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VOLVERSE HUMANO

pulsaciones

Jus-ti-cia.

Oh oh. Hoy tengo un día en el que -presiento- convendría pasarle un trapito a mi maltrecho martillo. El mismo que usaba cuando los ahorristas argentinos salimos a las calles a reclamar la devolución de nuestro dinero. Corría noviembre del 2001, y salí fotografiada por la BBC en actitud claramente antisocial, a los martillazos contra barricadas. Eso no fue nada comparado a todo lo que hice antes y después. Nunca tuve semanas tan catárticas.
Ahora, cuatro años después, la Corte resolvió que el Banco deberá pagarme la totalidad de mi dinero, y en la moneda de origen (dólares). Como el puto Banco se niega, la Corte decidió el secuestro del dinero, y allí estaré, a la una en punto de la tarde, con mi abogado, un amigo, y un oficial de justicia. Y mi martillo, claro.
Si no me ven por aquí en los próximos días, imaginen donde estoy.
Fumo Marlboro. Pero Camel está bien.

Tan loco.

Hoy, mientras pisaba Buenos Aires, mientras caminaba sus Avenidas en una tarde que me tomé sin tiempos, noté que tenía la mirada cambiada. Mirada de turista. ¿Porqué no?, pensé. Comienzo a quitarme vendas, y resulta que libero conciencias, ojos, mi forma de andar, aquello que percibo, escucho, huelo, siento. Nuevo. ¿Nueva? No, nueva no; tal vez más ligera a pesar de los trastos que cargaba, del calor de este Abril inexplicable, del calor inexplicable de este Abril.
Tomé café en un sótano. Era curioso ver pasar piernas y adivinar como sería el resto. Llegué a la conclusión de que los mejores culos habitan en esta ciudad. Digamos que mi estancia en ese lugar no daba para más, pero me demoré un rato porque pasaban buena música. Chill out, ambient… y porque el libro que llevaba conmigo me tenía atrapada. Me acordé de Luis, de su lado oscuro (¿el suyo, solamente?), y pensé que sería una lectura perfecta para alimentar sus estadísticas sobre la condición humana. ¿Humana? Sí, humana. Cuando la penumbra del lugar cansó mi vista, y cuando me cansé del desfile surrealista de -adivina qué cara tendrá- subí las escaleras para convertirme en un traste más entre los trastes… y caminé. Caminé. Caminé. Caminé. Me llamó la atención la publicidad de una revista. En la portada, Carlos y Camila (vamos, Greg, sé que te reís) declaraban dejar su fidelidad en manos de Dios. ¿Habré leído bien? ¿No sería “felicidad” en lugar de “fidelidad”???) La maldije en silencio (a ella, a la arpía) y preferí quedarme con la duda. Pobre Diana. Luego entré a la Basílica de San Nicolás de Bari (¿Basílica, Parroquia, qué era?) busqué un banco que no dijera “reservado a…”, y me derrumbé junto a mis muchos paquetes, sin ningún disimulo. Dos ancianas me lanzaron miradas de “mejor rece tres ave marías y catorce padre nuestros”. Y yo cerré los ojos. Y recé. Un grupo de españolas acompañadas por su guía miraban embelesadas la cúpula de la ¿Basílica, Parroquia?, mientras yo me preguntaba por qué la Virgen Desatanudos no tenía nudos, por qué Jesús Misericordioso se veía tan bello en mi estampita y allí tan vulgar, por qué las imágenes estaban tan cargadas de dolor. Surgieron los viejos enigmas de mi infancia, de cuando el Padre Merola (un cuervo), me gritaba porque no recordaba el Gloria… “no me acuerdo porque todavía no sé leer” -yo lloraba, temblaba, me hacía pis encima-… “entonces se lo aprende de memoria!!!”… y así fue como tomé la primera comunión… de memoria. Y de memoria recuerdo que aún con cinco años yo no podía explicarme que existieran los Padres malos, que los santos tuvieran esas caras que daban miedo, que cómo podían ser santos con esas caras… terribles caras, cruentas caras. Salí de allí preguntándome lo mismo. Cuarenta y tres años después. Lo mismo. ¿Estará prohibido pintarlos con sonrisas, despeinados, bostezando? ¿No se vería mejor Jesús; si nos guiñara el ojo izquierdo?
Mi nuevo gnomo, el que acabo de comprar, no habla. Espero que se entienda con Kyba, mi pixie. Y con Verbena, la novia de Kyba, que toma anticonceptivos para no traer gnomitos a este mundo. Tan loco. Que una ve caminar sólo piernas por la calle.

Canutillos y lentejuelas.

Canutillos y lentejuelas. En el comedor, ella y yo sentadas en silencio. No, ahora que recuerdo escuchábamos música. Bajita, porque el padre dormía. Madrugada de un día cualquiera. Ella dibujaba uno de sus ojos de cíclope. Siempre dibuja ojos y el contorno de un camino que cae del margen. Que conduce a quien sabe donde. Soy incapaz de preguntárselo. Temo salir a buscarlo, porque todo lo que proviene de ella está cargado de misterio; de diosas y pantanos, de luces que levitan.
Ella dibuja.
Yo enhebro canutillos y lentejuelas.
Cada tanto la miro.
Cada tanto me mira.

-Mon.

-¿Qué?

-Ayer le dije a mamá… que no quiero parecerme a ella.

-¿No? ¿Por qué?

-Porque de vos estoy aprendiendo el amor. Mis papás no se besaban. Dormían en cuartos diferentes. Ya sabés todo eso.

-Sí, lo sé. (Nudo en mi garganta)

-Por favor, no te vayas.

-No me voy. ¿Quién más sería capaz de colgarse mis canutillos y lentejuelas? Tu padre y vos. ¿No te das cuenta de cuánto nos queremos? Limpiate los mocos, dale. Y haceme un café.

Dónde diablos habrá quedado mi pasado.
Dónde diablos habré dejado mi pañuelo…


“El tiempo es veloz

tu vida esencial

el cuerpo en mis manos

me ayudan a estar contigo.

Quizá nadie entienda:

vos me tratás como si fuera

algo más que un ser"

David Lebon

Ambas.

Ambas. El micro que me traía de regreso hizo su escala puntual en Río Cuarto.

-Veinte minutos! Gritó el chofer.

Veinte minutos para tomar un café, fumar dos cigarrillos e ir al baño. Tengo todo perfectamente sincronizado. Desciendo con la moneda para la máquina expendedora en el bolsillo de la campera. Siempre soy la primera. Detrás, la cola de pasajeros no frecuentes que tampoco frecuentan máquinas expendedoras. Preguntan, intentan, quieren té con leche pero sale capuchino, putean en voz baja, otra monedita, vasito chorreante que indefectiblemente se volcará sobre la persona que está detrás; más chorritos esta vez en el piso… disculpe, no es nada… (pedazo de boluda, ¿no ves que me manchaste las zapatillas?)… sonrisas incómodas, gente que mira el reloj (¿el café o el baño?) mientras yo me dirijo tranquila a mi mesa. Cualquier mesa… todas estarán sucias, en ninguna habrá ceniceros, y tengo que hacer un llamado, el llamado de siempre…

Pero esta vez ocurrió algo, y no fui la primera.
Estaba tomada del pasamano esperando que se abriera la puerta, cuando la sentí apoyada en un hombro, temblorosa... una mujer mayor, casi ciega, con una linterna en la mano... le ofrecí ayuda... ella quería bajar y su marido se había negado a acompañarla... en el trayecto me fue contando... la acerqué hasta los sanitarios y me retiré cuando me aseguró que estaría bien... no sé, un mundo de cosas pasó por mi cabeza... fui por el café, encendí un cigarrillo y mi celular, aparté servilletas usadas, me senté, y la vi dirigiéndose hacia una salida equivocada.

-Chofer. La señora no ve, y está perdida.

Avisé. Sin levantarme de la mesa.
Sin dejar de hablar por teléfono.
Sin poder apartar la vista de esa mujer con cara de pánico, dando vueltas como un perro que busca a su dueño.
Tal vez me buscaba a mí. Pero yo tampoco estaba.
No la quería otra vez en mi brazo, no la quería en mi mesa, no quería escuchar su tono lastimoso, no quería mirarle esos ojos de Borges.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien? Me preguntaban del otro lado de la línea.

-Sí, si… una señora.

-¿Una señora, que?

-No. Nada. Nada.

No tolero la indefensión. Ni tolero mi propia crueldad.
En un mundo de gente cobarde, indiferente, llena de corazas; yo era una más. Ni mejor ni peor. Humana, a medias.
Nunca lo que nos “pega” es éso. Venimos atrasados con el registro de ciertas realidades.
Atrasados, cuando no ciegos.
Ella no podía ver, pero yo sí.
Ella no podía saber, pero yo sí.

Ambas intuíamos. Ambas percibíamos.

¿Quién, de las dos, andaba más ciega?

Tríptico.

Una mujer melancólica se observa en silencio en una habitación desnuda.
Una mujer desnuda observa melancólica una habitación en silencio.
Una mujer en silencio observa una habitación desnuda y melancólica.
Una mujer se desnuda de melancolías, habitaciones y silencios.

Sólo así puede observarse.

Los ojos raramente verdes, y un reflejo de lo que no reflejo en el cristal de la ventana.

-Mirame.

-Te miro.

-No. Así no. Mirame más.

-¿Más? ¿Cómo?

-Como nunca miraste a nadie.

-No, no puedo. No sé hacerlo.

-Sí podés. Mirame.

-Dejame en paz.

-Quiero que me mires hasta el fondo del alma. Un cielo, un abismo. Mirame.

-Tengo miedo.

-Vencelo.

-No tengo fuerzas.

-¿No? ¿Y quién se atrevió con este lugar?

-Yo.

-¿Y por qué?

-Porque nadie se atrevió conmigo.

-¿Entonces?

-Entonces no quiero saber hasta donde.

-¿Hasta dónde… que?

-Hasta donde llegaría.

Post Abierto.

Sí, tema libre.
Porque tengo mi word demasiado abierto, demasiadas palabras, demasiados pensamientos y ninguna conclusión.
Porque mis estados de ánimo se parecen mucho al electrocardiograma de un arrítmico.
La autoría de este post será de ustedes.
Hablen de lo que quieran, no intenten parecer buenas personas; sé que lo son. Prometo meterme y opinar.
Los quiero.
Cocinen algo sabroso :)
Y si hay buen vino, (un Lambrusco, por ejemplo), mejor.

Paradojas.

”Tal vez tenga que derramarse vino
para escapar de un día.
Tal vez tenga el cielo
que desarmarse entero para tal vez yo
hacerme pluma y flotar”.

N.A.

Estos días anduve muy reclamada por la familia del Gringo.
Sus hijas.
Una hermana.
Los nietos.
Esas paradojas que hacen que otras paradojas resulten soportables.
1. Sé que me requieren de verdad.
2. Hay abrazos imposibles de fingir.
3. Corazones que se derraman como el mate, sobre un mantelito de plástico:

V. acaba de separarse de su segunda pareja. Sobre el pijama me puse un abrigo y fui hasta su casa. Me contó una historia llena de ojales en los que entraron casi todos mis botones.

-No ez maz mi noguio-. Emma, el duende; que aún no sabe de botones pero sí de ojales.

N., mi niña cósmica; regresó de Córdoba por unos días. Tomamos tantos cafés como pudimos. También estuvo K., la única hermana del Gringo que conozco –y adoro-.
Parece un junquito. Savia. Y sabia. Lástima que no suelte todo lo que sabe.

-Cuánto sabés. Me dice.

Y yo la miro.
Después, a solas, reconozco que sí. Que lo sé todo. Lástima que no suelte todo lo que sé.

Si ciertas personas supieran que sé…
¿Pero qué importancia podría tener? Si soy experta en amordazar mis tripas. Si soy experta en el nocivo arte de la negación.
Veo lo que quiero.
Leo lo que quiero.
Escucho lo que quiero.
Dejo que crean que me engañan. Que crean lo que creen.
No sé para qué lo hago.
Mi antigua teoría está cayendo.
La nueva comienza a revelarse. Pero yo no voy a rebelarme.
Que todo decante sin esfuerzo. Aún mi negligencia consentida.

Hoy pasamos el día con D. y su mujer.
Ayer llamó –con un hilito de voz- para decirnos que quería festejar Pascuas con sus amigos.
Me emocionó profundamente sentirme parte de sus afectos.
Yo no sé si habrá otra Pascua para él.
¿Quién puede saberlo? Tal vez nos sobreviva y entonces sea él quien recuerde la borrachera de hoy, el ofrecimiento del Gringo: “te doy mi médula”, mi: “yo también”; los planes para irnos a vivir a Brasil en cinco años, y ese momento fuera de toda lógica… en el que desató un pañuelo (ignoro como dio con él) que cargaba piedras, y se puso a jugar con ellas. Ya saben, siempre está provocándome.

-¿No era que ibas a regalarle una piedra? Disparó el Gringo.

-Sí, bueno, no, que se yo, no sé… (ya no quiero regalar piedras.)

Le quité de las manos las que tenía vendidas, y abrí una caja que puse frente a sus ojos –aún llenos de vida-.

-Elegí la que te atraiga-, le dije.

Miró, tocó, revolvió, inventó nombres… “ésta”.
“Ésa”, era mía. En otra ocasión no hubiera dudado en quedármela. Respeto las elecciones pero jamás me desprendo de "mis"piedras.
Pero allí estaba “ella”, latente, con el precio pegado en una de sus caras, confundida entre tantas.
Casi como yo.
Entendí que lo latente debe manifestarse. Que nadie tiene precio. Que hay momentos preciosos. Que su presencia, casi etérea, valió mi resaca, mil resacas, cien mil resacas con tal de verlo reír, y llevarse mi piedrita en su bolsillo.

Que pena no haberte conocido antes.

Creo que me hubiera enamorado de vos.

Recuperando/me.

Post que podría haber titulado "Asuntos de familia" o "La bien pagá".

Quiero hablar de Dragones (Odalys) y de Súper Mujeres (Moonsa). Ellas, con sus imágenes míticas y no tan míticas; me ayudaron a pensar. Así, sin estridencias.
Sin saber, supieron.
También me está ayudando la lectura del Tao Te Ching, o la sensación de retorno a esa fuente enigmática de belleza y sabiduría. Tan paradojal para nosotros, adeptos a la búsqueda eterna del eterno sufrimiento, siempre movidos por el deseo del deseo del deseo. Siempre insatisfechos, alimentando a nuestro minotauro, manteniendo prolijito el laberinto emocional, negando que no hay hilos.
Hablo por mí. No crean que generalizo, aunque eso parezca.
O sea, no crean en las apariencias.
(Qué mal. Comienzo por la moraleja.)

Dice Lao Tzu:

“Ahora vienen las palabras, pero evitemos convertirnos en víctimas de ellas.”

Eso.
Yo no me di cuenta (o sí, pero no me creí); y me convertí en víctima de las palabras.
Antes de seguir quiero aclarar dos cosas: tengo que ser –necesariamente- oscura, porque se trata de un “asunto de familia”.
Por cada renglón, esta vez habrá más de tres –invisibles-.
Leer a oscuras algo invisible es un milagro.
Alabado el que pueda.
Y perdón.

Sigo.
En el post anterior, en una de mis respuestas, dije: “mi dragón tiene más cabezas que mi diosa favorita.”
Un par de ellas son femeninas: una es de mi sangre, la otra atiende una cabeza que no forma parte de las cabezas del dragón, pero que también es de mi sangre.
Una cabeza consanguínea. Otra cabeza con ADN desconocido.
Y ahora agrego:
Muchas veces, nada peor para una mujer que otra mujer.
Así como las mujeres nos comprendemos “tan bien” en el tema del amor sagrado, sabemos perfectamente como destruirnos (unas a las otras) en nombre de la razón.
Nada peor para una mujer que otra mujer que intenta “razonar” las emociones.
Nada peor para una mujer que otra mujer que se mete con su sangre.
La sangre es un asunto muy especial entre mujeres: empezando por la primera menstruación, siguiendo por la maternidad o su ausencia, finalizando por la menopausia.
La sangre no sólo nos corre por las venas. Nos constituye. Y a partir de ella, constituimos. Nos funda y fundamos. Pero fundamentar… lo que se dice fundamentar algo, parándose sobre charcos ajenos… resulta abominable.
Lo puedo comprender en un hombre.
Pero la crueldad femenina me resulta intolerable.
Cuando descubrí, a través de mi profesión; el poder de la palabra… decidí no seguir ejerciendo.
Afortunadamente soy de las pocas.
Desafortunadamente hay gente que equivoca su camino, debería estar al frente de un kiosko o vendiendo porros en la plaza… en todo caso serían menos iatrogénicos que detrás de un escritorio. Y si son mujeres, ni hablar… porque el escritorio les sirve de biombo, de pantalla tras la cual esconder –que no se note- el pene que anhelan tener y que nunca, jamás de los jamases; tendrán, tan descontentas están con su vagina. Con su agujerito. Hay mujeres que no soportan tener agujeros. Entonces gozan –desde su rasgo más perverso- señalando los tuyos. (Los míos.)
No satisfechas con eso, (cosa que no me va ni me viene, a mí me encantan mis muchos agujeros); culpan a tus agujeros de los agujeros de los otros. (A mis agujeros de los agujeros de “mis” otros.)
¿Qué suponen? ¿Qué soy un tampón?
Bueno. ¿Pueden creer que me lo creí? ¿Pueden creer que creí estar dotada de semejante poder?
El “poder”, para una mujer que asume sus muchos agujeros, es algo absolutamente abrumador.
Es tremendo, créanme, tremendo caer en esa trampa.
Esta mina, de la que hablo; es la antítesis de la Súper Mujer. Es una psico-pateadora profesional, que busca en mí a la Súper Mujer. O sea, que intenta “revelármela”. Con lo cual, al comprar semejante contrato que no se lee ni con lupa; acepto las condiciones.
¿Cuáles serían las condiciones?
Admitir que soy culpable. Y la única culpable.
Que ejerzo la magia. (Sí, textual.)

-¿Magia? ¿poderes? No entiendo un carajo.

-Sí. Vos con tus piedras.

Recuerdo que llevaba puesto un colgante con un cuarzo rosa. Me lo arranqué del cuello, lo arrojé contra su escritorio, y grité:

-Pero decime una cosa, pedazo de pelotuda, si yo le otorgara algún “poder” a las piedras, ¿no te parece que tendría mi vida resuelta, que le hubiera devuelto la salud a mi hija, que estaría con la persona que amé, que tendría a mis hijos conmigo???

-Ah… no sé. No puede ser que tanta gente mienta.

No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta. No puede ser que tanta gente mienta…

Salí de allí con una crisis.
No puedo contar de qué me culpaba.
Sólo decir que me acusaba de algo “incontrolable” para mí.
No puedo contar a quienes se refería con aquello de “tanta gente”.
Sólo decir que sí, que hay mentiras enloquecedoras. Y que ella, que se limpia el culo con el código de ética profesional, se encarga –convenientemente pagada por quien quiere su pedazo (mi cabeza)- de sostenerlas; Y ESA FUE LA ÚNICA REVELACIÓN, la que logró sacarme de mi eje después de muchos años. Después de tanto esfuerzo personal. Después de tanto trabajo conmigo misma. Después de haberme atrevido a meterme con cada uno de mis agujeros. (Y no salir corriendo a buscar tampones humanos. Ni mirarlos con horror –oh, tengo un agujerito- si no con compasión.)
Nada peor para una mujer que otra mujer con las pasiones cambiadas.

No hablen con desconocidos.
Miren hacia las esquinas antes de cruzar.
No acepten bebidas a menos que abran la botella delante de ustedes.
Cuidado con las psicólogas que impostan la voz. Escupen fuego.
Finalmente,

Las Súper Mujeres NO EXISTEN.

Él quiere mi pedazo.

Ojalá no sea verdad mi complacencia.
El gordo de mi sueño era gordo porque se había alimentado de personas que conozco. Todas en sus rasgos, todas. Conformando esa masa informe que me dice “me encantás”, “me fascina tu mirada”; mientras con sus pupilas rasguña hasta lo más profundo de mis entrañas. Y yo lo complazco: enciendo mi mirada para encandilarlo, para fascinarlo –aún más- porque sé que con la mafia no se jode. Mejor que me ame. Mejor hacerle creer que me derrite su confesión. Tendré que ser astuta, medir cada paso; que no se de cuenta…
El gordo tiene su base de operaciones en la terraza de mi vivienda. La de mi infancia.
Cuidado Mónica, esos hombres oscuros, los que adivinás en el interior de la enorme camioneta; los secuaces del gordo, los que todo lo saben, quieren su pedazo: tu cabeza.
Sí, sí. Tendré cuidado. Casi se la llevan. Vaya si casi se la llevan.
Tuve que forcejear –ayudada por cuatro personas- para que mi cabeza quedase en su sitio. Creo que está entre los hombros; sostenida por el cuello, o al menos allí la veo cuando me miro al espejo.
Claro que con el forcejeo se cayeron unas cuantas estanterías. Aún no hice el inventario de los daños.
Todavía no puedo. Todavía duele.
Yo preferiría que me maten con la indiferencia.
Pero me disparan con mentiras enloquecedoras.

-Ni en una película-. Dice mi amiga.

-Espero reponerme.- Digo con fuerzas del grosor de un hilo.

-Vos siempre te repusiste.

Gracias por recordármelo. Fui repitiendo esas palabras durante todo el viaje de regreso. Como un mantra. Yo siempre me repuse. Yo siempre me repuse. Yo siempre me repuse.

El gringo se apareció por casa de madrugada. Se calzó los jeans, puso gasolina a la camioneta; y sin comer ni dormir; manejó durante trece horas hasta llegar… hasta llegar. Se desplomó. Fue a buscarme aún sabiendo que tenía pasaje para viajar… un día después.

-Y ni un día más. Dijo.

Al día siguiente partimos. En realidad, todo lo que yo hice fue una valija. El resto lo hizo él. Hasta pensar por mí.

Miren lo mal que estaré, que lo dejé pensar por mí.

Duele.

Duele. "Ellas danzan con los desaparecidos
Danzan con los muertos
Danzan con amores invisibles
Con silenciosa angustia
Danzan con sus padres
Con sus hijos
Con sus esposos
Ellas danzan solas

Danzan solas"


Escribo para no seguir danzando sola. Mi tristeza -la de hoy- es tan profunda que no sé donde termina.
A veces puedo medirla, saber su largo, su ancho, su peso. De donde viene. A donde irá. O quién se encargará de recogerla. Quién tomará -por mí- a ese ser estremecido y buscará un lugar para su muerte… lejos, muy lejos.
O que al menos tarde en volver.
Para que olvide -en lo posible- el camino de regreso, mi olor, el color de mis ojos cuando son… un par de cristales ahumados.

Es una tristeza solitaria de verdugos. Por eso resulta insoportable. No tengo a quien culpar.
No tengo a quien absolver.

-Yo, Mon; me declaro absuelta de…

Andá al carajo. No mientas. No sirve.
Estás condenada a sentir.
A sentir como sentís.

En ocasiones, me arrancaría el corazón si pudiera.
Pero no puedo.
¿Qué puedo arrancarme, entonces?
¿Una pestaña, una uña, un pelo, qué?

¿Y si de verdad no quedara más escapatoria que arrancarme el corazón?
Otros lo intentaron. Pero sigue ahí: toc-toc, toc-toc…
Late.
Late para todos y no importa si es el mío. Con cada latido me derramo. Y de tanto derramarme estoy exhausta.

Y tengo miedo.

Recuperando.

Recuperando. Estoy pagando deudas. De la clase que se salda con dinero.

-¿Cuánto te debo? Tomá. Gracias por bancarme.

-¿Cuánto debo? Aquí tiene. ¿Dónde firmo? Buenos días.

Acabo de vender el terreno de la discordia. Mi monedero engordó abruptamente; y abruptamente está poniéndose en línea. A medida que pago…
Pagar… para no tener que pagar con otra cosa, decimos los analistas.
Pagar para tener. Que no es restar.
He sumado aire, una distancia que ya no es simbólica: derribé la medianera, se cortó el cordón, un dueño ha nacido.
Lástima el dueño.

-¿Estás contento? (Yo, que no paré de hacerme la graciosa durante la firma del boleto. Tantos hombres meticulosos, frunciendo entrecejos, carraspeando, revisando cien veces mis tres famélicos papeles, constatando otras cien mi número de documento -juré que era yo, hace treinta años, pero yo- que le voy a hacer, nunca perdí mi DNI, nunca tuve que renovarlo y ahí estoy… con rasgos de adolescente hippie, las cejas finitas, sombra blanca enmarcando ojos más oscuros, una tez más pálida, pelo lacio y raya al medio, con escasos 45 kilos, 18 años, y cara de “todavía soy virgen” -¿saldrán en las fotos las mentiras? Ay que miedo. Susto, siempre susto. El puto susto.)

-¿Perdón? ¿Contento?

-Sí, si estás contento con el terreno… ¿viste que hermosa arboleda? Son Tipas centenarias…

-Lo lamento por los árboles, pero no pienso dejar ninguno. Quiero construir una casa grande.

-Ah. Es que yo lo compré con tanto amor... por los árboles, digo. (¿Por qué las mujeres hacemos comentarios que suenan tan estúpidos y sin embargo no podemos evitarlos? ¿Qué suponía? ¿Que lograría conmover al gigante de barba y cara de no me rompas las bolas nena / mejor no te metas conmigo / qué me mirás eh?, eh?).

Cuando salí de allí, un amigo me preguntó lo mismo: “¿estás contenta?”. Y no, no era alegría. Era plata. Dinero.
Billetes.
Y así… cobrando y pagando logré recuperar mi auto -a un año del accidente-.
No, Glup, aún no era tu namber uan en el top tin de los blogs.
Me senté al volante como novata. Otra vez los 18 y el puto susto de copiloto.
¿Dónde estaban las lucecitas?, ¿cómo se manejaba la computadora???, y la reversa, ¿cómo se ponía??? ¿por qué no anda el control a distancia del equipo de audio? Ah cierto, es verdad… tuve un accidente, a mí no me pasó nada… pero a mi auto sí. Estuvo cinco meses en terapia intensiva y yo pidiéndole que suba el volumen desde el volante. O que se apaguen las cuatro luces del tablero.

Secuelas.

¿Será verdad que a mí no me pasó nada?

Secuelas.

Mi auto y yo tuvimos un pequeño diálogo, intercambiamos algunas caricias e hicimos un pacto de mutua confianza.
Entonces puse primera, lo saqué del parking; y dejamos que el sol del mediodía nos caliente los motores; con Miles y Chet sonando en la compactera.

@ witchcraft - miles & chet

Golondrinas sobre Hellen.

Sí, sé que no estoy escribiendo. Mi rutinaria vida pueblerina, que incluía lecturas en el bar que está frente a la plaza, vagabundeos con mi perra, los pies sumergidos en el agua de la acequia… todo está contenido en una suerte de paréntesis. Es una caja más, de las tantas que aguardan ser abiertas.
Acomodar.
Acomodarme.
Aceptar –y cómo me cuesta- que ese lugar tan bello, es mío. Y sólo mío.
Soy yo; hecha de piedras y troncos.
Expuesta más que nunca a los puntos cardinales del arriba y el abajo (perdón Dany, me gustó tu frase).
Es una casa sin escapatorias. La montaña, los cerros, el morro, los valles, el cielo, los árboles; serpientes y pájaros; todo está allí. Adentro y afuera se confunden / funden / fusionan / sueldan / acoplan. Cópula perfecta.

Ayer se llenó de golondrinas. Se posaron en los techos y lo cubrieron todo, incluso a Hellen, la bruja de mi veleta.
No es zona de golondrinas. Ya no sé que es. O aún no lo sé. Tengo que aprenderlo todo.
Tampoco soy la persona que creía conocer en detalle. La casa me dice que hay más. Que hay otras.
Mi latido es diferente y yo me olvido.
Me olvido.
Me cuentan que la gente pregunta cómo llegar “hasta una cabaña muy hermosa que está alejada”.
Es como si preguntaran cómo llegar hasta mi alma.
A veces pienso que logré algo maravilloso partiendo del dolor más profundo. No hablo de la belleza. Hablo de ese momento en que quedan dos opciones: una sola clase de vida o las tantas clases de muerte.
Y mi dolor es la materia prima, la piedra fundamental, el barro que no huele a fango.
No me importa decirlo: me siento orgullosa. Por atreverme. Por ser como soy. Por haber aprendido a rodearme de gente sencilla. Por dejarme querer. Por confiar (un poco más), en la vida.
Por mis despertares –los de la mañana y los de adentro-. Por meter mis manos en la tierra para sembrar; para hacer más, multiplicar, sumar, sumarme. Por todos mis no, y todos mis sí. Por mis crisis que siempre son con alas. Por mis miedos, que son tantos.


Hoy no puedo escribir sobre otra cosa.

Pasaba por aquí.

Estoy tan cansada que pagaría porque siete enanos caminaran sobre mi espalda.
Y creo que el agotamiento me desmoraliza. ¿Para qué trabajar tanto haciendo arte outsider que hasta tengo que explicar “que es ese circulito”?
La gente a quien le gusta lo que hago, no tiene dinero.
-Ah, pero vos sos artista-. Dicen, como si tuvieran que pagar por un artículo suntuario.
La gente que tiene dinero prefiere comprar un apellido.
-¿Esto es un Ortega legítimo, no?
La gente que ni siquiera entiende de simbolismos busca rosarios, palmeras o cacatúas de ónix . Encima verde. Ahhh como lo odio.
Me recuerda a una enorme langosta con antenas de bronce que mamá compró la primera vez que estuvimos aquí. La puso sobre un hogar que funcionaba a gas. Yo tenía ganas de quemarla, pero sospechaba que cualquier atentado contra esa cosa siniestra me costaría caro.
Tuve que aprender a convivir con ella. Desde entonces, mis ojos no aceptan nada que esté por fuera de mi –particular- sentido de la estética. Y si la cosa en cuestión no me pertenece, la escondo.
El gringo no encuentra ciertos objetos.
Cuando me mude, se los devuelvo.
Casi todo está en el altillo. Hay que ser valiente para subir a ese tugurio. Pero curiosamente, en ese lugar encontré verdaderas perlitas –que por supuesto, ahora son mías-
Amo los altillos. Los galpones. Cualquier espacio que guarde lo que jamás esperaría descubrir.
Espacios para descubrir.
Qué de la historia de los otros.
Qué de mí.
¿Por qué un clavo de herradura, torcido y oxidado; me resulta fascinante?
Ahí anda el –ahora- mi clavo. Entre mis tesoros.
Soy una niña, una nena, una púber, una fisgona, una casi cleptómana; pero admito que espero el momento en que él se va, para abrir esas puertas. Y abrir mis ojos. Despejar telarañas con las manos, empujar cajoncitos, treparme sobre ellos, llenarme de polvo y buscar. Buscar.
Revolver.
Desentrañar.
Imaginar afectos. Fotos viejas detrás de marcos antiquísimos. (Sí, ya me apoderé de uno). ¿Eran felices, se querían, por qué no sonreían?
También se encuentran cosas que mejor no.
Cosas que despertaron mis celos dormidos, furias que no me conocía, sentimientos reveladores.
Posesión.
No acepto que me posean. Pero mis reglas no corren para el otro.
No no no, no es fácil convivir conmigo. Aunque a él le resulte una delicia.
Yo creo que me miente.

Count down.

Estoy cansada. Más que cansada, agotada. Desde que llegué no hice otra cosa que trabajar, lidiar con Zafiro que me obliga a levantarme a cada rato -me recuerda a los bebés grrrr- apasionado por los mosquitos corre tras ellos arrasando con todo, mientras escucho la mega - el rock nacional es una de mis adicciones- y apenas me acuerdo de comer y de bañarme.
Odio las mudanzas. Nada me pone más ansiosa. Me vuelvo torpe, ciega, lenta, obsesiva, dudo -¿lo llevo o no lo llevo?, no encuentro lo que está delante de mis ojos, o lo que ya tengo en la mano; llego hasta el baño y me pregunto qué hago ahí. ¿Qué vine a buscar?
Vuelvo. Siempre creo que desandando el camino voy a recordarlo. (Acabo de darme cuenta de que he dicho algo con mucha lógica).
Ahhh ahora están pasando “la indómita luz se hizo carne en mí, y lo dejé todo por esta soledad…”.
Bello tema. Pero me duele.
Tengo la manía de dejar todo para último momento. Aún no embalé nada. Y “nada” son cientos de piedras, ropa, zapatos, bolsos, búhos, gnomos, brujas, santos y budas, compactos, libros… pilas de libros… decenas de porquerías que me gusta colgarme, fotos… (bueno, eso no sé), tapices, todo mi trabajo (acabo de revolear el último pincel, no doy más), y las cosas (esas cosas que nos encanta comprar a las mujeres) para equipar mi cabaña. Me gusta que todo se vea bonito. Sábanas nuevas, toallas nuevas, colores shockeantes. Es mi estética de lo bonito.
El otro día mi viejo me decía, mirando la única pared que no es de troncos, “yo la pintaría de un beigecito”. (Nunca estuvo en mi departamento). Pero ya encargué la pintura -lila, lavanda, anda por ahí-. El único inconveniente son las víboras. No creo que mis colores las mantengan alejadas. Ayer, el Gringo, mató una yarará. Bueno, que no todo es rosas. En cualquier paraíso hay una instigadora, una culpable. ¿Morderé la manzana, o la manzana me morderá a mí?
¿Qué tanto de mi vida controlo?
Muy poco, por cierto.
También me voy con los brazos vacíos. Sin guardar memorias recientes. Abatida por lo que ya parece mi cruz, mi karma, esa razón que se me escapa. Lo incomprensible.
Y nada más. Contarles esto, así como salió, me voy a dormir… mañana tengo un día movidito.

Besos, beijos y besets.

Nada mases.

Nada mases. Por dios, que no se me acaben los cigarrillos. Es madrugada y llueve. Además, si salgo así, seguro que me los regalan. Algún alma caritativa dormirá pensando en su buena acción del día: “le regalé mi atado a una mujer andrajosa, pobre… se estaba mojando la única ropa que tendría, toda manchada de pintura…”
Ah, desde que llegué no asomé las narices. Hice todo por encargo.
Pinto. Pinto. Pinto. Y miro películas de amor.
Hoy no estoy literaria. Como Glup después de su cuba libre (hola Glup, coleccionista de reinas, gracias por el mail, te anotaste un punto pero no te creo -aunque sí disfruto-). Tengo ganas de escribir sobre nada mases. No me roben el término que es un neologismo, los acusarán de psicóticos, háganme caso que soy psicoanalista aunque no imposte la voz, me fascine lo místico, coleccione piedras que inspiran imágenes, piense que Freud era un viejo misógino y Lacan un impotente, no cobre por mi trabajo y regale mis obras (ergo no trabajo, según F.), y tenga mi mesa atiborrada de caracoles (de un blanco insípido) que haré pasar por mi pincel transmutador. Ahhh ojalá existiesen mares que devuelvan a la playa semejantes caracoles. Intensos, metálicos. Gustan o lastiman. Como yo.
Pero yo no soy metálica.
Tampoco lastimo. Aunque hay cosas que no me dan lástima. Ninguna.
Lo decía por lo de “intensa”. Y porque en general gusto, aún cuando no quiera.
La gente se me pega. Se me pega. Se me pega.
¿Qué?
¿Qué tengo?

- Mucha paz, Mon, vos no te das cuenta. Decía N.

¿Cómo se puede ser intensa y transmitir “esa paz de la que no me doy cuenta”?

-Te extrañé todo enero; necesitaba conversar con vos. Decía M.
-Hablábamos con tu madre de lo hermosa que se te ve, volvé pronto. Decía D.

Eso me mató. Me miro a cada rato en el espejo. Noto que mi “hermosura” se va borrando con los días. Aquí es aquí.
Aquí me faltan ojos. Mi mirada rebota contra la pared.
No es lo mismo.
Yo me alimento de pupilas, voces, pieles.
Aquí hay tallarines. Yogurt, galletitas.
No es lo mismo.
No es lo mismo tocarme que ser acariciada. No es lo mismo regañar a Zafiro que reírme a carcajadas.
No es lo mismo un hombre que un peluche de Taiwán. (Me encanta esa canción).

Lo bueno de lo malo es que nunca es lo peor. Lo peor es el teléfono. No para de sonar.
Hay amigos (los menos) que se creen maridos: “Mónica, ¿ESTÁS AHÍ???”, vociferan a través del parlante. Una, dos, diez veces. Yo les hago fack you y no levanto el tubo.
No me gusta que me jodan. Que se crean imprescindibles. Que supongan que soy minusválida. Que no puedo pensar sin un par de testículos al lado. Que alguien -cualquiera- puede ser el lobo disfrazado de abuelita. Que necesito consejos financieros.
Además, ya les descubrí el jodido truco.
La mayoría tiene la intuición con pronóstico reservado. Se asesoran con asesores de otros asesores, que a su vez son asesores de los asesores de. No arriesgan nada, como si sus penes de/ pen/ dieran de que nada quede pen/ diente. Todo en su lugar y perfectamente calculado. También sus vidas privadas. Que de tan privadas no aparecen ni en el cajón de los calcetines.
Entonces te invitan a un -nunca inocente- café, y preguntan: “¿y? ¿qué tal te está yendo?”

-Hasta ahora sin problemas-. Contesto. Y aguardo. Sabiendo. Lo que ellos ignoran que sé.

Me creen su cobayo.
Yo los creo estúpidos.

-Mirá vos, que bien… yo estoy por hacer lo mismo. Dicen.

**¿Cómo? ¿No era que ya lo habías hecho???** Pienso, con ganas de escupirles un ojo. Pero me abstengo porque les conozco el juego. Y porque mi intuición no está atrofiada. Hago lo que siento, no lo que me dicen.
No dejan de ser eternos pollerudos. Mami, mami, tengo miedo.
Tengo miedo de perder, tengo miedo de querer, tengo miedo de creer. Dale mami, vos primero. Tirate a la pileta que yo te sigo -después-. Decime si es honda, si el agua está fría, si tiene mucho cloro, si tiene poco cloro, decime si hay agua
.
Turbio, ¿no?
Turbio que manejen tan bien su lóbulo izquierdo, pero dependan del lóbulo derecho de una mujer para tomar decisiones.
Creo que esos amigos, cuando no logran llevarte a la cama, se convierten en personajes insufribles; al acecho de una teta simbólica que les alimente la ilusión mesiánica.
Cuando llaman no escucho más que lamentos bolivianos. O favorcitos que no pueden esperar.
-ahora NO, me estoy haciendo la tintura.
-justo JUSTO estaba entrando a la ducha.
-estoy ESPERANDO un llamado del banco.
-anoche no dormí NADA.
Esas son mis excusas para los hombres tentáculo. Para los invasores. Para los confundidos. Para los porsiempreestresados.
Me he vuelto guardiana de mi armonía. Defensora de mis deseos. Carcelera de mi soledad.

Por último…
¿alguien quiere un gato negro, pequeño aún, capaz de levantar la tapa de la mochila del inodoro y tirarla a la mierda?

Es de lindo…

@ deep forest - café europa

Ahora es después. (Para Greg, y todos)

Ahora es después.  (Para Greg, y todos) Hoy quiero escribirte a vos, Greg. Con tu mail te sentí mi portavoz, pero nadie sabe a menos que se diga.
Es verdad, mi blog me está quedando grande.
En algún momento sentí lo contrario. Me desbordaban las palabras.

Como un cansancio sin poder estar cansada…, decís.
Y hablás de mi energía interior, que no trasciende.
En definitiva, que no cuento. O que no cuento como antes.
Ahora es después, Greg.
El epílogo del que hablaba Muralla.
Supongamos que estoy finalizando una etapa de mi vida. Hay un espacio de tiempo en el mientras tanto.
Un espacio de acomodos, letargo, movimiento, aceptación, cambios, miedos, osadía.
Yo no doy pasos pequeños.
Y me preparo largamente.
Pero cuando camino, cuando me lanzo, mis giros son radicales.
Apuesto sabiendo que puedo perder. Y si pierdo no lloro. Son mis reglas.
Y a nadie arrastro, en todo caso, invito.
No puedo escribir, Greg.
Solo decirte que tal vez necesite que alguien pregunte.
Profundo.
Sin esperar respuestas bonitas.
Sin juzgar.
Sin consejos.
Y soportar mis balbuceos, mis palabras desganadas. Mis puntos suspensivos. Mis propias incertidumbres, mis acostumbrados “no sé”.
No sé con quién.
No sé hasta cuando.
Pero me voy de Buenos Aires.
Y no porque allí tenga “un mundo pequeño, a medida”.
Me voy porque hay dolores que ya no puedo sostener. Y están cerca.
Porque son dolores que amo, o amores que duelen.
Porque me mata el silencio.
Porque ya alucino: “¿será?... se parece, pero no estoy segura”
Allí mi búsqueda se detiene y no persigo rostros. Solo voy detrás o delante de mi sombra.

Es curioso Greg, pero hace meses que escucho una canción -que ya no es una canción cualquiera- porque el tema lo canta “Callejeros”, la banda que tocaba en la disco que se incendió, dejando a cientos de familias sin sus hijos.
Leé parte de la letra:

Voces, sólo voces, como ecos /como atroces chistes sin gracia /Hace mucho tiempo escucho voces y ni una palabra /Y mis ojos maltratados se refugian en la nada /y se cansan de ver un montón de caras y ni una mirada / (...) / Y los sueños no soñados / ya se amargan la garganta y se callan /Y eso, casi siempre (o siempre), les encanta / (...) /Se apagó el sentido /se encendió un silencio de misa /Menos horas en la vida, más respuestas a una causa perdida: /de porqué los sentimientos, vuelven con el día /Solo, como un pájaro que vuela en la noche (libre de vos...pero no de mí) /Vacío, como el sueño de una gorra /Lleno de nada, sin saber donde ir /Duro como un muerto en su tumba que murió de miedo /por el valor de vivir /Las nubes no son de algodones y las depresiones son maldiciones /Te va distrayendo, te enrosca, te lleva y te come /Te lastima y no perdona y en algún lugar te roba la cara /la sonrisa, la esperanza, la fé en las personas.

Una nueva noche fría.

Mi lugar no es éste.
Mi lugar será aquel, cualquiera, donde ya no se enciendan silencios de misa.

Estoy descubriendo una risa que no me conocía. Y es un gran descubrimiento.
Por último, hay un esplendor que se me nota. Es como la luna, no enceguece, no daña los ojos de otros ojos, no engaña, no encandila.

Y dejo una foto que amo.
En el interior de ese cacharro, que cuelga de una tranquera rodeada de alambres, hay un nido.
Hay vida.
Solo es cuestión de encontrarla.

Días mas. Más días.

¿Saben? Nunca lo hubiera imaginado, pero mi cabaña se convirtió en la atracción turística de Villa Elena. Los veo llegar. A pie, en auto, a caballo, solos, en pareja; a veces arrastrando penosamente sus humanidades, transpirados, boquiabiertos y cansados.

Algunos piden permiso para entrar.
A mí no me gusta.

-Disculpe, ¿quién es el arquitecto?
-No hay arquitecto, la diseñé yo.
-La felicito, es muy hermosa.
-Gracias.
-Además el lugar… ahhh qué lugar… ¿y cuánto vale un terreno acá?
-Carísssimo.

Lo último que quisiera es tener vecinos. Yo pagué por silencio. Yo pagué para vagar a solas con mi perra. El mundo es grande, busquen otro sitio, a mí no me jodan. Yo fui la primera y quiero ser la única. Me pongo caprichosa, odiosa, infantil, egoísta. Me gustaría ser animal para marcar mi territorio, mi único territorio, ése que me estremece cada vez que llego arrastrando penosamente mi humanidad; transpirada, boquiabierta y cansada. Como después del amor. Y más.

**************************

Ayer estábamos el Gringo y yo sentados en la cocina. Él mirándome, yo terminando de pulir unas piezas de yeso.
Llega D.
Cuando lo conocí, tuve una intuición inexplicable, difusa, no traducible. Me resultaba alguien que estaba allí, hablando, mostrando el prólogo de su vida, pero sólo el prólogo.
Si yo intentaba leer su libro, encontraba caracteres desconocidos, espacios en blanco, remates absurdos.
Se sentó con nosotros. No quiso tomar nada. No inventó excusas para justificar el tamborilleo de sus dedos.
Ni el horario insólito de su visita.
Ni los silencios ante los mensajes que dejaba su mujer: “¿dónde estás?”

Yo no lo miraba, seguía con mi trabajo, envuelta en polvo blanco; pero lo advertía.
Todo.
También su angustia detrás de las risas.
Tomó una ramita de mora que estaba entre mis pinceles, y una virgen a medio terminar.

-Uy! Se rompió la virgen. Estas ramitas vienen cada vez peor.

Un niño. Era un niño.
O un hombre pidiendo ser mirado. Un “dejá eso por un rato, escuchame, preguntá lo que no me atrevo a contarles, vos sabés, vos te das cuenta, hacémelo fácil, preguntá, preguntá, preguntᅔ

Y lo miré.

Y pregunté.

Así, sin vueltas. Ningún rodeo. Como si de verdad supiera lo que intuía. El Gringo, azorado.

-Tengo leucemia. Estoy en las últimas.

De pronto los caracteres de su libro resultaron legibles.
Cuando se fue, dos horas después; quedó el silencio.

Y la ramita de mora.

Que guardé.

Suyai.

Para Odalys.

El mapuche es un dialecto de palabras cortas, bellas, suaves, sabias. Savia. Vida. Amor. Río. Agua. Piedra.
Suyai significa manojo de piedritas.
Suyai soy yo.
Nadie sabe que en mi corazón hay una gruta natural.
No existe más que un camino para llegar. Y sólo uno.
En el trayecto hay laberintos, hondonadas, puentes colgantes, señales deterioradas por termitas, vientos, lluvias. Sudestadas y sequías.
Algunas señales dicen: “aquí no es”, más adelante… “aquí tampoco”. Otras dicen: “sendero sin salida”.
Pero hay una, que tampoco conduce al camino, pero sí conduce a la esencia de quien busca: “usted está AQU͔, pintada sobre un espejo que solo deja ver el rostro del aventurero.
Para que tu “aquí” y mi “aquí” no se confundan.
Para que puedas sentir la danza de tus elementos.
La madera de la que estás hecha, el agua que te recorre, el aire que te despeina, la tierra que te sostiene, el fuego que te enciende, brasa, carbón, leña, tronquito, fósforo, vela.
Hay pieles que no cobijan. Son refugios de caricias ásperas. Rocas enmohecidas con almas agrietadas. Donde nada nace o nada que muere se lamenta.
Pero hay lechos rebosantes de piedritas.
Cuando estoy triste busco alguna que haya sido entibiada por el sol.
La sostengo contra mi pecho. Cierro los ojos. Y la caricia llega sola hasta mi gruta.
Hay una verdad en el Suyai.
Por eso no me faltan mis manojos, por eso los cimientos de mi casa son de piedra, por eso me tiendo en la hierba y las dejo rodar por mi cuerpo.
Porque hay una verdad en el Suyai,
mi deseo es que vayas por ella.

Y la encuentres.

Días de radio.

¿Qué hago aquí?
Debería estar en Buenos Aires. Fue costoso conseguir ese pasaje, tenía la valija armada, me despedí de todos, alguien me esperaría en la ruta y en mi departamento, mis amigos estaban avisados…

Pero yo, no estaba avisada.

Me avisó la angustia que crecía y se mudaba de lugar.

Primero en la boca del estómago.

Luego fue a dar a mi garganta.

Atorándome. Enmudeciéndome. Yo-no-quería-irme-y-no-podía-decírmelo.

Cuando me presenté frente a la ventanilla de la compañía de micros, mostré mi billete –como si el billete hablara por mí- y solo alcancé a decir: “hoy no viajo”.
Salí de allí con otro billete, otra fecha, otro intento.

Volví a la casa del Gringo. Me miró sin sorpresa.
-Ya sabía.

Fue todo lo que me dijo.

Hace un rato terminamos de cenar.
No tenemos televisor. Escuchamos por radio el festival folclórico de la Villa.
El locutor anuncia que la apertura estará a cargo de un ballet.
Comienza la música. Una chacarera.
Él y yo nos miramos. No podíamos parar de reír.
Entonces cerramos los ojos.

-A mí me gusta el morochito, el que baila con la rubia de trenzas.
-Sí, ¿viste como se miran?

Pero lo mejor, fue cuando se vino el malambo.

@ el aullido de un zorro

Sombras.

A veces no es un trueno en mitad de la noche.
Ni un apagón repentino que me deja a tientas.
Tiene la cualidad del asalto, me transforma en su rehén, e ignoro en qué momento concederá mi libertad:
a mí, lo que me sacude, es la duda.

La razón desmentida.
La emoción que se desconoce a sí misma.


Esa lucha velada.

La duda.

Cuando el gesto se anticipa a la palabra torpe, que ni aún multiplicada tendrá la fuerza de un conjuro que la espante o la disuelva…
Cuando el gesto revela, asoma su nariz, nos hace un guiño de luz intermitente…

Entonces vendrá el desasosiego.
La duda acerca de la duda.
Esforzarnos por creer en la palabra y no en el gesto que siembra la sombra.

-yo vi la luna.

-te digo que había sol.

-pero yo vi la luna…

-te habrá parecido.

Y vos sabés que me quema la sombra.