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VOLVERSE HUMANO

La guerra de las rosas.

Desperté con el cuerpo cubierto de rosas.
Sí, ya me han despertado –otras veces, otros hombres- con ramos de flores. O con una flor sobre el plato de la taza del café. Hasta dejaron –y nunca supe quién fue- flores en el picaporte de mi puerta.
Pero el cuerpo cubierto de rosas…
Lo imaginé cortándolas, entrando silenciosamente al cuarto, dejándolas, una a una… sobre mí. Mirándome aún dormida. Sonriéndose. Cerrando la puerta despacito. Conservando la sorpresa, paladeando la magia. ¿Saldrá la paloma del interior de la galera? ¿O del pañuelito rojo, un blanco conejo? Abra cadabra.
a-b-r-a c-a-d-a-b-r-a. Y de niños moríamos de ilusión emocionada.
A mí no me gustan las ilusiones. Las ahuyento rápidamente. No puedo sino asociarlas a su opuesto complementario: desilusiones. Me sé capaz de desilusionar, y conozco la sensación del baldazo de agua fría sobre el rostro. Es mi historia. Todos tenemos agujeros negros en los que irremediablemente caemos, nos perdemos; a menos que… no rondemos cerca de ellos.
Si me cuido, puedo cuidar de vos.
Si no me cuido –a esta altura de mi vida- ya no será por distracción. Será porque no quiero cuidarme, no quiero cuidarte, nada me importa –sólo me importa de mí-. La gente cree que no cuidarse es falta de amor por uno mismo. Y no todo amor es buen amor. Y a veces tenemos ganas de consentirnos desastres. Tomar ese veneno, caminar por la cornisa, no callarnos nada… nada.
¿Quién dijo que la honestidad es siempre necesaria? ¿Quién dijo que honestidad y verdad van de la mano?
¿Cuántas veces abrimos la boca sabiendo que saldrán verdades en forma de misiles? ¿Y que ya nada volverá a su lugar?

¿Y por qué no?

Sin embargo, eso no es cuidar. Ni cuidarse.
Ocurre que cuidar y cuidarse es FATIGOSO.
De niños es una cuestión de supervivencia. Cuando somos padres es una cuestión de responsabilidad. Pero cuando por fin ya somos lo que somos… cuánto mas saludable sería mandar al carajo, de tanto en tanto, el deber ser…
Y si algo se rompe, que se rompa.
Y si hay una herida, a curarla.
Y si hay que decir que no, decir NO.
A veces me sorprende la falta de registro que tenemos con respecto a ciertas cosas. Con cuánta facilidad decimos que sí, qué complacientes somos con los otros. Qué poco aire respiramos.
Nos sentamos en la punta de la silla, ¿lo notaron? ¿Notaron lo mal que nos llevamos con los espacios? ¿Notaron el miedo que provoca un cuerpo desparramado en un sillón? Es como si nos pusieran una escultura de Botero en nuestro living.
Empequeñecemos.

Detenemos nuestro crecimiento.
Alguien nos dijo: “basta, creciste hasta aquí… de ahora en más vas a lucir como adulto, pero no te lo creas demasiado”.
Y cumplimos con el mandato al pie de la letra. Entonces vamos por la vida buscando medidas. O quien nos mida y nos confirme que… “más… no se puede crecer.”
¿Qué tiene que ver todo esto con el tema de las rosas?
Mucho. Y es pura ironía, porque no es enojo. Es una reflexión que hago con ternura, para no perder todo lo que sí tiene de bello.

Rosas, chocolates, comidas especiales, vinos exquisitos, cafecitos en la cama, dejarse morder donde no debiera (no puedo controlar mis mandíbulas si estoy dormida), son sólo algunos de los “sutiles” recursos del Gringo para que me quede en su casa. Eso sin contar sus comentarios tipo: “te instalé una célula fotoeléctrica en la tranquera para que se encienda un reflector por si “alguien” pasa de madrugada” “¿Que?, le contesto “¿vos querés que yo me infarte? ¿y cómo mierda voy a saber si es un “alguien” o es un zorro???" Ahhh, dice él… “por eso lo más conveniente es que yo me vaya con vos hasta que “te adaptes” a ese lugar, mi cielo, estás TAAAN sola y en el medio de la nada…”
Por supuesto sabe dónde poner el énfasis: “TAAAN sola”… “en el medio de la nada.”
También me recuerda que la compañía telefónica ya avisó que no tendré teléfono: “no llega la señal hasta allí”. “Pero yo te voy a dar mi celular, así no quedás “incomunicada”… cualquier cosita me llamás, a la hora que sea."
O ataca por el lado: “¿y qué vas a hacer todo el día sola?... mirá que no es lo mismo estar sola en tu departamento que estar sola en una cabaña…” o... “tengo que enseñarte a usar el matafuegos y el sol de noche… ya sabés que las tormentas eléctricas de montaña son terribles, y en seguida te quedás sin luz”… o “comprate un buen insecticida, por los escorpiones y las arañas… por las víboras ya no te preocupes, hasta la primavera no salen.”

Berenice… ¿vos no estabas interesada en un Gary Cooper?
Este es un clon de Gerard Depardieu… turistas europeos creen que el actor de Cyrano vive de incógnito en Merlo.

Mejor seguí buscando tu Gary Cooper.

¡Este hombre es mío!!!

Inaugurando.

Cada vez que despierto tengo que pensar ¿es la mañana, es la siesta? ¿qué será? ¿qué es? Me toma unos minutos darme cuenta. Ya no me asusta. Ya sé que aquí mi sueño es tan profundo -y tan prolífico en imágenes- que una hora es igual a ocho, que a un café (el de la mañana); le sigue otro (el de la tarde), que su cuerpo está a mi lado despertándose, despertándome: hola mi amor. Entonces nunca sé si aún es temprano para… o tarde para… y no crean que me preocupa, siempre me las arreglo y encuentro “otro momento”. Hace frío y salir de la cama es un acto de coraje que no tengo. ¿Querés quedarte?, pregunta él. Mmmpppsssi. Me da un beso y cierra la puerta. Y yo sonrío feliz y me estiro como una gata, lanzo largos y extraños gemidos (supongo que suenan guturales). Al principio regresaba preocupado: ¿te pasa algo? No, solamente estoy gritando. Ah, contestaba él.
Ahora hace lo mismo. Si alguien nos observara al despertar… somos una sinfonía de quejidos de bocas de cuerpos que se contorsionan. Y se empujan suavemente. Y hurgan en los párpados del otro. Manos que aprietan, acarician, dirigen, entran, salen, llevan, traen, suben, bajan. Como un rito para quitar el sueño, para atraer espíritus calientes –salamandras, tal vez- como un rito de no querer… nosotros, débiles mortales, hay que trabajar, vestir las pieles, así no se puede seguir, así no se puede salir…pero yo no quiero, yo tampoco, bueno… un ratito más, dale… ¿te canto una baguala? Morite (y me cubro la cabeza con la almohada), pero mi espalda desnuda me delata… sabe que me río con sus letras obscenas al son de la “cajita de las monedas” (su instrumento de percusión)… sabe que me río de todo o casi todo, que reírme es tan fácil como sufrir. Sólo que con él no tengo alternativa porque nunca me la dio. “Si no te atrevés a ser feliz, entonces no estés conmigo”. Él me lo advirtió. Y yo hice lo típico en mí: intenté no atreverme. Porque soy rebelde, porque no me gustan los retos, porque era lo que mejor conocía: ser una infeliz. Juro que lo intenté durante más de dos años. Puse tanta constancia… tanta fe… tanta convicción en el fracaso de la risa… que hubiera merecido un premio, una mención de honor, algo que reconociera tanto tesón de mi parte. Más de cuarenta años practicando la infelicidad, rodeándome de los mejores infelices… ¿para nada? ¿y entonces qué? ¿y de eso se trataba? ¿no había un cielo para los infelices? ¿quién encendió la luz?
Ahora ando media enceguecida… ya saben… los ojos tardan en acostumbrarse. Será por eso que aún no pisé mi cabaña. Será por eso que no veo el caos de tierra, ropa, artesanías, sábanas sin tender, facturas de compra junto a la lista del supermercado, será por eso que festejo como una campesina “el huevo nuestro de cada día” (que pone una de mis cinco gallinas sin nombre), que festejo cada gajito que prende, que festejo sus chantajes para que me quede aquí “hasta la primavera”… porque no quiere que me vaya… y porque yo no quiero irme, sin él. Sin sus horribles bagualas. Sin su bello canto. Sin su mirada de horizonte que no golpea.
Sin su risa. Mi risa. Este amor que dio risa.

... Y un bonus track.

Soy pan, soy paz, soy más.

Yo soy, yo soy, yo soy
soy agua, playa, cielo, casa, planta,
soy mar, Atlántico, viento y América,
soy un montón de cosas santas
mezcladas con cosas humanas
como te explico... cosas mundanas.

Fui niño, cuna, teta, techo, manta,
más miedo, cuco, grito, llanto, raza,
después mezclaron las palabras
o se escapaban las miradas
algo pasó... no entendí nada.

Vamos, decime, contame
todo lo que a vos te está pasando ahora,
porque sino cuando está el alma sóla llora.
Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera.
Nadie quiere que adentro algo se muera.
Hablar mirándose a los ojos
sacar lo que se puede afuera
para que adentro nazcan cosas nuevas.

cosas nuevas... cosas nuevas... cosas nuevas...

Soy pan, soy paz, soy más, soy el que está por acá
no quiero más de lo que me puedas dar,
hoy se te da, hoy se te quita,
igual que con la margarita... igual al mar,
igual la vida, la vida, la vida, la vida...


Les dejo este tema, cantado por Mercedes Sosa; y por el Gringo. Que no canta con ella, canta para mí. Y es una canción muy especial... muy especial.
Me voy por miel. Salgo esta noche. Y me siento ilusionada. Como dijo Mafalda cuando su mamá le advirtió que no abriera la puerta en su ausencia: "¿y si es la felicidad?"

Besos a todos.

Tu miel.

Es noche ya y camino entre rostros que pasan desapercibidos, que jamás memorizaré; que formarán parte del álbum de lo que ignoro a sabiendas, o porque el destino o porque sí. Cada cuerpo es un scanner de aquel que está más próximo, una lectura veloz de baja resolución, una mala impresión, demasiados píxeles, pocos píxeles; ninguno resulta el original que ando buscando y no me desespera porque aquí no está. Buscar no es sinónimo de seguir las huellas. Buscar es revolver apenas y encontrarte, como cuando deslizo el cajón de mi lencería: allí no guardo conservas ni siempre conservo lo que guardo. Porque es tan cierto tu paradero que te llevo conmigo en un boleto de autobús, y es en todo lo que pienso. Mi dulce amor de cuatro brazos. Voy a morir de inanición si no me apuro. Temo que las abejas crean que violaste colmenares y aguijoneen tu torso. No lo permitas ángel mío, porque de tu miel es la jalea de esta reina que abdicó.
Grita con fuerza mi nombre, enciende nuestra vela, espérame a la luz de tu linterna, dile a los zorros que se callen. Que ya llego. Que no quiero ruidos.

Que no quiero nada que me impida

oir tu miel

vaciándose en mi boca.

@ Your Honey - Deva of Nature

Jus-ti-cia.

Oh oh. Hoy tengo un día en el que -presiento- convendría pasarle un trapito a mi maltrecho martillo. El mismo que usaba cuando los ahorristas argentinos salimos a las calles a reclamar la devolución de nuestro dinero. Corría noviembre del 2001, y salí fotografiada por la BBC en actitud claramente antisocial, a los martillazos contra barricadas. Eso no fue nada comparado a todo lo que hice antes y después. Nunca tuve semanas tan catárticas.
Ahora, cuatro años después, la Corte resolvió que el Banco deberá pagarme la totalidad de mi dinero, y en la moneda de origen (dólares). Como el puto Banco se niega, la Corte decidió el secuestro del dinero, y allí estaré, a la una en punto de la tarde, con mi abogado, un amigo, y un oficial de justicia. Y mi martillo, claro.
Si no me ven por aquí en los próximos días, imaginen donde estoy.
Fumo Marlboro. Pero Camel está bien.

Tan loco.

Hoy, mientras pisaba Buenos Aires, mientras caminaba sus Avenidas en una tarde que me tomé sin tiempos, noté que tenía la mirada cambiada. Mirada de turista. ¿Porqué no?, pensé. Comienzo a quitarme vendas, y resulta que libero conciencias, ojos, mi forma de andar, aquello que percibo, escucho, huelo, siento. Nuevo. ¿Nueva? No, nueva no; tal vez más ligera a pesar de los trastos que cargaba, del calor de este Abril inexplicable, del calor inexplicable de este Abril.
Tomé café en un sótano. Era curioso ver pasar piernas y adivinar como sería el resto. Llegué a la conclusión de que los mejores culos habitan en esta ciudad. Digamos que mi estancia en ese lugar no daba para más, pero me demoré un rato porque pasaban buena música. Chill out, ambient… y porque el libro que llevaba conmigo me tenía atrapada. Me acordé de Luis, de su lado oscuro (¿el suyo, solamente?), y pensé que sería una lectura perfecta para alimentar sus estadísticas sobre la condición humana. ¿Humana? Sí, humana. Cuando la penumbra del lugar cansó mi vista, y cuando me cansé del desfile surrealista de -adivina qué cara tendrá- subí las escaleras para convertirme en un traste más entre los trastes… y caminé. Caminé. Caminé. Caminé. Me llamó la atención la publicidad de una revista. En la portada, Carlos y Camila (vamos, Greg, sé que te reís) declaraban dejar su fidelidad en manos de Dios. ¿Habré leído bien? ¿No sería “felicidad” en lugar de “fidelidad”???) La maldije en silencio (a ella, a la arpía) y preferí quedarme con la duda. Pobre Diana. Luego entré a la Basílica de San Nicolás de Bari (¿Basílica, Parroquia, qué era?) busqué un banco que no dijera “reservado a…”, y me derrumbé junto a mis muchos paquetes, sin ningún disimulo. Dos ancianas me lanzaron miradas de “mejor rece tres ave marías y catorce padre nuestros”. Y yo cerré los ojos. Y recé. Un grupo de españolas acompañadas por su guía miraban embelesadas la cúpula de la ¿Basílica, Parroquia?, mientras yo me preguntaba por qué la Virgen Desatanudos no tenía nudos, por qué Jesús Misericordioso se veía tan bello en mi estampita y allí tan vulgar, por qué las imágenes estaban tan cargadas de dolor. Surgieron los viejos enigmas de mi infancia, de cuando el Padre Merola (un cuervo), me gritaba porque no recordaba el Gloria… “no me acuerdo porque todavía no sé leer” -yo lloraba, temblaba, me hacía pis encima-… “entonces se lo aprende de memoria!!!”… y así fue como tomé la primera comunión… de memoria. Y de memoria recuerdo que aún con cinco años yo no podía explicarme que existieran los Padres malos, que los santos tuvieran esas caras que daban miedo, que cómo podían ser santos con esas caras… terribles caras, cruentas caras. Salí de allí preguntándome lo mismo. Cuarenta y tres años después. Lo mismo. ¿Estará prohibido pintarlos con sonrisas, despeinados, bostezando? ¿No se vería mejor Jesús; si nos guiñara el ojo izquierdo?
Mi nuevo gnomo, el que acabo de comprar, no habla. Espero que se entienda con Kyba, mi pixie. Y con Verbena, la novia de Kyba, que toma anticonceptivos para no traer gnomitos a este mundo. Tan loco. Que una ve caminar sólo piernas por la calle.

Canutillos y lentejuelas.

Canutillos y lentejuelas.

En el comedor, ella y yo sentadas en silencio. No, ahora que recuerdo escuchábamos música. Bajita, porque el padre dormía. Madrugada de un día cualquiera. Ella dibujaba uno de sus ojos de cíclope. Siempre dibuja ojos y el contorno de un camino que cae del margen. Que conduce a quien sabe donde. Soy incapaz de preguntárselo. Temo salir a buscarlo, porque todo lo que proviene de ella está cargado de misterio; de diosas y pantanos, de luces que levitan.
Ella dibuja.
Yo enhebro canutillos y lentejuelas.
Cada tanto la miro.
Cada tanto me mira.

-Mon.

-¿Qué?

-Ayer le dije a mamá… que no quiero parecerme a ella.

-¿No? ¿Por qué?

-Porque de vos estoy aprendiendo el amor. Mis papás no se besaban. Dormían en cuartos diferentes. Ya sabés todo eso.

-Sí, lo sé. (Nudo en mi garganta)

-Por favor, no te vayas.

-No me voy. ¿Quién más sería capaz de colgarse mis canutillos y lentejuelas? Tu padre y vos. ¿No te das cuenta de cuánto nos queremos? Limpiate los mocos, dale. Y haceme un café.

Dónde diablos habrá quedado mi pasado.
Dónde diablos habré dejado mi pañuelo…


“El tiempo es veloz

tu vida esencial

el cuerpo en mis manos

me ayudan a estar contigo.

Quizá nadie entienda:

vos me tratás como si fuera

algo más que un ser"

David Lebon

Cada pregunta tiene su respuesta.

-¡Pero usted colecciona hijos de puta! Decía mi analista.

Es verdad. Sí. Yo coleccionaba hijos de puta. Por entonces los mocos me impedían hablar, yo asentía con la cabeza y -piadosamente- mi guardiana sacaba de su bolso una caja de Kleenex. Era todo lo que podía: levantar una ceja, llorar, colgarme de una grieta, llorar, acumular pañuelitos sobre el escritorio, llorar. Charcos de lágrimas azules o violetas. Lágrimas de colores sobre un fondo de sepia gastado (mi alma).
Efectos especiales.
Afectos especiales.
Amores que devastan. Yo, una suerte de platillo lanzado hacia la nada. El amor, el mal amor, se lo llevaba todo.
Paloma alimentada de migajas, postergada, clandestina, subida a la calesita del embuste del nunca jamás, temblando de gozo ante la sortija robada. Robada y con devolución.

-Ya es hora, decía él.

Y una va perdiendo dignidades.

-Te acerco hasta tu casa.

-Bueno.

Con tal de estar. Con tal de transformar semáforos en besos. Miradas. Manos que se asfixian. Sexos áun latiendo, extenuados, doloridos. No te vayas. No lo digo. Para qué.
La vuelta con la música aturdiendo/me. No pienses. No pienses. No pienses.
Te amo. Te amo. Te amo.
Y otra vez las lágrimas que secaba furiosa, maldiciendo la hora de haberte conocido y ese bautismo de muerte en el sentir. Ese ahogo de la cobarde ausencia. Ese no saber quien soy, quien sos. Quien fui. ¿Con qué derecho me despertaste del letargo de mi sueño químico? Para qué me hiciste soñar. Para qué me dejabas. Para qué volvías.
Cada pregunta tiene su respuesta, dice la canción.
Pero ninguna canción me la daba. Ni siquiera las tuyas, aquellas que marcaban impasses-rupturas- reencuentros. Historias. Cuentos y novelas. Ficción.

Yo, lo único que quería, era darte mi amor.

Aquello… aquello fue.
Ya no es.
Ya no soy.
Ya no.

Volverte a ver…
Volverte a ver me permitió darme cuenta de una cosa: hace mucho tiempo que te fuiste de mi vida.
Un extraño con rasgos conocidos.
Y cuando cerraste la puerta para irte, no lloré. No sangré. Sólo alivio y dolor ante la evidencia del ya no.
Ya no soy.
Ya no es.

Ambas.

Ambas.

El micro que me traía de regreso hizo su escala puntual en Río Cuarto.

-Veinte minutos! Gritó el chofer.

Veinte minutos para tomar un café, fumar dos cigarrillos e ir al baño. Tengo todo perfectamente sincronizado. Desciendo con la moneda para la máquina expendedora en el bolsillo de la campera. Siempre soy la primera. Detrás, la cola de pasajeros no frecuentes que tampoco frecuentan máquinas expendedoras. Preguntan, intentan, quieren té con leche pero sale capuchino, putean en voz baja, otra monedita, vasito chorreante que indefectiblemente se volcará sobre la persona que está detrás; más chorritos esta vez en el piso… disculpe, no es nada… (pedazo de boluda, ¿no ves que me manchaste las zapatillas?)… sonrisas incómodas, gente que mira el reloj (¿el café o el baño?) mientras yo me dirijo tranquila a mi mesa. Cualquier mesa… todas estarán sucias, en ninguna habrá ceniceros, y tengo que hacer un llamado, el llamado de siempre…

Pero esta vez ocurrió algo, y no fui la primera.
Estaba tomada del pasamano esperando que se abriera la puerta, cuando la sentí apoyada en un hombro, temblorosa... una mujer mayor, casi ciega, con una linterna en la mano... le ofrecí ayuda... ella quería bajar y su marido se había negado a acompañarla... en el trayecto me fue contando... la acerqué hasta los sanitarios y me retiré cuando me aseguró que estaría bien... no sé, un mundo de cosas pasó por mi cabeza... fui por el café, encendí un cigarrillo y mi celular, aparté servilletas usadas, me senté, y la vi dirigiéndose hacia una salida equivocada.

-Chofer. La señora no ve, y está perdida.

Avisé. Sin levantarme de la mesa.
Sin dejar de hablar por teléfono.
Sin poder apartar la vista de esa mujer con cara de pánico, dando vueltas como un perro que busca a su dueño.
Tal vez me buscaba a mí. Pero yo tampoco estaba.
No la quería otra vez en mi brazo, no la quería en mi mesa, no quería escuchar su tono lastimoso, no quería mirarle esos ojos de Borges.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien? Me preguntaban del otro lado de la línea.

-Sí, si… una señora.

-¿Una señora, que?

-No. Nada. Nada.

No tolero la indefensión. Ni tolero mi propia crueldad.
En un mundo de gente cobarde, indiferente, llena de corazas; yo era una más. Ni mejor ni peor. Humana, a medias.
Nunca lo que nos “pega” es éso. Venimos atrasados con el registro de ciertas realidades.
Atrasados, cuando no ciegos.
Ella no podía ver, pero yo sí.
Ella no podía saber, pero yo sí.

Ambas intuíamos. Ambas percibíamos.

¿Quién, de las dos, andaba más ciega?

Drops.

Ando por mi casa, vacía.
El Gringo se enfermó (oh casualidad), el día de mi mudanza.
No hubo mudanza.
Hay antibióticos.
Pero voy a la cabaña por las tardes.
Me acuesto allí donde habrá sillones y no camas. Me siento donde habrá camas y no sillones.
Fumo en la escalera. Escucho música en su recodo.
Y me resguardo de la lluvia bajo el techo de caña. Plin, plin, plin. Me mojo toda.
Cuando regreso, él me espera con la comida.
Cuando despierto, él me espera con el café.
Me parece que no quiere que me vaya.

*******

El lunes regreso a BA. Y yo que detesto los parques de diversiones.

*******

Me quedo diez días. Ya lo programé: diez días en la cama. Quiero dormir, dormir, dormir.
Dormir.

*******

Además de dormir, tengo que completar una lista. Mi lista se llama: “Yo quiero”.

*******

Hoy me puse a pensar: ¿qué pasará con mis piedras si muriera?
¿Quién las querrá?

*******

siempre dije que te vi dorado
resplandor
maduro
hombre/espalda
que beso hasta dormirme
asida a tus alas
no sea que te atrevas
a volar esta noche

y me olvides.


*******

-te amo.

-yo también.

-¿vos también te amás?

Tríptico.

Una mujer melancólica se observa en silencio en una habitación desnuda.
Una mujer desnuda observa melancólica una habitación en silencio.
Una mujer en silencio observa una habitación desnuda y melancólica.
Una mujer se desnuda de melancolías, habitaciones y silencios.

Sólo así puede observarse.

Los ojos raramente verdes, y un reflejo de lo que no reflejo en el cristal de la ventana.

-Mirame.

-Te miro.

-No. Así no. Mirame más.

-¿Más? ¿Cómo?

-Como nunca miraste a nadie.

-No, no puedo. No sé hacerlo.

-Sí podés. Mirame.

-Dejame en paz.

-Quiero que me mires hasta el fondo del alma. Un cielo, un abismo. Mirame.

-Tengo miedo.

-Vencelo.

-No tengo fuerzas.

-¿No? ¿Y quién se atrevió con este lugar?

-Yo.

-¿Y por qué?

-Porque nadie se atrevió conmigo.

-¿Entonces?

-Entonces no quiero saber hasta donde.

-¿Hasta dónde… que?

-Hasta donde llegaría.

Ésa es tu pena.

Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirás la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.

Olga Orozco

Post Abierto.

Sí, tema libre.
Porque tengo mi word demasiado abierto, demasiadas palabras, demasiados pensamientos y ninguna conclusión.
Porque mis estados de ánimo se parecen mucho al electrocardiograma de un arrítmico.
La autoría de este post será de ustedes.
Hablen de lo que quieran, no intenten parecer buenas personas; sé que lo son. Prometo meterme y opinar.
Los quiero.
Cocinen algo sabroso :)
Y si hay buen vino, (un Lambrusco, por ejemplo), mejor.

Paradojas.

”Tal vez tenga que derramarse vino
para escapar de un día.
Tal vez tenga el cielo
que desarmarse entero para tal vez yo
hacerme pluma y flotar”.

N.A.

Estos días anduve muy reclamada por la familia del Gringo.
Sus hijas.
Una hermana.
Los nietos.
Esas paradojas que hacen que otras paradojas resulten soportables.
1. Sé que me requieren de verdad.
2. Hay abrazos imposibles de fingir.
3. Corazones que se derraman como el mate, sobre un mantelito de plástico:

V. acaba de separarse de su segunda pareja. Sobre el pijama me puse un abrigo y fui hasta su casa. Me contó una historia llena de ojales en los que entraron casi todos mis botones.

-No ez maz mi noguio-. Emma, el duende; que aún no sabe de botones pero sí de ojales.

N., mi niña cósmica; regresó de Córdoba por unos días. Tomamos tantos cafés como pudimos. También estuvo K., la única hermana del Gringo que conozco –y adoro-.
Parece un junquito. Savia. Y sabia. Lástima que no suelte todo lo que sabe.

-Cuánto sabés. Me dice.

Y yo la miro.
Después, a solas, reconozco que sí. Que lo sé todo. Lástima que no suelte todo lo que sé.

Si ciertas personas supieran que sé…
¿Pero qué importancia podría tener? Si soy experta en amordazar mis tripas. Si soy experta en el nocivo arte de la negación.
Veo lo que quiero.
Leo lo que quiero.
Escucho lo que quiero.
Dejo que crean que me engañan. Que crean lo que creen.
No sé para qué lo hago.
Mi antigua teoría está cayendo.
La nueva comienza a revelarse. Pero yo no voy a rebelarme.
Que todo decante sin esfuerzo. Aún mi negligencia consentida.

Hoy pasamos el día con D. y su mujer.
Ayer llamó –con un hilito de voz- para decirnos que quería festejar Pascuas con sus amigos.
Me emocionó profundamente sentirme parte de sus afectos.
Yo no sé si habrá otra Pascua para él.
¿Quién puede saberlo? Tal vez nos sobreviva y entonces sea él quien recuerde la borrachera de hoy, el ofrecimiento del Gringo: “te doy mi médula”, mi: “yo también”; los planes para irnos a vivir a Brasil en cinco años, y ese momento fuera de toda lógica… en el que desató un pañuelo (ignoro como dio con él) que cargaba piedras, y se puso a jugar con ellas. Ya saben, siempre está provocándome.

-¿No era que ibas a regalarle una piedra? Disparó el Gringo.

-Sí, bueno, no, que se yo, no sé… (ya no quiero regalar piedras.)

Le quité de las manos las que tenía vendidas, y abrí una caja que puse frente a sus ojos –aún llenos de vida-.

-Elegí la que te atraiga-, le dije.

Miró, tocó, revolvió, inventó nombres… “ésta”.
“Ésa”, era mía. En otra ocasión no hubiera dudado en quedármela. Respeto las elecciones pero jamás me desprendo de "mis"piedras.
Pero allí estaba “ella”, latente, con el precio pegado en una de sus caras, confundida entre tantas.
Casi como yo.
Entendí que lo latente debe manifestarse. Que nadie tiene precio. Que hay momentos preciosos. Que su presencia, casi etérea, valió mi resaca, mil resacas, cien mil resacas con tal de verlo reír, y llevarse mi piedrita en su bolsillo.

Que pena no haberte conocido antes.

Creo que me hubiera enamorado de vos.

Recuperando/me.

Post que podría haber titulado "Asuntos de familia" o "La bien pagá".

Quiero hablar de Dragones (Odalys) y de Súper Mujeres (Moonsa). Ellas, con sus imágenes míticas y no tan míticas; me ayudaron a pensar. Así, sin estridencias.
Sin saber, supieron.
También me está ayudando la lectura del Tao Te Ching, o la sensación de retorno a esa fuente enigmática de belleza y sabiduría. Tan paradojal para nosotros, adeptos a la búsqueda eterna del eterno sufrimiento, siempre movidos por el deseo del deseo del deseo. Siempre insatisfechos, alimentando a nuestro minotauro, manteniendo prolijito el laberinto emocional, negando que no hay hilos.
Hablo por mí. No crean que generalizo, aunque eso parezca.
O sea, no crean en las apariencias.
(Qué mal. Comienzo por la moraleja.)

Dice Lao Tzu:

“Ahora vienen las palabras, pero evitemos convertirnos en víctimas de ellas.”

Eso.
Yo no me di cuenta (o sí, pero no me creí); y me convertí en víctima de las palabras.
Antes de seguir quiero aclarar dos cosas: tengo que ser –necesariamente- oscura, porque se trata de un “asunto de familia”.
Por cada renglón, esta vez habrá más de tres –invisibles-.
Leer a oscuras algo invisible es un milagro.
Alabado el que pueda.
Y perdón.

Sigo.
En el post anterior, en una de mis respuestas, dije: “mi dragón tiene más cabezas que mi diosa favorita.”
Un par de ellas son femeninas: una es de mi sangre, la otra atiende una cabeza que no forma parte de las cabezas del dragón, pero que también es de mi sangre.
Una cabeza consanguínea. Otra cabeza con ADN desconocido.
Y ahora agrego:
Muchas veces, nada peor para una mujer que otra mujer.
Así como las mujeres nos comprendemos “tan bien” en el tema del amor sagrado, sabemos perfectamente como destruirnos (unas a las otras) en nombre de la razón.
Nada peor para una mujer que otra mujer que intenta “razonar” las emociones.
Nada peor para una mujer que otra mujer que se mete con su sangre.
La sangre es un asunto muy especial entre mujeres: empezando por la primera menstruación, siguiendo por la maternidad o su ausencia, finalizando por la menopausia.
La sangre no sólo nos corre por las venas. Nos constituye. Y a partir de ella, constituimos. Nos funda y fundamos. Pero fundamentar… lo que se dice fundamentar algo, parándose sobre charcos ajenos… resulta abominable.
Lo puedo comprender en un hombre.
Pero la crueldad femenina me resulta intolerable.
Cuando descubrí, a través de mi profesión; el poder de la palabra… decidí no seguir ejerciendo.
Afortunadamente soy de las pocas.
Desafortunadamente hay gente que equivoca su camino, debería estar al frente de un kiosko o vendiendo porros en la plaza… en todo caso serían menos iatrogénicos que detrás de un escritorio. Y si son mujeres, ni hablar… porque el escritorio les sirve de biombo, de pantalla tras la cual esconder –que no se note- el pene que anhelan tener y que nunca, jamás de los jamases; tendrán, tan descontentas están con su vagina. Con su agujerito. Hay mujeres que no soportan tener agujeros. Entonces gozan –desde su rasgo más perverso- señalando los tuyos. (Los míos.)
No satisfechas con eso, (cosa que no me va ni me viene, a mí me encantan mis muchos agujeros); culpan a tus agujeros de los agujeros de los otros. (A mis agujeros de los agujeros de “mis” otros.)
¿Qué suponen? ¿Qué soy un tampón?
Bueno. ¿Pueden creer que me lo creí? ¿Pueden creer que creí estar dotada de semejante poder?
El “poder”, para una mujer que asume sus muchos agujeros, es algo absolutamente abrumador.
Es tremendo, créanme, tremendo caer en esa trampa.
Esta mina, de la que hablo; es la antítesis de la Súper Mujer. Es una psico-pateadora profesional, que busca en mí a la Súper Mujer. O sea, que intenta “revelármela”. Con lo cual, al comprar semejante contrato que no se lee ni con lupa; acepto las condiciones.
¿Cuáles serían las condiciones?
Admitir que soy culpable. Y la única culpable.
Que ejerzo la magia. (Sí, textual.)

-¿Magia? ¿poderes? No entiendo un carajo.

-Sí. Vos con tus piedras.

Recuerdo que llevaba puesto un colgante con un cuarzo rosa. Me lo arranqué del cuello, lo arrojé contra su escritorio, y grité:

-Pero decime una cosa, pedazo de pelotuda, si yo le otorgara algún “poder” a las piedras, ¿no te parece que tendría mi vida resuelta, que le hubiera devuelto la salud a mi hija, que estaría con la persona que amé, que tendría a mis hijos conmigo???

-Ah… no sé. No puede ser que tanta gente mienta.

No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta…

Salí de allí con una crisis.
No puedo contar de qué me culpaba.
Sólo decir que me acusaba de algo “incontrolable” para mí.
No puedo contar a quienes se refería con aquello de “tanta gente”.
Sólo decir que sí, que hay mentiras enloquecedoras. Y que ella, que se limpia el culo con el código de ética profesional, se encarga –convenientemente pagada por quien quiere su pedazo (mi cabeza)- de sostenerlas; Y ESA FUE LA ÚNICA REVELACIÓN, la que logró sacarme de mi eje después de muchos años. Después de tanto esfuerzo personal. Después de tanto trabajo conmigo misma. Después de haberme atrevido a meterme con cada uno de mis agujeros. (Y no salir corriendo a buscar tampones humanos. Ni mirarlos con horror –oh, tengo un agujerito- si no con compasión.)
Nada peor para una mujer que otra mujer con las pasiones cambiadas.

No hablen con desconocidos.
Miren hacia las esquinas antes de cruzar.
No acepten bebidas a menos que abran la botella delante de ustedes.
Cuidado con las psicólogas que impostan la voz. Escupen fuego.
Finalmente,

Las Súper Mujeres NO EXISTEN.

Él quiere mi pedazo.

Ojalá no sea verdad mi complacencia.
El gordo de mi sueño era gordo porque se había alimentado de personas que conozco. Todas en sus rasgos, todas. Conformando esa masa informe que me dice “me encantás”, “me fascina tu mirada”; mientras con sus pupilas rasguña hasta lo más profundo de mis entrañas. Y yo lo complazco: enciendo mi mirada para encandilarlo, para fascinarlo –aún más- porque sé que con la mafia no se jode. Mejor que me ame. Mejor hacerle creer que me derrite su confesión. Tendré que ser astuta, medir cada paso; que no se de cuenta…
El gordo tiene su base de operaciones en la terraza de mi vivienda. La de mi infancia.
Cuidado Mónica, esos hombres oscuros, los que adivinás en el interior de la enorme camioneta; los secuaces del gordo, los que todo lo saben, quieren su pedazo: tu cabeza.
Sí, sí. Tendré cuidado. Casi se la llevan. Vaya si casi se la llevan.
Tuve que forcejear –ayudada por cuatro personas- para que mi cabeza quedase en su sitio. Creo que está entre los hombros; sostenida por el cuello, o al menos allí la veo cuando me miro al espejo.
Claro que con el forcejeo se cayeron unas cuantas estanterías. Aún no hice el inventario de los daños.
Todavía no puedo. Todavía duele.
Yo preferiría que me maten con la indiferencia.
Pero me disparan con mentiras enloquecedoras.

-Ni en una película-. Dice mi amiga.

-Espero reponerme.- Digo con fuerzas del grosor de un hilo.

-Vos siempre te repusiste.

Gracias por recordármelo. Fui repitiendo esas palabras durante todo el viaje de regreso. Como un mantra. Yo siempre me repuse. Yo siempre me repuse. Yo siempre me repuse.

El gringo se apareció por casa de madrugada. Se calzó los jeans, puso gasolina a la camioneta; y sin comer ni dormir; manejó durante trece horas hasta llegar… hasta llegar. Se desplomó. Fue a buscarme aún sabiendo que tenía pasaje para viajar… un día después.

-Y ni un día más. Dijo.

Al día siguiente partimos. En realidad, todo lo que yo hice fue una valija. El resto lo hizo él. Hasta pensar por mí.

Miren lo mal que estaré, que lo dejé pensar por mí.

Duele.

Duele.

"Ellas danzan con los desaparecidos
Danzan con los muertos
Danzan con amores invisibles
Con silenciosa angustia
Danzan con sus padres
Con sus hijos
Con sus esposos
Ellas danzan solas

Danzan solas"


Escribo para no seguir danzando sola. Mi tristeza -la de hoy- es tan profunda que no sé donde termina.
A veces puedo medirla, saber su largo, su ancho, su peso. De donde viene. A donde irá. O quién se encargará de recogerla. Quién tomará -por mí- a ese ser estremecido y buscará un lugar para su muerte… lejos, muy lejos.
O que al menos tarde en volver.
Para que olvide -en lo posible- el camino de regreso, mi olor, el color de mis ojos cuando son… un par de cristales ahumados.

Es una tristeza solitaria de verdugos. Por eso resulta insoportable. No tengo a quien culpar.
No tengo a quien absolver.

-Yo, Mon; me declaro absuelta de…

Andá al carajo. No mientas. No sirve.
Estás condenada a sentir.
A sentir como sentís.

En ocasiones, me arrancaría el corazón si pudiera.
Pero no puedo.
¿Qué puedo arrancarme, entonces?
¿Una pestaña, una uña, un pelo, qué?

¿Y si de verdad no quedara más escapatoria que arrancarme el corazón?
Otros lo intentaron. Pero sigue ahí: toc-toc, toc-toc…
Late.
Late para todos y no importa si es el mío. Con cada latido me derramo. Y de tanto derramarme estoy exhausta.

Y tengo miedo.

On the line.

On the line.

Dedicado a Nada.

Se corporiza la llama
en el desplazamiento del verbo,
propagando de manera encendida
un ritmo inconexo
y atrayente.

(Cosas que quedan atrás
resultan restos de cosas
que no terminan
de quedar atrás.)

El arrastre permite
un doble movimiento:
tanto el miedo
como el esplendor
vacilan,
no prueban
aunque tientan.

Hablan al fin
de un desapego que ya no encuentra forma.
Un desapego
que no puede proclamar
dirección alguna.

El doble movimiento interfiere, también,
un desparramo de inquietudes
que comienza a borrar
los fantasmas
de las fronteras.

(¿Estamos donde creemos que estamos?)

Un cartel
“paraje de respuestas
busca incentivo”
observa los parentescos
que se van sucediendo.

De Gustavo Álvarez Núñez.

Sagrado.

Una mujer lo quiere todo.
Quiere todo lo que quiere.
Quiere todo lo que tiene por derecho propio.
Una mujer, quiere.
Una mujer no tiene lo que no quiere. Podrá estar allí, ocupando algún lugar; pero nunca lo sentirá parte de su esencia.
Las mujeres tenemos un costado casi inaccesible. Casi luminoso. Casi para nadie.
El hombre nos tantea, sus ojos no son nuestros ojos, el interior de sus retinas no conecta con el alma, salvo en el amor.
Pero el amor. ¿Qué cosa es el amor?
Ah, el amor es lo primero que a una mujer se le revela. Aún antes que sus pechos. Nacemos con un amor claro, y aunque todo oscurezca extendemos la mano y encontramos su norte. ¿Que dónde está?
Aquí, en mí. ¿Lo ves? No, no lo ves. Sos hombre, y hasta que tus retinas no conecten con mi alma supondrás haberlo encontrado. Una y mil veces. En vano. En muslos. En glúteos. En rostros. En tantas.
Amores furtivos. Que por furtivos, no son amores. Son una forma apócrifa de lo sagrado.
Entonces, voy a esperarte, amor; hasta que aparezcas.
Sagrado.

Recuperando.

Recuperando.

Estoy pagando deudas. De la clase que se salda con dinero.

-¿Cuánto te debo? Tomá. Gracias por bancarme.

-¿Cuánto debo? Aquí tiene. ¿Dónde firmo? Buenos días.

Acabo de vender el terreno de la discordia. Mi monedero engordó abruptamente; y abruptamente está poniéndose en línea. A medida que pago…
Pagar… para no tener que pagar con otra cosa, decimos los analistas.
Pagar para tener. Que no es restar.
He sumado aire, una distancia que ya no es simbólica: derribé la medianera, se cortó el cordón, un dueño ha nacido.
Lástima el dueño.

-¿Estás contento? (Yo, que no paré de hacerme la graciosa durante la firma del boleto. Tantos hombres meticulosos, frunciendo entrecejos, carraspeando, revisando cien veces mis tres famélicos papeles, constatando otras cien mi número de documento -juré que era yo, hace treinta años, pero yo- que le voy a hacer, nunca perdí mi DNI, nunca tuve que renovarlo y ahí estoy… con rasgos de adolescente hippie, las cejas finitas, sombra blanca enmarcando ojos más oscuros, una tez más pálida, pelo lacio y raya al medio, con escasos 45 kilos, 18 años, y cara de “todavía soy virgen” -¿saldrán en las fotos las mentiras? Ay que miedo. Susto, siempre susto. El puto susto.)

-¿Perdón? ¿Contento?

-Sí, si estás contento con el terreno… ¿viste que hermosa arboleda? Son Tipas centenarias…

-Lo lamento por los árboles, pero no pienso dejar ninguno. Quiero construir una casa grande.

-Ah. Es que yo lo compré con tanto amor... por los árboles, digo. (¿Por qué las mujeres hacemos comentarios que suenan tan estúpidos y sin embargo no podemos evitarlos? ¿Qué suponía? ¿Que lograría conmover al gigante de barba y cara de no me rompas las bolas nena / mejor no te metas conmigo / qué me mirás eh?, eh?).

Cuando salí de allí, un amigo me preguntó lo mismo: “¿estás contenta?”. Y no, no era alegría. Era plata. Dinero.
Billetes.
Y así… cobrando y pagando logré recuperar mi auto -a un año del accidente-.
No, Glup, aún no era tu namber uan en el top tin de los blogs.
Me senté al volante como novata. Otra vez los 18 y el puto susto de copiloto.
¿Dónde estaban las lucecitas?, ¿cómo se manejaba la computadora???, y la reversa, ¿cómo se ponía??? ¿por qué no anda el control a distancia del equipo de audio? Ah cierto, es verdad… tuve un accidente, a mí no me pasó nada… pero a mi auto sí. Estuvo cinco meses en terapia intensiva y yo pidiéndole que suba el volumen desde el volante. O que se apaguen las cuatro luces del tablero.

Secuelas.

¿Será verdad que a mí no me pasó nada?

Secuelas.

Mi auto y yo tuvimos un pequeño diálogo, intercambiamos algunas caricias e hicimos un pacto de mutua confianza.
Entonces puse primera, lo saqué del parking; y dejamos que el sol del mediodía nos caliente los motores; con Miles y Chet sonando en la compactera.

@ witchcraft - miles & chet