Blogia
VOLVERSE HUMANO

pulsaciones

Cinco.

Uno

Sólo me sale el silencio.
El mismo que escucho cuando suena mi celular y del otro lado nadie responde,
y -número desconocido -.
Imbécil, dejá de molestar.
O dejá un mensaje.
O dejá tu número, así te devuelvo el silencio.

O mejor no vuelvas a llamar.

Dos

El 31 me aturdí en honor a todo silencio mortífero. No eran risas. Eran risotadas. No era bailar. Era caer extenuada. No era beber. Era emborracharme. No era hablar. Era ser filosa.
Nunca más lúcida.
Me sentí aborrecible. Descarada. Provocadora. Mentí. Mentí. Mentí.

-Vamos a bailar.

Yo.

-No tengo ganas.

Él.

-Entonces lo saco a bailar al yanqui-. (Atractivo y mirón).

Y por un momento recordé el cuento de los zapatos colorados, porque mis pies iban de aquí para allá, entraban y salían, subían y bajaban escaleras.

Temí que el leñador me los cortara.
Pero el leñador estaba lejos.

Tres

Mi cabaña también está lejos.
Cada día falta más.
Yo protesto y discuto con la gente. Les muerdo los talones como perro hambriento. La casa del Gringo parece un atelier: esculturas y pinturas que hablan de mí pero nada dicen acerca de otros.

Desentonan. Creo que a propósito.

-Que lindo color.

-Es una base-. Gruño.

Soy odiosa.
Descarada y odiosa.

Cuatro

Y si cada día falta más; es porque cuando entro y la recorro tengo miedo.
A no regresar.
A dejar, entre legítimos hartazgos y egoísmos, que la vida transcurra. Mansa para mí.
Adiós ayer.

Perderme. Nadie sabe.

Solo roca. Solo lluvia por las noches.
Una veleta que marca la dirección del viento, de lo incierto, de la nostalgia;
y que a veces me apunta con su flecha.

Quedarme.

@ truenos, como todas las madrugadas

japi niu iear.

yo quería pasar el 31 en la montaña.
era mi deseo.
un par de bolsas de dormir, una buena fogata y una botella de champagne.
pensé que si estaba más cerca del cielo, alguien... tal vez... me escucharía.
... pero las presiones familiares... las miradas incrédulas ante mi "loca" idea ("¿cómo no vas a estar, si hasta vienen los yanquis?")
y a mí los yanquis me importan tres carajos.

-nice to meet you.

además detesto pasar la mitad del día pensando qué ponerme.

-how are you?

mi inglés no da para explicar que tengo una familia encarajinada, que mis hijos no viven conmigo, que ni siquiera los veo, que tengo una hija "adoptada", que luego del brindis habrá otro brindis en casa de la ex de mi pareja, con ex incluída y los tuyos los míos y los nuestros.
perdón, los míos no.

¿se dan cuenta?
definitivamente, no había mejor lugar que la montaña.

entonces adelanté mi noche.
junté cuarzos y fluoritas, armé un mandala en el centro del parque, el cielo estaba deliciosamente estrellado, yo estaba deliciosamente melancólica, me senté en el pasto, encendí una vela sobre el cristal más grande, los tucos volaban sobre mi cabeza como guirnaldas desprendidas de algún árbol navideño, y pensé en tres o cuatro cosas.

tres
o cuatro
cosas
que me cansan.
las escribí en papelitos.

que fui quemando...

uno

tras

otro.

ahora el parque está lleno de cenizas.

Zorba y estos días.

Acabo de cenar como una vikinga: un trozo de pollo así, con la mano y arrancada su carne a puro diente; y una copa de vino barato.
Escucho un viejo y amado tema de Génesis (“hundido”), y aunque me haya lavado las manos, aún tengo restos de acrílico en mis uñas. Estoy pintando un Buda versión zorba, de colores irreales. Una mariposa de la noche murió ahogada en mi paleta.
Revoloteaba molesta, tuve toda la intención de aplastarla con un barniz en aerosol, pero me dije “podría ser Buda”.
Si fue Buda –supongamos- cometió un suicidio.
Lo siento. Yo no pinto en tonos pasteles.
Aunque pensándolo bien, zorba no se hubiera suicidado. Le habría encantado su panza violeta, su lazo dorado, mi vino de tres pesos con cincuenta, y mi arte.
Y yo. Yo también.
Estoy segura.

Mi Navidad.
Que extraño fue todo.
La tarde del 24, después de un largo soliloquio, llegué a la conclusión de que el verano pasado fue el mejor de todos los que pueda recordar.
Por entonces teníamos el boliche que ya no.
Hundido.
Perdimos.
La flota burocrática ganó la batalla.
Pero ¿cómo se mide una pérdida?
Si nunca me reí tanto. Si nunca me sentí más viva.
¿Realmente perdí?
¿Qué es perder?

A mí las cenizas me alimentan.
Tengo los pies curtidos.
Siempre hay brasas quemando, yo misma quemo, me enciendo, soy fuego. Soy Fénix.
Y a empezar. Con otra cosa.
Y ya.
Ya basta.

La noche del 24 tampoco hubo pérdidas. Fue la mejor Navidad de todas las que pueda recordar.
Aún sin…
Aún con…
Yo me acordé de mí.

De vos.

De mí.

Y de mí.

@ coming around again

Oh que será, que será.

Llegué. Aunque tenga la sensación de haberme quedado en alguna parte del camino.
O tal vez aún no salí. No me fui.
Todavía no me alcanzo.
El viaje lo hice en auto, con mi viejo y un sobrino. No sé como me las arreglé, pero dormí placenteramente contorsionada entre valijas, sombreros, plantas, mochilas y una torta helada que traían de Entre Ríos. Faltando doscientos kilómetros para llegar, la torta no tuvo mejor lugar para despertar –digo, descongelarse- que mi espalda. Torta de mierda. Bajamos en una estación de servicio por más hielo. Era patético ver a mi sobrino –que es chef- tratando de recomponer ese amasijo informe que yo juraba no comer bajo ninguna circunstancia.
¿Pueden creer que cubrí el enchastre con mi lindísima campera Columbia y seguí durmiendo?
Bueno, lo que bajó de mí, al llegar, era un asco.

Creo que todavía sigo dormida.
El Gringo pasó la noche en casa y partió de madrugada. Hasta el viernes no regresa. Hasta el viernes estaré sola. Aquí.
Ya ni siquiera está N.
Ella y su guitarra. Los discos de Spinetta.
Su madre se la llevó luego del “confuso” episodio con S. Yo sentí que me la quitaba.
Tal vez se le esté notando aquello que le dijo a su padre: “a Mon la quiero casi tanto como a mamá”.

Parece que este día no termina nunca.
Limpié como si me pagaran por hacerlo. Acomodé mis cosas, alimenté a Kali, medité, leí, pinté, llovió, llovió, llovió.

Llovió.

Me descalcé y salí a pisar la hierba. Quiero decir, me quedé ahí, parada. Bajo la lluvia, con la perra a mi lado, esperando echar raíces; pero no.
¿Estaría siguiendo algún principio atávico?
Caminé hacia el monte, Kali siempre conmigo, y entonces descubrí mi almuerzo. Duraznos ciruelas y cerezas.
La fruta lavada por la lluvia. Madura. Jugosa. Dulce.
Comimos de los árboles.

¿Habría perros en el Paraíso de Eva?
Porque Adán no había.

@ thank you – dido

La cordura indiferente.

La cordura indiferente. Dedicado a E., allí donde estés.

Busqué un lugar para tomar café. Era otro bar. Y era otro libro.
Elegí una calle ruidosa, un mesa en la vereda -la única sin ocupar- la silla tibia y una taza vacía.
Camarera, por favor, retire la evidencia de que hay otros tan solos, que hoy no estoy para más soledades que la mía. Usted no sabe, pero yo detesto el ruido, el tránsito, el smog, la gente que me zumba alrededor, no me interesa escuchar aquella conversación, ni esta, ni ninguna. Yo no frecuento estos lugares, porque aquí no se puede pensar. Y vea, traje conmigo un libro sobre mitología. Se necesita calma para lecturas eruditas. No leo Cosmopolitan, ni hago crucigramas. Me interesa la Vieja Europa, aquella que se remonta al año cinco mil antes de Cristo, con su sociedad matrifocal, pacífica, amante de las artes, y ligada a la tierra y al mar.
Aquella que rendía culto a la Gran Diosa -Astarté, Ishtar, Inanna, Nut, Isis-. Serpiente, paloma, árbol y luna. Quiero saber como era el mundo antes de la existencia de los dioses, de las guerras, del poder ideológico del cielo.
No sé que hago aquí.
Aquí no puedo pasar de la oración.

Se me acerca un mendigo, no quiero mirarle la cara a la miseria, me hundo entre letras que no leo.

-Soy del FMI-. Y despliega al mejor estilo hollywoodense una credencial con la foto de un perro. Una foto de almanaque. Pone sobre mi mesa un recipiente de lata -ninguna moneda- y me dice cosas que no entiendo.
Está loco, pero conserva la ironía. Me arranca una sonrisa. Triste.
Recorre otras mesas.
Nadie ve la foto.
La gente lo espanta con ese gesto con que se espanta a una mosca.
Tuve ganas de llamarlo. De que me cuente más acerca de ese perro.
La locura tiene un costado fascinante, un borde filoso por el que me gusta caminar, una astilla que pincha sin doler. Ellos y sus vuelos sin cometa, sin asientos eyectores que los devuelvan al país de la cordura indiferente…

Pero no.
O tal vez sí.
A lo mejor él tenía la respuesta. O me hubiera dado una pista. O quien sabe… quien sabe que habría en ese recipiente vacío.
¿Y si él, o su perro de almanaque, me quitaban el dolor que yo sentía?

Hacía un par de horas, yo tenía un dolor que esperaba por mí. Y lo ignoraba, como ignoramos tantas cosas… ah, cómo nos gusta caminar sobre certezas. Y cuando son como trajes a medida, ni siquiera vemos que allí no hay baldosas. Tampoco el cartel que dice: “Cuidado”.
Cuidado…
Hacía un par de horas, pregunté por él, como siempre…

-Se mató. Fue la respuesta al otro lado del teléfono.

Aún resuena en mi cabeza, e imagino el estampido del disparo sobre su triste permanencia. Agotadora. Sorda.
Sorda entre los sordos.
”Los llevo en mi corazón”. Fue su puto mensaje de despedida.
Y me acordé de aquella noche. Cuando me sacó a bailar un bolero. Y dejó su pullover, de un color tan triste como él, olvidado en mi casa.

Ayer mi empleada encontró ese pullover.

-Señora, ¿qué hago con esto?

-Tírelo.

Es inútil que revise el cubo de la basura.
Ya no está.

@ return to oz - scissor sisters

Quiero revolcarme con vos.

Quiero revolcarme con vos. Estoy indignada, ardo de furia ovárica.
Acabo de descubrir que mi marido es un cavernícola disfrazado de hippie viejo. No, no hablo de mi ex. Luego de mi ex ya no quedan espacios para legalidades -hipócritas- en mi vida. Hablo del Gringo, que después de dos años se merece algún título.
Marido.

Hippie viejo no es un título: es lo que acabo de gritarle por teléfono.

Ja! Tuvimos nuestra primera discusión por N. -la hija que compartimos-.
La cosa es que desde que volví a Buenos Aires la niña se ha quedado sola.
Tiene 18 años. Es bella, mística, pura. Y artista. Quiero decir, tiene arte. Un arte endiablado.

¿Qué hizo la muy tonta?

Llamó a su padre -que ya saben, está viviendo a 150 kms.- para contarle, llorando, que se había “quedado dormida” con un amigo.
Creo que también había una amiga en danza.
Ahhh esas amigas.

N. y S. tuvieron una historia de amor, allá lejos y hace poco. Y quedan resquicios, aunque ella me lo niegue porque ahora tiene nuevo novio, F. -que vive en Buenos Aires-.
Ahhh esas distancias.

-¿Pero pasó algo? Pregunta estúpida mía.

-Ella dice que no.

-¿Y entonces?

-Pero yo no le inculqué esas cosas!!! si hay algo que me pone loco es la infidelidad!!!

-¿Cuál? Pregunta no tan estúpida mía.

Me salió espuma por la boca cuando escuché: “si no se lo cuenta ella (a F.), se lo cuento yo”.

-Antes de abrir la boca te ahorco.

-Y vos también tenés que ver, con esos discursos tuyos!!!

-Bah, ¿qué culpa tengo yo de lo que haga tu hija?

-No mi amor, no nos peleemos, perdoname.

-No chiquito, ahora me vas a escuchar, ¿y qué tal cuando felicitás a mi hijo porque se cogió a N. F.? (tilinga y popular modelo), o cuando lo alentás con las mellicitas de G. (tilingas por partida doble que muestran el culo por la tele…) Claro, en ustedes es un chiste, ya no es cuantas veces “la pongo”, sino en qué concha la pongo… y vos torturás a tu hija porque durmió con S. ¿con qué derecho?

-No sé no sé… esta noche se iba a dormir a casa de su madre.

-¿Para qué? ¿para no querer asumir su deseo?

-¿Qué deseo?

-El deseo de que un hombre la abrace, la bese, la acaricie. Claro, no era F. -y eso es lo que te jode-. Pero sabelo, una mujer extraña. ¿O vos pensás que F. está en Buenos Aires haciendo votos de castidad?

-Ah, no sé.

-¿Que? ¿me estás cargando? ¿qué tal si lo siento a F. delante de tu hija y le digo: dale, desembuchá. Contá con cuantas. Espero que a tu hija no se le ocurra la estúpida idea de hablar… lo que pasó es un hecho íntimo, de ella para con ella. No tiene que confesarse con nadie. Y lo que me parece más terrible, es que haya convertido una situación consentida y seguramente añorada, en un pecado digno de María Magdalena. No me gusta que la críes con culpas. Me hacés acordar a mi viejo. ¿No ves que te llamó para ser castigada? Si te conoce, pobrecita…

-Bueno, ¿qué vas a cenar?

-No cambies de tema!!! Yo, rugiendo.

-Jajaja…

-No te rías!!! No voy a consentir el doble discurso de la igualdad de derechos, cuando no existe!!!

-No podés decirme que está bien que tres personas duerman juntas.

-Yo dormí con seis (ahhhhhhh que placer dionisíaco decirlo !!!).

Silencio.

-Buah, no sé.

-No sé, no! No voy a permitir que dudes de mis palabras. Yo-dormí-con-seis-en-la-misma-cama-y-varias-veces. Era una cama grande.

-¿Y me vas a decir que no pasó nada???

-Nada.

Silencio.

-Bueno, ¿qué vas a cenar?

-Huevos revueltos.

@ chicos en el pasto - babasónicos

Con doble eme.

Con doble eme. Se llama Emma. Con doble eme.
También se llama Duende.

-Duende, ¿me das un besito? Y apoya su cachete sobre mis labios...

Duende, o Emma con doble eme, tiene tres años y es la nieta más pequeña del Gringo.
Es pequeña de verdad. Es… diminuta como todo duende.
Como un hada diminuta.

Emma nació con una discapacidad motriz. La mitad derecha de su cuerpecito no hace caso.

-Mala, mala, mala!

Sentada sobre el piso, entre lápices y gomas que huelen a frutilla, castigaba su manito.

-No Emma, tu manito no es mala.

-Mala, no sive.

-Sí sirve.

No sabía que decir. No quería mentirle. Tampoco estaba segura de mentir si contaba lo que yo sentía.
Porque yo sentía otra cosa.

-Tu manito sirve para enseñarle cosas a tu otra manito.

Me miró entre desconfiada y esperando el milagro. No pretendía ganarme su confianza. Y milagros, no habría.

-Mirá lo que hace tu manito -acomodé la que hace caso sobre la otra- ¿ves?... le está enseñando a acariciar…

Emma me miraba y miraba sus manos. Parecía haber descubierto algo.

-Y es taaan inteligente, que le enseña algo muuuy complicado.

-¿Qué?

-Le enseña a ser paciente, a no enojarse, a quererse, a querer.

Y le canté aquella vieja canción: “que linda manito que tengo yo, que linda manito que Dios me dio”.

Y Emma reía.
Como ríe cuando viene corriendo hacia mí, con su piernita que tampoco hace caso, y entonces yo la veo volar arrancando panaderos de entre la hierba.

El domingo pasado almorzamos en familia. Yo estaba triste. Pero Emma me iluminó cuando bendijo la comida.

-Ennomedepade, hico, espirísitu santo, amé.

Guillermina, su hermana mayor, disparó contra mis lágrimas en exterminio y preguntó así, sin más… “mon, ¿de qué religión sos?"
Respiré hondo.

-De la religión del amor.

Silencio. Absoluto. Absolutísimo.
No sé cuanto duró. Lo suficiente como para verme con una vincha en la cabeza, una flor pintada en la mejilla, y una pancarta que decía: “haz el amor y no la guerra”.
Me sentí una hippie vieja.

Guille comenzó a dar vueltas sobre sí misma, -¿será una danza?-, con sus ojos enormes y negros me contó que buscaba un algo.
Quién puede asegurar que cosas busca un niño; que cosas ve, que notas escucha…

-Bueno… ACÁ, HAY AMOR. - Fue su respuesta-

Y todos nos sentamos a comer.

___________________________________________________________

@ presente - sui generis "

Solos.

Solos. Esta madrugada la mano revolvía mis entrañas.
¿Cómo dejar escapar lo íntimo, que por íntimo escondemos porque su desnudez asusta?
¿Cómo hacer nuestra propia disección, estando vivos?
Me dolerán los cortes. ¿Podré contener la sangre?
Y la sutura, ¿quién la hará -sin desmayo- si desmayo?

Alone together.

Estúpidamente solos, conformando los ingredientes de una ensalada que se comerá la vida: esa gula que no es hambre.
Saciamos estómagos / como bocas / como sexos. Miramos sin entender y la cosa no habla.
Pedimos el folleto de instrucciones.
-No, lo sentimos. La vida no trae.

-Así está bien, gracias ¿Quién habló de caviar?
-Pero yo quiero caviar.
-Ah, no. Aquí sólo servimos ensaladas. Son tan sanas…
-Pero yo quiero caviar.

Pagaré lo que me pidan por el caviar. Y en lugar de untar tu sexo, untaré una galleta. Que no se excita al paso demorado de mi lengua. Pero al menos no se resiste. Se deja devorar, porque está hecha para eso: para ser una galleta andrógina, sin fluidos delatadores, sin palabras procaces, sin oscuras fantasías sobre Tokio.

Todo amengua, como la Luna.
Pero yo no tengo cuartos. Siempre soy llena, reflejo, ¿me ves?
No creas en los cielos.
Mostrame tu pecho, abrilo como gruta sagrada y prometo no encender mis velas.
Sólo necesito que me abraces.

No creas en los cielos.
Yo puedo llevarte a ese lugar del mapa del que brota un manantial sin peces.
No creas en los cielos.


@ Heart Door- Paula Cole

Palomitas de maíz.

Palomitas de maíz. Hace diez minutos que intento escribir pero la invasión de bichos –inclasificables para mi conocimiento- me lo impide.
Uno quedó agonizando mientras mueve sus patitas. Otro acaba de ser capturado bajo una tulipa en desuso. El resto viene ganando la desigual batalla, pero yo pienso resistir. No voy a permitir que se abusen de mí por ser una mujer sola.
¿Por qué diablos no aparecen cuando está él?
¿Para qué me llama por teléfono cuando sabe que NO entraré el auto aunque caigan piedras, porque sólo él puede maniobrarlo sin que después me falten los espejos?
¿Y qué me dicen de la basura?

- Habría que sacar la basura, ¿no?- le digo a Nevenka.

- Ayyy Cristiiina -. Me llama así.

Nos quedamos mirando las tres bolsas -3- de residuos. Cada una se acordó de algo urgente por hacer.
Y las putas bolsas siguen allí, decorando el termotanque; será que se acercan las fiestas…

Por supuesto, no cené.

- Me voy hasta lo de Juancito a comprar algo para la cena- dije.

- Pero nooo Cristiiina, después de la peli vienen los chicos con empanaaadas…

- ¿Y a qué hora es eso?

- A las doooce, doce y meeedia. ¡Daaale, así comés con nosoootros!

- Bueh.

Preparé café para las dos, ya empezaba la peli.
Me prometió que lloraría a más no poder -¡¡¡ y yo asentía emocionada !!!-.

Hace tanto tiempo que no lloro mirando películas… que me da cierta nostalgia esa cosa identificatoria que nos hace creer que somos “ella”. La tan amada, la tan deseada, la tan bonita, la tan tarada, la que se queda con el más guapo o el más romántico o el más audaz; la que escapa con el hombre de su vida, la que sobrevive a todos los calvarios, en fin… la que no existe.

Luces apagadas para evitar la –inevitable- invasión de insectos; cigarrillos encendidos, piernas desparramadas, una pastafrola sobre la mesa… y a llorar…
Sweet November, con Keanu Reeves y Charlize Theron.

Saben... me la pasé esperando “el momento”; mejor dicho “EL MOMENTO”, y mientras la mocosa lloraba sin consuelo –y conste que era la tercera vez que la veía- yo palpaba mis conductos lagrimales, ¿y si los tenía tapados?

Juro que hice mis esfuerzos.
Que lo intenté con alma y corazón.
Que quería llorar aunque más no fuera para darle el gusto, para llorar de a dos, para parecernos a esas madres e hijas de película –que no lo son pero lo aparentan- y entonces una cree vivir una situación así: dos mujeres solas, un hombre que es padre y pareja trabajando lejos porque la vida es puta; ellas se llevan bárbaro, se tiran las runas, meditan juntas, confiesan pecados, bailan el tango, se prestan la ropa, el shampoo, y los compactos de Spinetta, una cocina la otra lava y ninguna plancha, la chica quisiera que su madre fuera como ella, ella quisiera que su hija fuera como la chica…
Y nada es como es.
Y todo es como parece.
Y lo que parece, parece de película.

- ¿Palomitas de maíz?

- Dale, que está buena.

- Sí que está buena. Voy a buscar un pañuelo.
Contame como sigue.

- Si te vas, no sigue.

- ¿No?

- No. Hay que esperar hasta mañana.

- ¿Qué? ¿Es en capítulos?

- No. Es en la vida.

Ya vuelvo.

Me acosté de tu lado. Había que dormir la siesta o el dueño del sol vendría por mí.
Hasta hoy yo creía que los jilgueros también dormían, o que no estaban, o que no estaban en nuestros árboles. Nunca los había escuchado. Seguramente porque escuchaba otras cosas. Tu respiración, por ejemplo. El latido de tu corazón. Tus “te amo” bajitos. Tal vez, sí, las chicharras; como las ranas de noche. Pero suenan de un modo tan monocorde que me adormecen.
En cambio los pájaros…
Busqué tu olor en la funda de la almohada, te encontré, te abracé, di vueltas, tenía calor, un bicho molestaba, hundí mi nariz hasta volver a encontrarte, abría y cerraba los ojos, miraba el frasco de tu perfume, tu rosario, tu San Antonio, las piedras que te regalé – llenas de tierra- y trataba de imaginarte haciendo lo mismo: mirando el rosario del espejo de mi auto; el ágata que llevo en la guantera, la amatista que cuelga del llavero, intentando dormir -vos también- , una triste siesta sin tres tristes tigres, con la butaca reclinada y bajo la sombra de un árbol en una calle polvorienta.
Ni vos ni yo pudimos. Pero pudimos con el resto. (O eso creo).
Yo, caminando al atardecer, queriendo perderme para siempre, sopesando ideas francamente estúpidas –sufrió una crisis profunda, no está en condiciones de regresar hasta pasado el verano; se quedará aquí, no la molesten, no sabe quién es, necesita tiempo-.
Después pasé a recoger los gemelos de tu padre, pero Valentín no estaba; había dejado un cartelito: “ya vuelvo”. Me senté en el umbral, recosté mi cabeza sobre la puerta despintada y encendí un cigarrillo.
Pasó una señora que no conocía y me dio las buenas noches; hundí aún más mi cabeza. Sentí más la tristeza.
Sentí la rabia profunda. El odio por el odio. Tantas preguntas sin respuesta. Tantas respuestas para nadie. Y todos los por qué. ¿Por qué así?
Me cansé de esperar a Valentín. Yo quería traerte esos gemelos. Yo no alcancé a medir – el día que los recuperaste- la importancia que tenían para vos.
A veces detesto mis ausencias, a veces me desintegro en mis propios dolores y olvido los tuyos.
Me pregunto en qué lugar los escondés. Porque cuando te miro, todo lo que veo es agua calma, un aire adolescente y sencillo, sonrisa sin tiempos.
Y tanta luz…
Aún hoy, sabiendo lo duro que será todo.

Mientras escribo esto, son las dos de la madrugada. A las cuatro tenés que irte. A las cinco pasa el micro que te traerá de regreso a las doce de la noche. Sólo para dormir conmigo.

-Ya vuelvo, mi amor.

Trescientos kilómetros sólo para dormir conmigo.

Ay,
Dios
Dios
Dios

si pudiera regresarte algo más que esos gemelos…

Dedos sordos.

No se me ocurre como empezar este post. Hace rato que le doy vueltas, y me parece estúpido pensar tanto tiempo en algo. ¿Para qué? Si sólo busco contar.
Ay, quiero quemar este tabú, esta superchería de a donde van los deseos cuando se rompe el silencio.
Hay un cuco que amenaza: “si lo dices, me los llevo a la gruta de los deseos irrealizables”.
Es el primo del cuco de la felicidad: “no es verdad, no es verdad; la felicidad no existe”.
Ambos tienen una tía, la bruja de la profecía: “yo te lo advertí”.
Ellos zumban sobre mis hombros, se acuestan a dormir –mentira, no duermen- al abrigo de la oscuridad de mis tímpanos; pero no tienen poder alguno sobre mis dedos.
Al menos una parte de mi cuerpo no les cree. Tal vez los dedos sean sordos. ¿Alguien sabe?
Ahora que escribo estas líneas recuerdo –y no se por qué- los versos de Cavafy:
“Lestrigones, cíclopes, incontrolable Poseidón,
no los encontrarás en tu camino
a no ser que tú mismo los traigas dentro de ti.”

Si acaso sea cierto, si acaso han estado viajando conmigo –y me temo que sí- acabo de aplastar a una hormiga con un pesado cenicero. Mi escritorio no es hábitat para una hormiga. Mi espíritu no puede ser hábitat de cíclopes o lestrigones. Fue un asesinato simbólico.
Voy a pronunciar la frase de mi arribo a Itaca:
“Un llamado a tiempo lo cambia –casi- todo”.
Sí.
Faltando diez minutos para irme de Buenos Aires, con el remis esperando en la puerta, y yo aún con una toalla sobre el cuerpo; sonó el teléfono. La lógica dictaba que dejara el asunto en manos del contestador – cuando estoy atrasada me pongo terrible-, pero atendí.
Una voz masculina me daba una noticia largamente esperada. Lo hubiera invitado con champagne, pero no era momento –nos lo prometimos para más adelante-.
Salí de casa con el pelo mojado, arrastrando bolsos y abrochando mi camisa en el ascensor – rompiendo viejos records- vivo en un segundo piso.
Cuando las luces se apagaron, y los viajeros comenzaron a reclinar sus butacas para dormir; yo pensaba.
En realidad no estaba pensando.
Estaba recibiendo soluciones
.
De pronto comprendí que todas –o casi todas- estaban allí, desplazando problemas, soledades, imposibilidades, distancias, frutraciones, pérdidas.
Sé que puede sonar a euforia, pero la euforia y la paz están divorciadas por incompatibilidad de caracteres.
Es paz, definitivamente paz.
Y así ando, deteniéndome en postas fenicias, sin apresurar mi viaje, es mejor si dura muchos años, enriquecida por lo que aprendí en el camino, y si muy pobre la encuentro, mi Itaca no me habrá engañado.

*Itaka, de Constantine Cavafys; sin su licencia pero con un guiño cómplice.

@ something- george harrison

Te podría contar...

Ha llovido tanto en estas horas,
aquí,
con vos y conmigo
un agua que no deja de caer,
un tiempo detenido en paz continua.

II

Este cielo que se desploma
sobre la vida.
Y nosotros cosechando duraznos
que toco, aprieto, huelo
y bendito sea
lo que llena mi boca de tu almíbar.

III

A mí me parece,
que la lluvia hace crecer las manos.
O no podríamos sostener la fruta,
sostener los cuerpos,
una boca adentro de otra boca.
Y alguna flor,
también.

IV

Y después de tanto después
el agua insiste en la gotera que,
-ploc-ploc-ploc-
se ezcurre entre el tejado
cayendo insolente por mi pelo
bajando, celosa, hasta tu pecho.
Y me siento una amazona
hecha de lluvia.

@ fisherman- waterboys

De tardes.

De tardes. Cada vez que me siento sólo cuerpo, sólo ojos o una mama; salgo a las calles a buscar mi alma - que ya sé, está en mí, no fue a ninguna parte ni se ha perdido- pero es que no suelo mirarme en espejos, ni en el reflejo de los escaparates que sugieren mi sombra/silueta porque ya aprendí que es mejor no detenerse ante los brillos, entonces voy de prisa, y voy tras ella. Cultivo una paciencia zen que no sé de donde me ha venido y conozco las argucias, los anzuelos, las carnadas de las que ella se alimenta, los pasos de quien sigue, que mirada, qué voz la atrapa por instantes, con qué se llenará la boca para contarme cosas al oído, que es como tocar a mi puerta -he llegado- vení, sentate conmigo en esta mesa, ayudame a tragar las palabras de este libro sin pensar en él, y sin tener que secar los cristales de mis gafas con ese gesto ausente. El sol se clava sobre mi costado derecho y afuera dos mujeres arrugadas pero distinguidas conversan en voz alta -esa puta costumbre que tiene todo el mundo- el café sabe horrible, ya no es como antes, me pregunto si habrá -aún- alguna cosa que sea como antes. De pronto descubro que durante el día me hago cientos de preguntas que permanecen en la superficie, como pedazos de telgopor flotando sobre el agua de un riacho que no desemboca en océanos azules ni en mares de corales agatizados como el que guardo en mi monedero. Soy una mujer cajita de sorpresas, mi bolso está lleno de cosas inverosímiles; con lo que allí tengo se puede escribir un cuento de hadas, el guión de una película porno, rezar una novena, encender una vela, desinfectarse las manos, llorar dos años, holer a jesús del pozo, tener sexo seguro en el baño de un bar -¿por qué nunca lo hice?-, depilarse las piernas, ajustar un tornillo, hacer un llamado a groenlandia, caminar por una calle oscura, recitar un mantra, y pintarme los labios de rojo pasión.

¿Alguien quiere un beso rojo pasión?
No digan que sí, no se dejen mentir. Todo se quita con un poco de agua y jabón.
-Creo que en mi bolso tengo-.

@ flowers in december - mazzy star

Dropper.

Me siento estúpidamente infeliz.
Antes me sentía estúpidamente feliz. Era igual de estúpida, pero andaba contenta.

Odio esta sensación de espera. Lo peor, es que ignoro a quien espero. La lista es larga.

Tengan cuidado. Circulen con precaución. Mujer resbaladiza.

Dropper.

Me siento estúpidamente infeliz.
Antes me sentía estúpidamente feliz. Era igual de estúpida, pero andaba contenta.

Odio esta sensación de espera. Lo peor, es que ignoro a quien espero. La lista es larga.

Tengan cuidado. Circulen con precaución. Mujer resbaladiza.

Manada de amor.

Zafiro extraña a su madre. Y no decide si por Luna o por mí. Ella se comporta como si fuera su cría: lo lame, lo sigue de cerca, le pone límites, ha cedido territorio, deja que duerma sobre mi falda; me comparten. Pero él quiere teta. Y teta no hay. Ella se deja buscar, el pequeño se prende infructuosamente de donde no manará leche, solo un empujón sin uñas a la vista, y luego un coletazo que lo alejará un momento. Es entonces cuando lo tomo en brazos, me hace miau, y se deja mecer. Lo beso y lo acaricio. Le hablo despacito, me abraza con sus patas diminutas, cierra los ojos y ronronea. No sé si me escucha, pero yo le cuento cosas. Le digo que estamos felices por tenerlo, que aquí será querido, que siempre lo estuvimos esperando. Que ahora somos cuatro.
Habrá gente que no lo entienda. Pero a la hora de irme a la cama, cuando la angustia comienza a dormirse, nada me da más alegría que saberlos conmigo. Porque no importa a qué hora me acueste, ellos me esperan. Y cuando apago luces, con el último cigarrillo aún encendido, sus patitas resuenan a mis espaldas, y cada cual ocupa su lugar… y mientras dejo que mi mente acabe con los últimos divagues, escucho los ronquidos de Pug, siento el calor de Luna pegada a mi cuerpo; el silencio de Zafiro debajo de la cama. Si me duermo en paz, no es por la pastilla. Es por ellos. Que son mis ángeles. Que me esperan detrás de la puerta del baño, que se bancan mis ausencias (las reales y de las otras), que tienen ese amor incondicional que sólo conozco en mí. El resto, la gente, no sé…
Hay ocasiones en que la vida nos echa a patadas de nuestra manada. Y vagamos como lobos perdidos, aullando por las noches, todo nos resulta extraño, dolorosamente nuevo, sin aromas conocidos. Tal como hace Zafiro, buscamos una teta, un alguien, un algo que nos contenga. Pero la selva de cemento está llena de animales carroñeros, de aves rapaces, los depredadores huelen y sentimos el peligro. Y no siempre sabemos defendernos. Todo territorio nuevo se nos presenta hostil, incierto, vago. Habrá que buscarse otra manada o moriremos.
Y en esa suerte de ensayo, de personas que entran y salen de tu vida, de paredes por pintar, de rincones que ocupar, son pocos los que permanecen.
Yo podría contarlos con los dedos de una mano. No son más que tres o cuatro. Pero entre ellos y mis animales, he formado mi manada… una pequeña comunidad en la que todos vibramos a una frecuencia parecida… y creo que allí reside la verdadera aceptación. El verdadero amor.

@ escuchando el sonido de mis llamadores ;)

Manada de amor.

Zafiro extraña a su madre. Y no decide si por Luna o por mí. Ella se comporta como si fuera su cría: lo lame, lo sigue de cerca, le pone límites, ha cedido territorio, deja que duerma sobre mi falda; me comparten. Pero él quiere teta. Y teta no hay. Ella se deja buscar, el pequeño se prende infructuosamente de donde no manará leche, solo un empujón sin uñas a la vista, y luego un coletazo que lo alejará un momento. Es entonces cuando lo tomo en brazos, me hace miau, y se deja mecer. Lo beso y lo acaricio. Le hablo despacito, me abraza con sus patas diminutas, cierra los ojos y ronronea. No sé si me escucha, pero yo le cuento cosas. Le digo que estamos felices por tenerlo, que aquí será querido, que siempre lo estuvimos esperando. Que ahora somos cuatro.
Habrá gente que no lo entienda. Pero a la hora de irme a la cama, cuando la angustia comienza a dormirse, nada me da más alegría que saberlos conmigo. Porque no importa a qué hora me acueste, ellos me esperan. Y cuando apago luces, con el último cigarrillo aún encendido, sus patitas resuenan a mis espaldas, y cada cual ocupa su lugar… y mientras dejo que mi mente acabe con los últimos divagues, escucho los ronquidos de Pug, siento el calor de Luna pegada a mi cuerpo; el silencio de Zafiro debajo de la cama. Si me duermo en paz, no es por la pastilla. Es por ellos. Que son mis ángeles. Que me esperan detrás de la puerta del baño, que se bancan mis ausencias (las reales y de las otras), que tienen ese amor incondicional que sólo conozco en mí. El resto, la gente, no sé…
Hay ocasiones en que la vida nos echa a patadas de nuestra manada. Y vagamos como lobos perdidos, aullando por las noches, todo nos resulta extraño, dolorosamente nuevo, sin aromas conocidos. Tal como hace Zafiro, buscamos una teta, un alguien, un algo que nos contenga. Pero la selva de cemento está llena de animales carroñeros, de aves rapaces, los depredadores huelen y sentimos el peligro. Y no siempre sabemos defendernos. Todo territorio nuevo se nos presenta hostil, incierto, vago. Habrá que buscarse otra manada o moriremos.
Y en esa suerte de ensayo, de personas que entran y salen de tu vida, de paredes por pintar, de rincones que ocupar, son pocos los que permanecen.
Yo podría contarlos con los dedos de una mano. No son más que tres o cuatro. Pero entre ellos y mis animales, he formado mi manada… una pequeña comunidad en la que todos vibramos a una frecuencia parecida… y creo que allí reside la verdadera aceptación. El verdadero amor.

@ escuchando el sonido de mis llamadores ;)

La justicia.

La justicia. Coraje no es la ausencia de temor, sino más bien considerar que algo es más importante que el temor.
Ambrose Redmoon

Hoy sí que posteo por postear, por decir algo, por puro insomnio, por cansancio, y porque todavía sigo conmocionada y no puedo acostarme y lo dejé al Gringo solo en la cama -cosa que detesto- pero más detesto sentirme así, como si yo no fuese yo, como si hoy me hubiera salido un brazo más, una tercera oreja, un sexto dedo, otra lengua, una segunda hilera de dientes.
Lástima que no pueda contarles la razón de mi extrañeza. Pero es la verdad: no puedo.
Solo que hoy hizo frío.
Que hice trámites.
Que pasé por el negocio de Amaranta y compré un cuarzo con esporas en su interior.
Que salí de allí y la ciudad parecía más hostil que nunca.
Que estaba dispuesta a hacer algo arriesgado.
Que me temblaban las piernas.
Que crucé avenidas con el cristal sobre mi plexo recitando un mantra.
Que por momentos el miedo era tan intenso que equivocaba el mantra.
Que me acerqué al lugar.
Que de lejos lo vi.
A él.
Que maldije en silencio y apreté con fuerza mi cristal.
Que no sabía qué hacer.
Pero sabía que debía hacer algo.
Que decidí dar una vuelta, ganar tiempo, esperar.
Que volví al lugar y él ya no estaba.
Que repiré hondo y abrí la puerta.
Tomé un ascensor.
Subí hasta el sexto piso.
Entré.
Y robé algo.

Sí, yo.

Pero me declaro inocente.

@ no woman no cry- gilberto gil

Volare oh oh.

Volare oh oh. ¿Qué hago?
¿Me voy a Merlo, o me voy a Roma?

A las tres de la madrugada sonó mi teléfono.
-hay mucha interferencia, ¿dónde estás?- pregunté.
-en el avión, dijo él.
-ah- contesté.
……………………………………
Silencio con ruido a turbinas
……………………………………

-¿y cuándo volvés?
-en diez días.
-bueno, no creo que esté aquí, me voy a Merlo.
-tengo dos pasajes a Roma, ¿vamos juntos?
-no te escucho bien, ¿qué dijiste?
-que tengo dos pasajes a Roma, ida y vuelta. ¿Querés venir conmigo?
-¿a Roma?
-sí, y pensé que podríamos irnos unos días a Madrid, y un poco de París y Londres… ah, y Venecia.
-me encantaría… pero pensalo… podrías ir con otra persona, ya sabés…
-no, ¿por qué? te estoy invitando, quiero ir con vos.
-pero tengo que renovar mi pasaporte…
-bueno, apurate… pensé que a fines de noviembre… para el veintipico, ¿está bien?
-sssi... ¿¡!? dije. Y ahora cortá, esta comunicación te va a costar otro pasaje.
-ocho dólares el minuto.

Pero él siguió hablando. De la turbulencia sobre el Amazonas. De sus ataques de pánico. De la fiesta de halloween en Coconut Grove. Del regalo que pensaba traerme.

-van ciento veinticuatro dólares, dije yo.
-ya corto, dijo él.
-bueno, cuidate, te quiero.
-yo también te quiero, ma.

¿Qué hago?
¿Me voy a Merlo, o me voy a Roma?

@ un bel di-café del mar