cuatro
cosas
que me cansan.
las escribí en papelitos.

que fui quemando...

uno

tras

otro.

ahora el parque está lleno de cenizas.

Zorba y estos días.

Acabo de cenar como una vikinga: un trozo de pollo así, con la mano y arrancada su carne a puro diente; y una copa de vino barato.
Escucho un viejo y amado tema de Génesis (“hundido”), y aunque me haya lavado las manos, aún tengo restos de acrílico en mis uñas. Estoy pintando un Buda versión zorba, de colores irreales. Una mariposa de la noche murió ahogada en mi paleta.
Revoloteaba molesta, tuve toda la intención de aplastarla con un barniz en aerosol, pero me dije “podría ser Buda”.
Si fue Buda –supongamos- cometió un suicidio.
Lo siento. Yo no pinto en tonos pasteles.
Aunque pensándolo bien, zorba no se hubiera suicidado. Le habría encantado su panza violeta, su lazo dorado, mi vino de tres pesos con cincuenta, y mi arte.
Y yo. Yo también.
Estoy segura.

Mi Navidad.
Que extraño fue todo.
La tarde del 24, después de un largo soliloquio, llegué a la conclusión de que el verano pasado fue el mejor de todos los que pueda recordar.
Por entonces teníamos el boliche que ya no.
Hundido.
Perdimos.
La flota burocrática ganó la batalla.
Pero ¿cómo se mide una pérdida?
Si nunca me reí tanto. Si nunca me sentí más viva.
¿Realmente perdí?
¿Qué es perder?

A mí las cenizas me alimentan.
Tengo los pies curtidos.
Siempre hay brasas quemando, yo misma quemo, me enciendo, soy fuego. Soy Fénix.
Y a empezar. Con otra cosa.
Y ya.
Ya basta.

La noche del 24 tampoco hubo pérdidas. Fue la mejor Navidad de todas las que pueda recordar.
Aún sin…
Aún con…
Yo me acordé de mí.

De vos.

De mí.

Y de mí.

@ coming around again

Oh que será, que será.

Llegué. Aunque tenga la sensación de haberme quedado en alguna parte del camino.
O tal vez aún no salí. No me fui.
Todavía no me alcanzo.
El viaje lo hice en auto, con mi viejo y un sobrino. No sé como me las arreglé, pero dormí placenteramente contorsionada entre valijas, sombreros, plantas, mochilas y una torta helada que traían de Entre Ríos. Faltando doscientos kilómetros para llegar, la torta no tuvo mejor lugar para despertar –digo, descongelarse- que mi espalda. Torta de mierda. Bajamos en una estación de servicio por más hielo. Era patético ver a mi sobrino –que es chef- tratando de recomponer ese amasijo informe que yo juraba no comer bajo ninguna circunstancia.
¿Pueden creer que cubrí el enchastre con mi lindísima campera Columbia y seguí durmiendo?
Bueno, lo que bajó de mí, al llegar, era un asco.

Creo que todavía sigo dormida.
El Gringo pasó la noche en casa y partió de madrugada. Hasta el viernes no regresa. Hasta el viernes estaré sola. Aquí.
Ya ni siquiera está N.
Ella y su guitarra. Los discos de Spinetta.
Su madre se la llevó luego del “confuso” episodio con S. Yo sentí que me la quitaba.
Tal vez se le esté notando aquello que le dijo a su padre: “a Mon la quiero casi tanto como a mamá”.

Parece que este día no termina nunca.
Limpié como si me pagaran por hacerlo. Acomodé mis cosas, alimenté a Kali, medité, leí, pinté, llovió, llovió, llovió.

Llovió.

Me descalcé y salí a pisar la hierba. Quiero decir, me quedé ahí, parada. Bajo la lluvia, con la perra a mi lado, esperando echar raíces; pero no.
¿Estaría siguiendo algún principio atávico?
Caminé hacia el monte, Kali siempre conmigo, y entonces descubrí mi almuerzo. Duraznos ciruelas y cerezas.
La fruta lavada por la lluvia. Madura. Jugosa. Dulce.
Comimos de los árboles.

¿Habría perros en el Paraíso de Eva?
Porque Adán no había.

@ thank you – dido

Viaje. O sea, me voy.

Viaje. O sea, me voy.

Hola a todos.
Solo decirles que el veranito llega para mí, y con el veranito mis vacaciones / mudanza / trabajo.
Salgo mañana temprano a Merlo, pasaré las fiestas con mi familia “de allá”, y probablemente me quede hasta febrero.
Espero inaugurar mi cabaña, espero… espero muchas cosas. Y ando rogando para que esa Presencia Divina, de la que a veces hablamos, me acompañe, no me deje, me de fuerzas, mantenga abierto mi corazón -es allí por donde vivo o no vivo-, y que se realice mi sueño de la noche del 31.
Si se realiza, ya les contaré.

No voy a desearles Feliz Navidad ni Feliz Año Nuevo. Les deseo que se conformen con apresar momentos de felicidad, y duren lo que duren, sientan su sabor. "No den abrazos fingidos. Ni besos sin calor".
No hagan estúpidos balances -como los míos- porque nada comienza y nada termina.

Los quiero mucho, pero mucho.
Y ya los visitaré, cuando pueda, desde el cyber.

Hasta la vuelta.

La cordura indiferente.

La cordura indiferente.

Dedicado a E., allí donde estés.

Busqué un lugar para tomar café. Era otro bar. Y era otro libro.
Elegí una calle ruidosa, un mesa en la vereda -la única sin ocupar- la silla tibia y una taza vacía.
Camarera, por favor, retire la evidencia de que hay otros tan solos, que hoy no estoy para más soledades que la mía. Usted no sabe, pero yo detesto el ruido, el tránsito, el smog, la gente que me zumba alrededor, no me interesa escuchar aquella conversación, ni esta, ni ninguna. Yo no frecuento estos lugares, porque aquí no se puede pensar. Y vea, traje conmigo un libro sobre mitología. Se necesita calma para lecturas eruditas. No leo Cosmopolitan, ni hago crucigramas. Me interesa la Vieja Europa, aquella que se remonta al año cinco mil antes de Cristo, con su sociedad matrifocal, pacífica, amante de las artes, y ligada a la tierra y al mar.
Aquella que rendía culto a la Gran Diosa -Astarté, Ishtar, Inanna, Nut, Isis-. Serpiente, paloma, árbol y luna. Quiero saber como era el mundo antes de la existencia de los dioses, de las guerras, del poder ideológico del cielo.
No sé que hago aquí.
Aquí no puedo pasar de la oración.

Se me acerca un mendigo, no quiero mirarle la cara a la miseria, me hundo entre letras que no leo.

-Soy del FMI-. Y despliega al mejor estilo hollywoodense una credencial con la foto de un perro. Una foto de almanaque. Pone sobre mi mesa un recipiente de lata -ninguna moneda- y me dice cosas que no entiendo.
Está loco, pero conserva la ironía. Me arranca una sonrisa. Triste.
Recorre otras mesas.
Nadie ve la foto.
La gente lo espanta con ese gesto con que se espanta a una mosca.
Tuve ganas de llamarlo. De que me cuente más acerca de ese perro.
La locura tiene un costado fascinante, un borde filoso por el que me gusta caminar, una astilla que pincha sin doler. Ellos y sus vuelos sin cometa, sin asientos eyectores que los devuelvan al país de la cordura indiferente…

Pero no.
O tal vez sí.
A lo mejor él tenía la respuesta. O me hubiera dado una pista. O quien sabe… quien sabe que habría en ese recipiente vacío.
¿Y si él, o su perro de almanaque, me quitaban el dolor que yo sentía?

Hacía un par de horas, yo tenía un dolor que esperaba por mí. Y lo ignoraba, como ignoramos tantas cosas… ah, cómo nos gusta caminar sobre certezas. Y cuando son como trajes a medida, ni siquiera vemos que allí no hay baldosas. Tampoco el cartel que dice: “Cuidado”.
Cuidado…
Hacía un par de horas, pregunté por él, como siempre…

-Se mató. Fue la respuesta al otro lado del teléfono.

Aún resuena en mi cabeza, e imagino el estampido del disparo sobre su triste permanencia. Agotadora. Sorda.
Sorda entre los sordos.
”Los llevo en mi corazón”. Fue su puto mensaje de despedida.
Y me acordé de aquella noche. Cuando me sacó a bailar un bolero. Y dejó su pullover, de un color tan triste como él, olvidado en mi casa.

Ayer mi empleada encontró ese pullover.

-Señora, ¿qué hago con esto?

-Tírelo.

Es inútil que revise el cubo de la basura.
Ya no está.

@ return to oz - scissor sisters

La vida no fabula porque no moraleja. (Parte II)

La vida no  fabula porque no moraleja. (Parte II)

Con el permiso de Gabriela transcribo su mail, y un fragmento que envía de “Los Árboles Mueren de Pie”, a propósito del post “La vida no fabula porque no moraleja”.

Hace un par de días leía a don Alejandro Casona y su Sirena Varada. De nuevo sentí cierta identificación con sus personajes (ah, no, no me creo sirena, ni canto bien, ni soy un pescado). En realidad, había un aire o ambiente de fantasía entre su mundo y el mío. Miento: y ciertos fragmentos de mundo del gran, gran mi mundo que no se alcanza a ver. Después, leyendo a algunos críticos (hago eso, confieso, desplumo pájaros) encontré un modo de designar su teatro: evasionista. Está bien, yo te largo evasionista y habría que contextualizar. Pero no tengo ganas, voy a hacer caso de mi problema de focalización. Digo solamente evasionista o ilusionista. Circo cirquera. Payaso con lagrimón. Equilibrista.

Quería dejar este fragmento de “Los Árboles Mueren de Pie” en Volverse Humano, (…) como decirte: se oye tu pájaro
*

* Se oye tu pájaro: que se te ve el alma o el dibujo del alma. O como diría un fulano: tenés duende.

(...)
ISABEL.- No te reconozco. Oyéndote hablar el primer día parecías un domador de milagros, con una magia nueva en las manos. No había una sola cosa fea que tú no pudieras embellecer; ni triste realidad que tú no fueras capaz de burlar con un juego de imaginación. Por eso te seguí a ojos cerrados. Y ahora llega a tu puerta una verdad, que ni siquiera tiene la disculpa de su grandeza... ¡y ahí estas frente a ella, atado de pies y manos!
MAURICIO. -¿Qué puedo hacer? Al descubrir el juego hemos puesto todas las cartas en su mano. Ahora ya no necesita pedir; puede jugar tranquilamente al chantaje. No hay nada que esperar, Isabel. Nada.
ISABEL. Aún puedes hacer un bien en esta casa; el último. Confiésale tú mismo (...)
MAURICIO.- ¿Qué ganaríamos con eso?
ISABEL. - Es como quitar una venda. Tú puedes hacerlo poco a poco, con el alma en los dedos. No esperes a que él se la arranque de un tirón.
MAURICIO.- No puedo, no tendría el valor. No quiero ver una herida que yo mismo he contribuido a abrir y que no soy capaz de curar ¡Vayámonos de aquí cuanto antes!
ISABEL.- ¿A tu casa cómoda y tranquila? ¿A divertirnos fabricando sueños que tienen este despertar? No, Mauricio; vuelve tú solo.
MAURICIO.- ¡No habrás pensado quedarte aquí!
ISABEL.- Ojalá pudiera. Pero tampoco quiero salir de esta vida inventada para volver a otra tan falsa como esta.
MAURICIO.- ¿A donde entonces? ¿Piensas volver a tu vida de antes?
ISABEL.- Parece increíble, ¿verdad? Y sin embargo ésa es la gran lección que he aprendido aquí. Mi cuarto era estrecho y pobre, pero no hacia falta más: era mi talla. En el invierno entraba el frío por los cristales, pero era un frío limpio, ceñido a mí como un vestido de casa. Tampoco había rosas en la ventana. Pero todo a medida, y todo mío: mi pobreza, mi frío, mis geranios.
MAURICIO.- ¿Y es a aquella miseria a donde quieres volver? No lo harás.
ISABEL.- ¿Quién va a impedírmelo?
MAURICIO.- Yo.
ISABEL.- ¿Tu? Escucha, ahora ya no hay maestro ni discípula; vamos a hablarnos por primera vez de igual a igual, y voy a contarte mi historia como si no fuera mía para que la veas mas clara. Un día la muchacha sola fue sacada de su mundo y llevada a otro maravilloso. Todo lo que no había tenido nunca se le dio allí de repente: una familia, una casa con árboles, un amor de recién casada. Solo se trataba, naturalmente, de representar una farsa, pero ella "no sabia medir" y se entregó demasiado. Lo que debía ser un escenario se convirtió en su casa verdadera. Cuando decía "abuela" no era una palabra recitada, era un grito que le venia de dentro y desde lejos. Hasta cuando el falso marido la besaba le temblaban las gracias en el pulso. Siete días duró el sueño, y aquí tienes el resultado: ahora ya se que mi soledad va a ser mas difícil, y mis geranios mas pobres y mi frío mas frío. Pero son mi única verdad, y no quiero volver a soñar nunca por no tener que despertar otra vez. Perdóname si te parezco injusta.
(...)

Mil gracias Gabriela, de parte del pájaro de Isabel. O del duende de Mon.